El proyecto de La Barja  se ha gestado gracias a una decidida apuesta por la producción ecológica. En él pusieron todo su empeño Eloisa Perales y Vicente Serrano, cabezas visibles de un proyecto en el que encontraron la valiosa colaboración de José Manuel Moreno Madrigal; Mikhaylo Haliv; la Fundación Cadisla y la Asociación Amigos de la Gallina Negra Castellana (GANECA).

Cultivos como la almendra, el pistacho, el piñón, el higo o productos procedentes del huerto ecológico se comercializan de forma directa, con los mínimos intermediarios  y con los mercados locales como principal punto de destino, Así es la esencia de un proyecto forjado desde el trabajo, la ilusión e ideas muy claras.

La punta de lanza de La Barja es la ganadería ecológica con protagonismo de la gallina ponedora industrial y la gallina negra castellana. Se sigue la misma filosofía que en el caso de los productos agrícolas: la comercialización más directa posible, dirigida a los mercados locales.

Un gran proyecto en Las Balsillas. Eloisa Perales recibe con la complicidad y cercanía de costumbre a los periodistas que llegamos a la granja. Las instalaciones, que combinan armonicamente tradición y modernidad, se encuentran en Las Balsillas, nombre que le viene al paraje por las suaves oscilaciones del terreno. La tarde otoñal anuncia cambio de tiempo. Los trabajadores van y vienen y resulta todo un espectáculo ver a las gallinas  que se arremolinan en torno al empleado que lleva la comida. “Mi marido adquirió estos terrenos y estudiamos las posibilidades que había para montar un negocio. Nos decantamos por las gallinas y productos ecológicos. Soy un poco enreda (risas) y decidí dar un cambio a mi vida profesional y retomar la tradición que había en la familia de mi abuela, Anastasia Ramírez”, nos cuenta. 

“En esta granja hay dos tipos de manejo, -empieza explicando al mismo tiempo que nos va mostrando las instalaciones-. Tenemos la gallina Brown Nick, que es una raza híbrida pensada para que sea más ponedora, con las instalaciones preparadas para que una sola persona pueda trabajar con ellas. Y luego tenemos la gallina negra castellana, en número mucho más reducido, que sigue un poco el método de nuestra abuelas que criaban gallinas  y que viene a ser el sello distintivo de esta granja”.

La responsable de la granja, que lleva dos años de andadura, explica que la producción de huevos ecológicos implica “criar gallinas con alimentos libres de químicos o pesticidas, todo tiene que ser natural. Y, por supuesto, los animales tienen que criarse en libertad”.

Nos sorprenderán unos curiosos datos. La granja se encuentra en el punto más alto del término de Tomelloso, en una zona protegida por la existencia de restos del paleolítico superior. Justo al lado todavía asoman unas viejas murallas, restos de un antiguo sanatorio que acogía a personas que tenían problemas respiratorios.

La gallina negra castellana. El gran vector del proyecto es la gallina negra castellana. “Es una gallina muy bella. La hembra es más pequeña y el macho, como suele suceder en muchas especies del reino animal, es mucho más grande y bonito”. Los animales se van acostumbrando a nuestra presencia y, a veces, hasta parece que posan para la cámara. Nos deleitamos con el espectáculo de una gallina que cría a sus pollos en una cajón. “Les enseña a comer, a beber, la persiguen a todas partes. En cinco meses serán adultos y pondrán sus primeros huevos”, dice Eloísa que observa con cariño el movimiento eléctrico de los pequeños animales detrás de la madre.

La granjera  ofrece extensa y detallada información la gallina negra castellana. “Es la raza autóctona más antigua de Europa. En el siglo XII llegó a España y parece ser que fueron los árabes quienes la trajeron. Es muy rústica, aguanta muy bien el frío y el calor y no admite estar enjaulada, tiene que estar en libertad. No es muy ponedora, de ahí que se quedara únicamente para concursos y poco más, prácticamente desapareció, está declarada como especie en extinción. En España puede haber unas cinco mil, nosotros contamos con 250 y somos la granja que más gallina negra tiene en todo el país”.

