Opinión

Ecos de Cuelgamuros

Manuel Sánchez Patón | Martes, 1 de Octubre del 2019
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 El 25 de septiembre el Tribunal Supremo avalaba por unanimidad el traslado del Valle de los Caídos a El Pardo de los restos mortales de Franco, y no a la Catedral de la Almudena, como desea la familia. Se pone fin (por el momento, porque es seguro que la familia recurra al Constitucional) a la batalla legal seguida por el Gabinete de Pedro Sánchez desde 2017; recursos - a favor de la familia Franco - del Juzgado de lo Contencioso-Administrativo Nº 3 de Madrid, de la Abogacía del Estado y del propio Supremo. Con el acompañamiento de pequeños líos diplomáticos con la Santa Sede, cuando no de una relativa incomprensión o indiferencia en parte de la población (no necesariamente clasificable de nostálgica).

Es innegable que todo lo que rodea a este emblemático espacio, de enorme simbolismo, propicia pronunciamientos, libelos y arrebatos para todos los gustos. Seguramente sea el precio inevitable por cerrar en falso, con premura e indebidamente, los capítulos más traumáticos de nuestra historia reciente.

La figura de Franco es omnipresente a Cuelgamuros. El traslado físico de sus huesos no certifica ninguna restauración moral, ni dignifica nada en especial. Hay muchas secuencias, historias, elementos, que confieren un tratamiento más serio y respetuoso con lo que allí sucedió…y quedó.

¿Qué va a ser de los restos de las 33.800 personas (de las que 18.000 corresponden a represaliados republicanos) que yacen en las criptas de la basílica? ¿Ha habido algún tipo de interlocución con las familias y con la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH)?. Otro motivo para la controversia es la función conceptual e interpretativa a conceder al Valle de los Caídos. Memorial de víctimas del franquismo, centro para la concordia de las “dos Españas”, dejarlo tal cual para la oración en manos de la Orden Benedictina, permitir que el abandono lo convierta en ruina o incluso, volarlo con dinamita. Evidentemente, influye la percepción ideológica, más que la valoración historiográfica.

Como en tantos asuntos, el Gobierno del PSOE ha obrado con inusitado afán de oportunismo, con la vista puesta en una parte de su electorado, desencantado por la situación política y el parón legislativo ante la falta de acuerdos para la investidura. Una política de gestos y guiños que trivializa no solo asuntos de Estado, sino la memoria y sentimientos de las víctimas, y las de sus descendientes, de un sistema criminal sin parangón en la Europa del siglo XX, si exceptuamos la Alemania nazi.

La principal deficiencia que aprecio ha sido la falta de un plan integral que ordene la evacuación de los restos de Franco a otro lugar que no fuera La Almudena (superando el chantaje impresentable de la familia, que ha toreado a un Estado de derecho y democrático, demorando el procedimiento), la catalogación por antropólogos forenses de los restos de los prisioneros políticos que descansan muy cerca del dictador, así como la entrega a sus familias (si es su deseo y cuando fuera posible).

Una Comisión integrada por el Consejo de Administración de Patrimonio Nacional, la Conferencia Episcopal, la ARMH, los partidos y los sindicatos de clase (de los que muchos que están allí enterrados llegaron a estar afiliados en su día) encargaría a un comité de expertos acreditados una propuesta de resignificación del Valle de los Caídos, con objeto de su supervisión y aprobación, de haber conformidad. En definitiva, se trata de saber qué papel queremos que tenga el Valle de los Caídos, en aras de su contextualización en la historia contemporánea de nuestro país.

Dada la polarización política existente, la incomodidad que suscita este asunto en la derecha y en la Iglesia (aunque al mismo tiempo es de agradecer su cautela y respeto al proceso abierto en esta última), y la falta de estrategia clara y definida del Gobierno, se hace harto difícil.

Más allá de las fobias y filias que provoque Francisco Franco y el hecho histórico que protagonizó, así como del acierto u oportunidad de la reinhumación, me parece apasionante el dilema planteado. Pues no puede entenderse de otra manera cuando lo que está en juego es, nada más ni nada menos, que gestionar, con sabiduría y rigor, nuestra Historia con mayúsculas. Sin imprecaciones ni revanchismos. Pero tampoco sin complejos (como tanto le gusta decir a la derecha en otros “charcos” que le interesan más).

Se lo debemos a quienes entregaron su vida en defensa de la libertad y la justicia, también de la Revolución Social (por mucho que la izquierda pactista y reformista lo esconda). Se lo debemos a los que sobrevivieron, padeciendo, callando y llorando en silencio y en extrema soledad, huérfanos de reconocimiento, que no de dignidad.

Y se lo debemos a quienes vengan, porque no hay peor destino que la impunidad, el olvido, o el revisionismo.

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