Opinión

Un genio de la pintura universal sin morada

Jesús Cañas Parra | Jueves, 21 de Noviembre del 2019
{{Imagen.Descripcion}} Foto de Alejandro Villena Salinas Foto de Alejandro Villena Salinas

Atravesando La Mancha Don Quijote y Sancho Panza, a lomos de Rocinante y Rucio, creyeron divisar en lontananza Tomelloso. Una vez llegados a este hidalgo y laborioso pueblo, como bien reza su himno, hicieron fonda en La Posada de los Portales sita en la Plaza de España para descansar de su azaroso viaje. Ambos, mientras degustaban los vinos y quesos del lugar, charlaban animadamente:

—Amigo Sancho, qué buenos manjares nos están dispensando estas buenas gentes. ¡Este vino y este queso me darán fuerzas para poder enfrentarme a nuevos gigantes que surjan en nuestro camino!

—¿A nuevos gigantes? Qué cosas dice vuestra merced. A ellos, si acaso existen, no sé si les gustarían pero están haciendo las delicias de mi paladar. ¡Traiga, traiga la frasca que nos echemos otro vaso de vino! Y, si sobra un poco, nos lo llevamos en el zurrón para el camino.

—Está bien, pero que solo sea por esta vez, que ya sabes que el Caballero de la Triste Figura tiene que hacer honor a su nombre.

Bebían y comían gozosamente y departían con los ciudadanos del lugar. Una vez satisfechos sus apetitos y recuperadas sus fuerzas, tomaron sus cabalgaduras para dirigirse hacia Ossa de Montiel ya que don Quijote, preso de sus ensoñaciones caballerescas, tenía que liberar el Castillo de Rochafrida en plenas Lagunas de Ruidera de un conde malvado que retenía impunemente a una dama de alta alcurnia. Se preguntaba hacia dónde se tendrían que dirigir. En ese momento, vieron haciendo su habitual paseo a Plinio, jefe de la policía local.

—¡Buenos días, Plinio! -dijo don Quijote.

—¡Buenos días, don Quijote! ¿Cómo usted por aquí? -contestó Plinio no dando crédito a lo que veía. 

—Pues nos dirigimos a Ossa de Montiel. De camino, topamos con Tomelloso y hemos parado a descansar y a reponer fuerzas. ¡Qué a gusto se está en su pueblo! Este lugar donde la cultura rebosa por encima de sus tinajas.

—Muchas gracias, es usted muy amable. La verdad es que lleva mucha razón. Uno se pierde en la interminable lista de gentes de las artes y las letras que habitan en este lugar.

Don Quijote preguntó a Plinio por dónde debían ir para salir del pueblo, y les indicó que tomaran la calle Doña Crisanta hasta el final, encontrando allí la salida para su destino.

Se despidieron cordialmente y siguieron camino, quedando Plinio con un inmenso orgullo al haber oído de personas tan ilustres las cosas tan bellas que habían dicho de su pueblo.

En esto que, una vez encarada la calle Doña Crisanta, al llegar a la altura de la calle Francisco Carretero se detuvieron un instante contemplando con tristeza un hecho insólito: estaban derribando la que fuera casa del universal pintor Antonio López Torres.

—Señor, ¿cómo es posible que se haya cometido este disparate? ¿Cómo no se habrán tomado medidas a tiempo para evitar esta pérdida? ¡Pero si en las villas por las que pasamos conservan las casas de nacimiento o residencia de sus más ilustres hijos, ubicando en ellas casas-museo, salas de exposiciones o de conciertos! ¿Lo entiende vuestra merced? –decía Sancho recordando a don Antonio cuando lo veían pintando los campos de La Mancha y se paraban a conversar con él.

—Llevas toda la razón, amigo Sancho. Vivimos tiempos extraños, tiempos llenos de absurdas contradicciones. Ya no importan las tradiciones, nada significa la vida de las personas ni su memoria sino los números, las imágenes. Pobre amigo Antonio, tantas personas que hubieran querido visitar el que fuera su hogar donde reposan sus silencios, sus desvelos e impresiones. ¡Ojalá hubieran tenido altura de miras en esta culta villa como aquellos hombres que lucharon desinteresadamente para que una parte de su obra quedara albergada en el museo que lleva su nombre para beneficio de Tomelloso y de la humanidad!  

—Esperemos que no hayan hecho lo mismo con el Castillo de Rochafrida, mi señor– comentó  burlonamente Sancho.

—¡No digas barbaridades, Sancho! Eso, ni en broma, que esta noche debo conquistar aquella fortaleza y liberar a la que en ella mora.

Y siguieron camino nuestros admirados amigos recordando las anécdotas que en su día vivieron con nuestro genial pintor.

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Brillante. Estoy totalmente de acuerdo. La casa del MAESTRO restaurada y hecha museo, debía de enriquecer el atractivo turístico de la ciudad. El genio y la generosidad del "gran maestro" lo merecen.

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