Libertad, concordia y progreso
son tres premisas con las que un gobierno moderno y democrático ha de trabajar,
siendo la creación de riqueza la primera condición para perseguir ese progreso pues
supone aumento del bienestar para la ciudadanía. Una riqueza que en el siglo
veintiuno, en un país europeo y desarrollado con una sociedad diversa y compleja,
pasa por ser equitativa, es decir aquella que procura una cierta proximidad en
el grado de confort de todos los ciudadanos.
Crear riqueza es pues la
prueba del algodón para cualquier gobierno porque no admite subjetividades ni
sectarismos, que se crece o se decrece, se vive mejor o peor. Ante la ausencia
de sucedáneos en los que enmascararse, el aumento de la riqueza pasa por ser la
asignatura más difícil porque es la consecuencia de que los distintos agentes
sociales mantengan un alto grado de entendimiento a la vez que confianza en el
sistema político.
Dicho esto, una cosa parece
cierta: Para que se dé este estado de convergencia social ya no valen opciones
políticas fracasadas en el pasado. Me estoy refiriendo a las ideologías
puramente capitalistas y comunistas; la historia ha demostrado y sigue
haciéndolo que ninguna de ellas es válida a la hora de crear riqueza de manera
ecuánime. El capitalismo salvaje, el sálvese quien pueda, aumenta la distancia
social mientras que el comunismo la anula por completo a costa de igualar a
todos en la pobreza.
En la España de ahora mismo,
existe un eufemismo pronunciado a diario, progresismo. Una palabra que no se
cae de la boca de los líderes de izquierdas. El progresismo es una ideología nacida
para buscar el progreso social en todos los ámbitos, especialmente en el
político-social. Sin embargo esta palabra se toma hoy para abanderar otros progresos
(discutibles bien por el fondo o la forma), de otra índole pero que nada tienen
que ver con ese progreso económico social. Fracasado el discurso económico, el comunismo intenta
sustituirlo por el ético-social y bajo el ropaje del populismo.
La situación
actual en la oferta política a ambos lados del espectro se caracteriza por una
praxis puramente materialista tanto a nivel individual como social. Pero en
esta materialidad social existe un reparto de papeles; el capitalismo se ha
quedado con la tajada central de ese filete de deseo social que es el económico
y el comunismo se ha visto obligado a optar por el mundo de las conciencias.
Al comunismo lo único que le queda es el “discurso
amoral de la moral” llamado así porque se trata de un discurso que no considera
el análisis ético para establecer su contenido y el comportamiento derivado. La
moralidad que el socialismo marxista predica es la de que todo es posible si
materialmente lo es. En esta apreciación forma un dúo perfecto con lo que
predica el capitalismo en su perspectiva económica.
Pero una cosa es clara en todo esto; si bien el
capitalismo es ahora mismo una ideología políticamente incorrecta, nada
estética y dudosamente democrática, el populismo quiere hacernos creer todo lo
contrario. Pero no nos llevemos a engaño; confiar en que el comunismo traiga
progreso a nuestra nación es algo tan absurdo como esperar nevadas en pleno
Agosto.
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Miércoles, 27 de Marzo del 2024
Jueves, 28 de Marzo del 2024
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