Opinión

El fantasma (19)

| Sábado, 15 de Febrero del 2020
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Una semana llevaba el cabo Bornes estudiando el  modo de actuar en su experimento de Cinología: cómo llevarlo a cabo, variables  que podrían surgir, tiempo oportuno, y mil detalles más. No dejaba nunca nada al azar. «Todo medido y bien medido como dice el refrán», se repetía. No podría haber sorpresas de ninguna clase.

Solo había algo que le daba mucho qué pensar; transcurrían varios días, ¿una semana?,  ¿casi dos?, sin ver a don Fructuoso, el policía del bastón y buena vida. Había venido a colaborar con la justicia, pero actuaba como el Guadiana, se remansaba en el  casino de la villa y desaparecía de vez en cuando, y esta era una de esas veces. No había avances en la investigación, pero no se podía decir que el tal individuo hubiera conseguido ni el más insignificante logro. Aparentemente se resguardaba en su barrera y desde allí veía pasar el mundo. «Para esto mejor se hubiera quedado en Madrid» pensaba para sí el guardia,  cuando se le acercó Gregorio el municipal con un recado.

-¡A sus órdenes, don Anastasio! Me envía el señor juez para comunicarle que se pase cuando pueda por el juzgado, necesita comunicarle una última noticia.

-Enseguida subo, gracias.

El juez, con pocas palabras, lo informó de la llamada, que había tenido por la mañana, comunicando el hallazgo de un cadáver en la Fuente Agria de la localidad de Minas del Puerto, con signos mortuorios similares a los que había observado en las víctimas del pueblo.

Bornes no perdió ni una coma en la explicación, que le estaba ofreciendo don Manuel. Apretaba las mandíbulas, como si quiera masticar algún objeto invisible dentro de su boca. Se sentó, sin darse cuenta, en la silla enfrentado al juez y quedó en silencio prolongado, cuando éste había terminado la explicación.

-¡Oiga!, ¡Demetrio!, ¡Diga algo, se ha quedado usted pasmado!

No estaba pasmado, su mente giraba a mil revoluciones. Se había abstraído tanto, que no veía ni oía lo que ocurría en su alrededor. Hasta que de pronto soltó un grito.

-¡Es él, seguro que es él!. Está jugando con nosotros. Somos unos pobres imbéciles protagonizando los papeles de la comedia, que ha escrito, mientras se ríe detrás de las cortinas del escenario.

-¡Un poco de respeto señor Bornes! -le exigió el juez mirándolo muy serio. Cuidado con las expresiones que usa, no le consiento que me insulte con ese vocabulario.

-¡Perdone, don Manuel, perdone! He tenido un ataque mental, un arrebato incontrolable. Siento en el alma si lo he ofendido, de ningún modo era mi intención. Inmediatamente le explico lo corría por mi mente.

Tomó la palabra el guardia y en la segunda media hora, con un monólogo ininterrumpido, puso al corriente a su interlocutor de lo que corría por su mente y que llevaba martirizándolo bastante tiempo. De su idea, posiblemente descabellada, de buscar al asesino, que actuaba en el pueblo y ahora en algún otro, con los métodos cinológicos que estaban utilizando en diversos puntos de la Europa más moderna, incluso en España. No detalló  demasiado en la concreción de su plan, en el fondo el cabo no se fiaba ni de su sombra en el asunto.

Mientras comentaba, recordó que la misiva del “Fantasma”, escrita con tipología de imprenta, había sido mecanografiada con la máquina que había en la oficina del Juez, por lo que…, para el investigador, en la lista de posibles interventores en la trama se incluía al mismísimo letrado; Sin embargo no se debía concluir el razonamiento, sin tener en la mano la demostración racional o, en su defecto, posible falsación.

Por todo lo cual, al fin y al cabo era “un zorro consumado”, habló de lo que mentalmente le pareció más oportuno, insistiendo para sí mismo en la necesidad de abstenerse de cualquier comentario con personal, que no fuese estrictamente cercano e implicado en la causa. Por supuesto nada de detalles de los experimentos hechos con Cinca, el perro de don Joaquín, en el cuartel.

-Una pregunta, don Manuel. ¿Ha visto usted hoy a don Fructuoso, el policía de brazos caídos? Entiéndame lo de “brazos caídos” es porque no se gana lo que come ese hombre. Hace más de una semana que no me lo encuentro ni en sus lugares favoritos.

-No, hoy desde luego no. Y ahora que me lo recuerda, creo que hace varios días que no va por el casino, lugar preferido para su holgazanería. Tampoco se ha personado por estos lares del ayuntamiento. Se habrá tomado unas vacaciones, para seguir sin dar un palo al agua.

-¿No le parece a usted, señor Juez mucha coincidencia que falte de la villa este individuo y que  se cometa un asesinato, similar a los acontecidos aquí, en la otra punta de la provincia? –continuó con las preguntas el de la Benemérita.

-No hay razón firme, para pensar en lo que usted afirma, me parece simple coincidencia, sin ningún fundamento in re.

-¿Tampoco le parece rara concomitancia, que el difunto presente similar herida de muerte que los de aquí? ¿Es que se han puesto de acuerdo ahora los asesinos, para trabajar imitando la última suerte de la tauromaquia?

-Está usted dando por demostrado que el asesino,  que buscamos, es don Fructuoso y no tenemos la más mínima prueba concluyente para tal afirmación, -insiste el juez.

-Tengo que aceptar humildemente que usted está en lo cierto; me faltan pruebas para las afirmaciones que hago, -admitió el guardia mirando al suelo de la oficina, embaldosado a base de cenefas, rodeando el contraste de amarillo y marrón según tablero de ajedrez.

-Me alegra que admita una cierta precipitación, en lo que todos querríamos como solución de nuestra búsqueda.

-Le juro por mis…, galones que no pararé hasta encontrar los individuos, que han puesto en peligro la vida de nuestros vecinos, aunque tenga que rebuscar dentro de la tierra o sean hijos del obispo.

(Continuará)

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