El valor de la producción ecológica. Eloísa Perales va explicando el proceso de recría de la gallina, a la que ponen un anillo que viene a ser como su DNI, con su árbol genealógico de procedencia, fecha de nacimiento, en definitiva la trazabilidad de la gallina. El color amarillo de la yema de los huevos es otro indicador de su autenticidad natural, no hay colorantes. La yema es más densa y la cáscara es más dura. 

Perales defiende los valores de la producción ecológica que es la antítesis de la industrialización excesiva. “Durante esta pandemia se ha demostrado la importancia de una alimentación sana. Muchas enfermedades tienen su origen en una alimentación que deja mucho que desear”, afirma. 

Una gran acogida. Se siente muy satisfecha de la marcha de un proyecto que nació en una coyuntura económica muy complicada “agravado con la pandemia que provocó el cierre de la hostelería y tiendas y donde se retrajo mucho el consumo, pero hemos acabado teniendo una respuesta fabulosa. De hecho, la producción no es suficiente para atender toda la demanda que tenemos”. En La Barja trabajan para conquistar mercados mayores, pero con la sabia filosofía del poco a poco.

Además, Eloísa tiene claro que el sector de la alimentación es más seguro que otros. “Se puede prescindir del ocio y de algunos caprichos, pero tenemos que comer y el huevo es un producto de primera necesidad, rico en proteínas, muy versátil, pues ofrece numerosas posibilidades en la cocina. Por ejemplo,  unas natillas con huevos de nuestra granja están exquisitas”, asegura.

Fidelizar clientes, el gran logro. En Tomelloso, los huevos de La Barja se pueden adquirir en numerosos establecimientos y Eloisa relaciona algunos de ellos. “Panadería Feliciano es uno de nuestros principales clientes. Sus madalenas están elaboradas con los huevos de La Barja, que también podemos encontrar en la tienda de Jesús Baños en la calle Socuéllamos, en las hijas de Gabino Perona en avenida Antonio Huertas, en la carnicería Don Eugenio, en la carnicería de Rafael Martínez “El chino”, en La Casita del Pescador que regenta Isabel, en la frutería El tío Monene, en la de Miriam…Lo importante es que estamos logrando fidelizar a muchos de ellos porque nos siguen haciendo pedidos”

Cinco trabajadores, tres fijos y dos a tiempo parcial, trabajan en la granja. Tienen un convenio firmado con la Fundación Cadisla que aporta dos trabajadores. “Están muy motivados, trabajan muy bien y estamos encantados con ellos”, explica la propietaria que al final de la entrevista analiza el cambio que supuso dejar la dirección de una sucursal bancaria para implicarse de lleno en el proyecto de la granja. “Estoy en situación de excedencia y en julio tendré que decidir si vuelvo a la Caja. No sé lo que haré. Me apetecía dar un cambio en mi vida. En la granja soy dueña de mis tiempos y la compagino bien con mis obligaciones de concejala y la familia. Todo es cuestión de organizarse”.

Vemos como trabaja la incubadora, visitamos también la nave de envasado donde una curiosa maquina va clasificando los huevos en función de su tamaño, nos muestra un huevo que, alumbrado por una pequeña linterna, descubre el desarrollo del embrión. El oficio está lleno de secretos y aspectos curiosos. Las gallinas, fieles a su costumbre, empiezan a recogerse temprano. La entrevista llega a su fin y Eloísa nos despide junto a su esposo en las puertas de la casa. Obsequia a los periodistas con unas cajas de huevos, culminación de su atención exquisita y sincera. Nos vamos con la sensación de que su espíritu emprendedor, vocación y entrega llevarán su proyecto a buen puerto.