Son las tres de la tarde de cualquier día de septiembre, estamos
tres personas sentadas en la terraza de un restaurante en un paseo marítimo de
cualquiera ciudad costera española. Sobre la mesa media ración de sardinas a la
plancha, la última parte de un bocadillo
de lomo con queso, un plato con restos de ensaladilla rusa concluida y cuatro
patatas ralas con salsa picante en un pico. Los platos terminados se apilan en
medio hasta que la camarera se dé cuenta
de retirarlos.
El saludo viene de una persona, que se nos ha colocado cerca de la
mesa, de pié, cargada con infinidad de colgantes y pulseras multicolores e
incalculables formas. Sonríe en apariencia para resultar menos ajena. La sonrisa no es ensayada, la ha ejercitado
tanto que sale sin necesidad de alegría interna, es otro detalle más en la
máscara de vendedor ambulante.
Esta persona es de piel negra, ofrece con la mano derecha un
colgante con forma de corazón a la Mamá junto a la que se ha colocado, no por
casualidad, piensa que ella estará más dispuesta a ayudar, mientras dice: “El corazón es como un cofre en él guardamos
el cariño y los buenos deseos, los familiares, las amistades, las cosas buenas,
las personas que amamos” Deposita otro, “la tortuga trae larga vida y
buena suerte a la vez que salud, trabaja y no hace daño, se protege, es signo
de paz”. Otro distinto “el elefante con
la trompa hacia arriba también es signo de buena fortuna y suerte. Además no se
rompen si caen al suelo”, ahora deja caer el colgante con forma de corazón y
al chocar con los platos hace un chasquido seco y duro. “¿No ves no se rompe?” “Estos
colgantes los hace uno de mi pueblo para que yo los venda, no vais a encontrarlos
en ningún otro punto de España”. Al mismo tiempo deja varios objetos más en
la mesa, en el único rodal libre de platos y vasos.
-“Eso lo dirán todos”
pensamos, mientras lo miro directamente a los ojos, como hago siempre con quien
hablo. Los ojos, cuando habla la boca, comunican tanto como las palabras. No cae mal este hombre, tiene
algo distinto al simple vendedor ambulante…
-“¿De dónde eres?”.
-“De Senegal, allí siguen mi
mujer y mis hijas”.
-“¿Cómo te llamas?”. –¡Alassane!,
responde.
“Est-ce que vous parlez
français?. –Ah, oui, oui”. Continuamos unos minutos la conversación en
francés. Tiene un dominio perfecto.
-¿Dónde has aprendido
español?
–“En la calle, no he ido a
ningún centro de estudios, también hablo bastante inglés”.
-“¿Tienes estudios?”
-“Sí, soy veterinario
titulado”. Le comento por qué no intenta trabajar en ese oficio, en vez de
vender por los pueblos. “No me convalidan
el título conseguido en la universidad de Senegal.”
Para este momento ya nos ha dado a cada uno de los tres una
pulsera sencilla con los colores de África y Senegal, “son los colores de mi tierra”, dice.
Yo me he quitado las gafas de sol, para que pueda verme los ojos directamente,
aguanta la mirada con ternura y cariño, no tiene odio, no miente, es totalmente
limpio en lo que habla. Cuenta que ha recorrido España entera “del norte al sur y del este al oeste”
conoce Tomelloso, Valdepeñas y Manzanares, ha estado en estas ciudades y muchas
más que va enumerado.
Está surgiendo una familiaridad muy importante entre Alassane y nosotros.
El corazón de colgante que hace unos instantes ha sacudido la mesa y los platos
al caer de su mano, está repercutiendo en los nuestros. Notamos una cercanía
con el que hasta hace unos instantes era un desconocido total. Nos damos cuenta
del drama, que lleva dentro y nos afloran lágrimas de cercanía e impotencia. Lo
invitamos a que se siente con nosotros. Lo hace con satisfacción.
Le preguntamos si ha comido, dice que no. Inmediatamente lo invitamos
a que coma con nosotros algo que le apetezca. No acepta. Solo come cuando
termina sus recorridos a las doce de la noche un trozo de pizza o algo
parecido. Le insistimos, pedimos un bocadillo de lo que quieras y esta noche te
lo comes. Tampoco lo admite, “tendré que
cargar con él toda la tarde y cuando
vaya a comerlo estará duro”. No nos
convence esta razón. Pensamos que tiene un dominio muy alto de mente y cuerpo,
se ha propuesto una actitud de asceta y de lucha no solo para dominar el hambre,
sino también para cambiar su futuro y poder vivir feliz con su familia. Tiene
mucho por lo que luchar y eso solo lo consiguen los muy entrenados.
-“Si no quieres comer tómate algo de beber, un zumo, cerveza, coca-cola…”
-“Una botella de agua, por
favor, es lo que único que necesito”. Y esboza una sonrisa distinta de las
de vender.
Durante unos minutos bebe despacio, comenta: “Estoy en un pozo de donde es muy difícil salir, pero es más difícil
quedarse dentro; lo poco que gano se me
gasta en comer y en alojamiento”.
-¿Hace
mucho que no vas a tu pueblo?”
–“Tres
años, quería haber ido a ver a mi mujer y mis hijas pero el viaje me cuesta 250
euros y no los tengo. Estuve a punto de
ahorrarlos, pero no he podido”.
-“Cuando más feliz soy es
cuando consigo dinero para que mi mujer y mis hijas coman”. Tengo un proyecto
para cuando vuelva a mi casa. Quiero montar una granja para criar pollos, nos
daría para comer a toda la familia y facilitaría la vida de mis vecinos, pero
me cuesta tres mil euros y no puedo conseguirlo”.
Nos sentimos impotentes a la vez que inútiles para poder ayudarle
más. Nos afloran las lágrimas continuamente. Él percibe lo que sentimos
compartiendo estos minutos no solo de charla, también de sentimientos.
-“Nunca he encontrado
personas que me traten como vosotros, con cariño y respeto”. Se levanta,
tiene que seguir con su ruta y su venta. Le pagamos los objetos que nos hemos
quedado, con un billete, no tiene cambio, comenta. “No hace falta que nos des las vueltas, nos has regalado una lección de
vida impresionante.”
-“¡Hasta
luego AMIGO!”
-“¡Muchas
gracias, y hasta otra AMIGOS!”
-“Si
volvemos a vernos, dinos algo”.
-“Sin
dudarlo”.
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Jueves, 25 de Abril del 2024
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