Opinión

Un verano entre el campo y la ciudad

Fermín Gassol Peco | Lunes, 10 de Agosto del 2020
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Compaginar en verano el campo y la ciudad creo que es lo acertado. En este estío tan atípico las casas rurales están haciendo su particular agosto y ¡qué cosas!, un virus está favoreciendo el descubrimiento de la España vaciada e interior para pasar unos días y disfrutar de aquello que nos es tan propio como desconocido; y es que el verano manchego está lleno de matices con sus luces y colores vivos y calientes, pura vida.

Y es que el calor conserva la  vida mientras que el frio los cadáveres. En invierno apetecen los espacios cerrados y confortables, en verano al contrario hace imprescindible frecuentar los espacios abiertos al aire libre que el acondicionado disminuye la temperatura del habitáculo pero es aire en conserva. En el campo el aire manchego del verano sabe a huerta, en la misma Poblachuela, Torralba o Carrión sin ir más lejos. En la ciudad sin embargo la vida está en la calle, en sus plazas, en los parques, en las bicicletas, en el alma de la gente;

En el campo los colores y luces resultan ser más fuertes a la vez que más íntimos y creativos. En el campo la vida está en los vuelos inseguros de los pollos de perdiz, en las lagartijas, en las cigarras, en los racimos incipientes y en los maizales y huertas; todo se torma pequeño y delicado en un entorno sin muros que sean visibles.

La ciudad en verano presenta el color del calor de las personas hablando en intranscendentes tertulias aún con las inevitables mascarillas si no se llevan a cabo en las terrazas de los bares…o acompañando al ser querido… con luces del lento atardecer. Los colores en el campo resultan más rojizos en el cielo; se diría que el sol pone más corazón en lo que hace, amarillos y verdes en la tierra de mieses, cepas y plantíos.

En el campo los amaneceres son discretos rayos de luz asomando cautelosos como niño curioso se encarama a una pared para ver lo que le espera al otro lado en un horizonte siempre ajeno para tomar luego una arrogante verticalidad de joven musculoso desafiando el poder del día.

El atardecer en la Mancha durante los meses de verano emula el aterrizaje lento, sereno y silencioso de un vuelo sin motor en la llanura; la serenidad del ocaso de la vida.

Sin embargo aquello que da personalidad al verano son sus noches pues hacen que los días sean más largos en la ciudad y más vivos en el campo. Las noches del estío están para beberlas; las estrellas refrescan nuestros sueños o vigilias obligadas u ociosas mientras la luna paciente acompaña cualquier quehacer al raso.

El ruido de los motores de riego y los grillos nos dicen que el campo aún vive y está despierto a pesar de los precios que ahora tienen sus productos.

El verano es vida, expansión, días de descanso, simpática estación la del estío, versión festiva “de los días más largos” sin playas que invadir, pueblos que liberar, países que conquistar”, solamente pintar con la mirada los vivos colores de un mundo en paz. ¿Porque no? Todo es más fácil en verano.

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