Opinión

Hospitales y virus monárquicos

Dolores la Siniestra | Domingo, 15 de Marzo del 2020
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Vaya cómo se puso el patio el mes pasado por la mierda de los perros -que no los perros de mierda, que el orden importa. Salieron los defensores a ultranza de los derechos de los animales –me perdonarán ustedes la incongruencia- y empezaron a discutir si el asunto de los cánidos es de tanta altura como para relatarlo con cierto humor. 

En fin… que mucho enfado o no, pero las calles continúan llenas de fetidez y deposiciones –nuestras y de ellos. Y no parece que sea a los chuchos a los que tengamos que pedirle razón y cordura. 

Pero ahora no toca hablar de eso –como decía el Presidente Aznar cuando vino a inaugurar la campaña electoral y el pueblo le pedía que nos asegurara el AVE. Sí, ese AVE que no llegaría a Jaén sin parar antes en Tomelloso, como aseguraba el otro Presidente, Bono, que ahora parece que se ha puesto una rata –de nuevo, me disculpan las animalistas… y las “animatontas”- en medio de la frente.

Pues eso, que el otro domingo, como se suele decir, me animé a ir a la concentración en la Plaza por el Hospital. No es la primera vez que lo hago, porque la otra vez, cuando la manifestación por las justas reivindicaciones, también me armé de ánimo y soportando la resaca de la noche anterior –cabezón de los de época, después de haber acabado evacuando en los baños del ABBM y, después, del Saxo- tomé sitio en aquel maremágnum de gente. Para la buena verdad, que diría mi abuela, en aquella ocasión, con casi veinte años, también iba porque sabía que me encontraría a Paco, y bien que le regalé aquel pantalón blanco y el tanguita negro que, a poco que te movías, salía a relucir –qué daño hizo la moda en aquel inicio de milenio.

Ay, Dios, que me despisto –y es que la cabra tira al monte. Decía que el otro domingo, como hace dos décadas, pero ésta sin náuseas de por medio, me presenté en la Plaza y qué quieren que les diga. La convocatoria estuvo bien –no creo que fuéramos mil, como escribieron por ahí- pero el pueblo, dentro de lo que es nuestro pueblo, estuvo. Pero, claro, allí nadie habló, ninguno asumió la responsabilidad de la convocatoria y pasada media hora o así, la gente se fue dispersando y algunos, con molestia evidente por no saber de qué iba la vaina o qué pasos siguientes se iban a dar, juraban en arameo concluyendo que en otra no les veían, que era un domingo muy hermoso cómo para estar de pie derecho –a recalcamaza- sin más ínfulas, ni cruz de guía. 

Y algo de razón llevan. Porque todos somos plenamente conocedores de lo que cuesta mover a la gente para luego, sin pancartas, sin eslogan, sin cancioncita repetitiva, mandarle a su hogar con la sensación de que nadie se sintió aludido. 

Nadie porque, además, los políticos estuvieron. De paisano, de civil, pero se presentaron. Como si fueran ciudadanos y no hubiera que reclamarles a ellos que peleen –más y más duro- por la suerte de nuestras infraestructuras y servicios. Se hallaban allí, al sol dominical, comentando entre ellos, y seguro que más de uno pensando que a sus “jefes” –a los de responsabilidades autonómicas o nacionales- esto de Tomelloso no les iba a apretar el zapato. Porque a éstos el escarpín les roza el empeine cuando ven peligrar sus sillones y, desde luego, visto lo visto en la concentración, seguro que durmieron a pierna suelta.

Jóvenes, aquel domingo, había menos y eso, que quieren que les diga, me jode. Porque, millennials o no, lo que está en juego es su futuro. Y ebrio, sobrio o mediopensionista, cuando tu pueblo reclama, conviene que la sangre fresca muestre su presencia y arrebato –yo no tuve ocasión de presenciarlo, pero los que arrancaban las piedras en París, en mayo del 68, buscando la arena de la playa no eran sexagenarios. 

Y no me sirven esas voces que claman porque la juventud siempre carece de compromiso. Observen lo rápido se apuntan a las cruzadas medioambientales de la Greta ésa o las batallas colectivas feministas.

Seguimos igual, y me jode. Porque los políticos nos potrean –que acostumbraba a decir mi bisabuela. Y a mí, que quieren que les diga, si yo no me entrego, la integridad de mis claustros prefiero mantenerla intacta. 

Ahora que casi todos se encuentran en pánico por el virus monárquico éste el coronavirus -el chiste cuenta con mi copyright, ruego no lo usen por twitter, ni lo hagan meme-, quizá convendría pararse a pensar qué clase de sociedad seríamos sin el magnífico sistema de Seguridad Social del que disfrutamos. 

Y me callo ya, porque voy acabando con un discurso como para que me saquen en El País Semanal –y no de columnista, sino en el reportaje del votante de Vox- o, peor, para que me saquen con correa a orinar portales.

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