Han dicho de mí que soy irónica, cargante, afilada, con
un sentido del humor que hiere, que golpea, de esas mujeres que asustan porque
saben reírse de ellas para pasar a su examen a todo el resto del mundo. Me
tildan de peligrosa, audaz, lenguaraz y que, como aquélla de la canción de
Sabina, siempre tuve la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy
corta.
Pareciera, dicen, que estas mujeres, entre las que me
incluyen, somos de “armas tomar” y que, toda vez que ni lloramos nuestras
propias lástimas, no nos detenemos a aliviar las ajenas. Y, sin embargo, yo,
que tanto me permitía los juegos florales con el Virus Monárquico, ahora, hoy,
en esta tribuna abierta gracias a la comprensión del equipo humano de La Voz de
Tomelloso, voy a dar un paso al frente y les desnudaré a la Dolores seria que,
en puridad, no es otra que la misma del primer párrafo, pero con mensaje
directo y sin recursos humorísticos, sin tretas, ni conejos en la chistera -ni
en la entrepierna.
Como entenderán, hace unos días, mi escrito mensual
estaba dirigido a bromear sobre el confinamiento. Evocar y suceder situaciones
cómicas vividas durante este forzoso apartamiento doméstico: que si se me
acabaron las pilas del Satisfyer, que a mi Paco le empezaba a ver con ojos de
gata encelada y que, cuando Marcos me propuso sexting por la aplicación de Microsoft Teams, descubrí que de
moderna tengo menos que muchas confiterías y papelerías. Releí mis chanzas,
pensé que quizá –solo tal vez- sirvieran para animar a la parroquia durante
estos días, pero concluí que estaba equivocada, que, en ocasiones, la risa, por
muy terapéutica que pueda parecer, no acalla el torrente de lágrimas.
Y, por eso, en este momento, cuando la mayor parte de los
medios de comunicación nos ha convertido en un país sin lágrimas, en el que nos
ocultan el inagotable dolor de la muerte, en el que obvian la rabia y pesar de
los familiares de los miles de compatriotas caídos por el COVID-2019, hoy,
digo, quiero escribir cuatro párrafos con las entrañas y el corazón. No
servirán de nada, no les harán más felices, pero, en ocasiones –las más de
ellas- esta puta vida te juega las cartas para que tu envite se quede en farol
aunque lleves tres ases de la baraja. Y ahí solo quedar encomendarse –si creen
en Dios- o vociferar tu pesar al viento –up
to you, que apuntillan los hijos de la Gran Bretaña.
Esta crisis nos ha vuelto a demostrar que somos
irresponsables, porque dejamos nuestro gobierno en manos de sujetos que no
están preparados. Esta vez ha tocado el PSOE, con un gobierno poliédrico de
partidos que –como todos- buscar arrimar el ascua a su sardina –sin pesar en
más bien común que el suyo, el de ellos. En otros episodios, contamos con otros
protagonistas, muy similares. Esto, como ya estarán adivinando, no va de
política, sino de que al frente, al mando de las operaciones, deberían estar
los más sólidos, los excelentes, los técnicos más solventes… ¿o acaso ustedes
dejarían que fuera a escardillar su viña un imberbe paniaguado diletante con
modos y manera de galán cinematográfico?
Otro aspecto que, de modo imparable, ha reflejado esta
situación es que jamás valoramos, de manera adecuada, la impagable labor de
nuestros sanitarios, de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, de todos
aquellos que, por sueldos miserables, aseguran nuestro abastecimiento y la
posibilidad de acceder a bienes de primera necesidad. Rostros anónimos, muchas
veces vilipendiados, y que, de nuevo, cuando la suerte torna a malas, se
aprestan a correr hacia el lugar del que todos los demás deseamos huir.
Pero, quizá, el culmen de todas las cuestiones derivadas
del COVID-19, de este sucio virus que se ha llevado a tantos de los nuestros,
es que el ser humano individual, el ordinario, el alejado de los focos, es, por
naturaleza, gregario, respetuoso y considerado para con sus semejantes. Esto
suena a sermón jesuítico del domingo de Ramos, pero piensen cuántas veces se
habían detenido a analizar si su vecina precisaba que le ayudaran con la
compra, o si ante una necesidad excepcional como la vivida, se pusieron a ver
tutoriales, a tirar de plástico, retales de coser y cinta americana para
construir cualquier herramienta que pudiera protegerles o ayudar a salvaguardar
la integridad de los suyos. Interróguense, maldita sea, cuántas veces antes se
había despertado en ustedes ese ánimo de ayudar sin pedir nada a cambio. Sí,
incluso en su perfil más siniestro, han encontrado un rayo de esperanza y solidaridad
que derrumba los estrechos límites del confinamiento y el recogimiento forzado.
Este COVID-19 nos ha hecho derramar lágrimas íntimas y
nos ha privado del derecho de llorar y despedir con dignidad a nuestros muertos.
Y, desafortunadamente, Tomelloso, nuestro pueblo, ha sido golpeado con una
dureza extrema, inusitada, hasta el punto de recabar una malhadada y cruel fama
en noticiarios nacionales.
No sé a ustedes, pero a mí se me revuelven las tripas
cada vez que veo la imagen de nuestro camposanto y, delante, el periodista de
turno con sus guantes y el micrófono cubierto por plástico, refiriendo las
últimas novedades para el parte de la mañana, de la tarde o de la noche,
mientras, a su espalda, el encalado del cementerio parece llamarnos cual canto
de sirena. Infausta popularidad, desgraciada distopía.
Pero créanme, a pesar de todo, de esta ira contenida, cuando
salgamos, cuandoquiera que podamos volver a abrazarnos, a reírnos –si es que se
puede o nos sale de dentro-, a rendirnos visitas y tertulias, a quejarnos como
antes, cuando creíamos que éramos infelices y lo que fuimos era inconformistas
y malcriados; pues eso, cuando salgamos, apreciaremos que ya no somos quienes
éramos, habremos endurecido nuestra piel, ésa surcada por cicatrices y arrugas,
recuerdos del dolor y de la pena, y, en nuestra mirada, los párpados achicarán
los ojos, un semblante alerta, apercibido.
Quedarán, en la memoria, las canciones, los aplausos de
las ocho de la tarde, las ruedas de prensa de los monigotes políticos que solo
quisieron justificar su paguita y su futuro –los que no quisieron o no
supieron, tanto da, interpretar los mensajes que imploraban actuar de antemano
y con firmeza-, y, por supuesto, nuestra rabia y el impostergable recuerdo de
aquéllos que fruto de esa incompetencia y ventajismo se vieron arrastrados
hacia la muerte, la misma que nos quieren esconder, la que, en un mundo como el
actual, volvimos a aprender que estaba mucho más cerca de lo que las
pantallitas de los teléfonos móviles de última generación y las series de
Netflix nos pretendían alejar.
Porque, como les dije, en las malas, en las putas, con el
agua al maldito jodido cuello, el ser humano se descubre como es, humano y, por
ello, tremendamente mortal.
Y, por eso, con la muerte –que es la vida- no deberían
jugar esta cuadrilla de ineptos. Recuérdenlo, para cuando salgamos.
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Miércoles, 17 de Abril del 2024
Sábado, 20 de Abril del 2024
Sábado, 20 de Abril del 2024
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