Opinión

Memento homo

Joaquín Patón Pardina | Domingo, 21 de Febrero del 2021
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“Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris”; esta frase es muy conocida en los ambientes religiosos sobre todo cristianos, y también entre las escasas gentes que hoy en día conocen el Latín.

Se usaba en las celebraciones litúrgicas de inicio de Cuaresma, justo en el momento de signar con ceniza la cabeza de alguna persona participante en la Eucaristía del Miércoles de Ceniza. En la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II se amplió la opción de utilizar otras frases como: “Conviértete y cree en el Evangelio”, quizás la más utilizada en los tiempos actuales.

La traducción es: “Recuerda hombre que eres polvo y al polvo volverás”.

La frase está tomada del libro del Génesis 3, 19, donde dice: «Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado. Porque eres polvo y al polvo tornarás» (1)

Traigo a colación esta frase para introducir una idea, que podría ser interesante para las personas cristianas practicantes y para las que no lo sean, como simple curiosidad cultural, porque estamos iniciando estos días, aunque no hayamos disfrutado del carnaval, el tiempo de preparación a la Pascua.

Llevamos, como dicen algunos pensadores pastoralistas cristianos, muchos días de cuaresma, demasiado tiempo…, desde que se expandió la pandemia nos hemos sometido y nos han obligado a infinidad de “sacrificios”, limitaciones, sufrimientos muy graves, y lo más doloroso las numerosas muertes de familiares, amigos, vecinos…

Es imprescindible que no se olvide, como se está haciendo por múltiples causas, que el final de la cuaresma no es la muerte y pasión de Jesucristo, sino la Pascua, el triunfo de la Vida sobre la muerte.

Mirar miopemente estas semanas desde sola penitencia, no tiene sentido nada más que para agobiar más a las personas, dominar sus sentimientos y asustar con la gravedad, que dicen que tiene, el  incumplimiento de los Mandamientos de Dios y de la Iglesia.

Es por todo ello por lo que la Cuaresma de este año deberíamos vivirla, opino, totalmente remozada. Llevamos demasiados siglos viviendo estos días al modo de los monjes de le Edad Media. En los templos: se multiplican los colores morados y negros, símbolos más propios de la muerte, del dolor del sufrimiento;  esculturas de tristeza, pasión, protagonistas de lo que se va a celebrar en Semana Santa.

Es conveniente que desviemos el objetivo, aún sin perder de vista, el conglomerado penitencial de  pecados, faltas y demás actos que deberíamos corregir.

Un tal Jesús que vivió en Palestina hace más de dos mil años, al que los cristianos reconocemos como el Señor, hacía presente a un Dios al que llamaba Abba (papaíto) no porque quisiera definirlo con tal palabra, sino por hacer más patente la ternura propia de un padre o una madre. Me atrevería a decir que era el intermediario de las CARICIAS de Dios a las personas, especialmente si éstas sufrían, estaban enfermas o “poseídas por algún espíritu inmundo”, como acostumbraban a llamar a las enfermedades psíquicas.

Jesús, El Señor, tocaba a los leprosos, cosa prohibida por la Ley de Moisés, porque se com-padecía de ellos, conectaba con su sufrimiento cuando los veía; (lo recordó el Arzobispo Carlos Osoro en la eucaristía del domingo pasado).

En nuestra sociedad, ampliada al mundo entero, hay muchas personas enfermas por la covid, o por otras enfermedades. Hay mucha gente que está perdiendo sus trabajos o sus empresas casi siempre familiares, con lo que se aumenta la desesperación, la angustia, el hambre…

Animo a cambiar la ceniza por sonrisas cariñosas, aunque se produzcan detrás de la mascarilla.

Animo a cambiar la ceniza por miradas compasivas con ojos de cariño.

Animo a cambiar la ceniza por manos tendidas transmisoras de caricias.

Animo a cambiar la ceniza por perfumes transformadores de angustias.

Animo a cambiar la ceniza por tiempos compartidos, aunque sean silenciosos, con los más olvidados.

Animo a cambiar la ceniza por el pan de cada día que enjugue las lágrimas del hambre actual.

Animo a cambiar la ceniza por palabras amables, sencillas portadoras de fuerza para el alma. 


(1)   La cita está tomada de La Santa Biblia (versión Biblia de Jerusalén, 1976) –online-

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