Una semana llevaba el cabo Bornes estudiando
el modo de actuar en su experimento de
Cinología: cómo llevarlo a cabo, variables
que podrían surgir, tiempo oportuno, y mil detalles más. No dejaba nunca
nada al azar. «Todo medido y bien medido como dice el refrán», se repetía. No
podría haber sorpresas de ninguna clase.
Solo había algo que le daba mucho qué pensar;
transcurrían varios días, ¿una semana?,
¿casi dos?, sin ver a don Fructuoso, el policía del bastón y buena vida.
Había venido a colaborar con la justicia, pero actuaba como el Guadiana, se
remansaba en el casino de la villa y
desaparecía de vez en cuando, y esta era una de esas veces. No había avances en
la investigación, pero no se podía decir que el tal individuo hubiera
conseguido ni el más insignificante logro. Aparentemente se resguardaba en su
barrera y desde allí veía pasar el mundo. «Para esto mejor se hubiera quedado
en Madrid» pensaba para sí el guardia,
cuando se le acercó Gregorio el municipal con un recado.
-¡A sus órdenes, don Anastasio! Me envía el señor
juez para comunicarle que se pase cuando pueda por el juzgado, necesita
comunicarle una última noticia.
-Enseguida subo, gracias.
El juez, con pocas palabras, lo informó de la
llamada, que había tenido por la mañana, comunicando el hallazgo de un cadáver
en la Fuente Agria de la localidad de Minas del Puerto, con signos mortuorios
similares a los que había observado en las víctimas del pueblo.
Bornes no perdió ni una coma en la explicación,
que le estaba ofreciendo don Manuel. Apretaba las mandíbulas, como si quiera
masticar algún objeto invisible dentro de su boca. Se sentó, sin darse cuenta,
en la silla enfrentado al juez y quedó en silencio prolongado, cuando éste
había terminado la explicación.
-¡Oiga!, ¡Demetrio!, ¡Diga algo, se ha quedado
usted pasmado!
No estaba pasmado, su mente giraba a mil
revoluciones. Se había abstraído tanto, que no veía ni oía lo que ocurría en su
alrededor. Hasta que de pronto soltó un grito.
-¡Es él, seguro que es él!. Está jugando con
nosotros. Somos unos pobres imbéciles protagonizando los papeles de la comedia,
que ha escrito, mientras se ríe detrás de las cortinas del escenario.
-¡Un poco de respeto señor Bornes! -le exigió el
juez mirándolo muy serio. Cuidado con las expresiones que usa, no le consiento
que me insulte con ese vocabulario.
-¡Perdone, don Manuel, perdone! He tenido un
ataque mental, un arrebato incontrolable. Siento en el alma si lo he ofendido,
de ningún modo era mi intención. Inmediatamente le explico lo corría por mi
mente.
Tomó la palabra el guardia y en la segunda media
hora, con un monólogo ininterrumpido, puso al corriente a su interlocutor de lo
que corría por su mente y que llevaba martirizándolo bastante tiempo. De su
idea, posiblemente descabellada, de buscar al asesino, que actuaba en el pueblo
y ahora en algún otro, con los métodos cinológicos que estaban utilizando en
diversos puntos de la Europa más moderna, incluso en España. No detalló demasiado en la concreción de su plan, en el
fondo el cabo no se fiaba ni de su sombra en el asunto.
Mientras comentaba, recordó que la misiva del
“Fantasma”, escrita con tipología de imprenta, había sido mecanografiada con la
máquina que había en la oficina del Juez, por lo que…, para el investigador, en
la lista de posibles interventores en la trama se incluía al mismísimo letrado;
Sin embargo no se debía concluir el razonamiento, sin tener en la mano la
demostración racional o, en su defecto, posible falsación.
Por todo lo cual, al fin y al cabo era “un zorro consumado”,
habló de lo que mentalmente le pareció más oportuno, insistiendo para sí mismo
en la necesidad de abstenerse de cualquier comentario con personal, que no
fuese estrictamente cercano e implicado en la causa. Por supuesto nada de
detalles de los experimentos hechos con Cinca, el perro de don Joaquín, en el
cuartel.
-Una pregunta, don Manuel. ¿Ha visto usted hoy a
don Fructuoso, el policía de brazos caídos? Entiéndame lo de “brazos caídos” es
porque no se gana lo que come ese hombre. Hace más de una semana que no me lo
encuentro ni en sus lugares favoritos.
-No, hoy desde luego no. Y ahora que me lo
recuerda, creo que hace varios días que no va por el casino, lugar preferido
para su holgazanería. Tampoco se ha personado por estos lares del ayuntamiento.
Se habrá tomado unas vacaciones, para seguir sin dar un palo al agua.
-¿No le parece a usted, señor Juez mucha
coincidencia que falte de la villa este individuo y que se cometa un asesinato, similar a los
acontecidos aquí, en la otra punta de la provincia? –continuó con las preguntas
el de la Benemérita.
-No hay razón firme, para pensar en lo que usted
afirma, me parece simple coincidencia, sin ningún fundamento in re.
-¿Tampoco le parece rara concomitancia, que el
difunto presente similar herida de muerte que los de aquí? ¿Es que se han
puesto de acuerdo ahora los asesinos, para trabajar imitando la última suerte
de la tauromaquia?
-Está usted dando por demostrado que el
asesino, que buscamos, es don Fructuoso
y no tenemos la más mínima prueba concluyente para tal afirmación, -insiste el
juez.
-Tengo que aceptar humildemente que usted está en
lo cierto; me faltan pruebas para las afirmaciones que hago, -admitió el
guardia mirando al suelo de la oficina, embaldosado a base de cenefas, rodeando
el contraste de amarillo y marrón según tablero de ajedrez.
-Me alegra que admita una cierta precipitación, en
lo que todos querríamos como solución de nuestra búsqueda.
-Le juro por mis…, galones que no pararé hasta
encontrar los individuos, que han puesto en peligro la vida de nuestros
vecinos, aunque tenga que rebuscar dentro de la tierra o sean hijos del obispo.
(Continuará)
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Miércoles, 17 de Abril del 2024
Miércoles, 17 de Abril del 2024