Hace ahora dos años me llamó la
atención un grupo feminista que se manifestaba delante de la plaza de toros de
nuestro pueblo. Se me ocurrió pensar que si los manifestantes se trasladaban
unos metros más allá, ante la residencia de ancianos San Víctor, su reivindicación
de la labor de la mujer en nuestro pueblo habría ganado peso y razón por la
encomiable misión de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Por ese
pensamiento nació el tema de este artículo que escribo a título personal y no
en virtud de mi responsabilidad de párroco.
Pensaba entonces en la paradoja
de que las grandes instituciones femeninas de nuestro pueblo apenas fueran
recordadas cuando se reivindica el papel de la mujer en nuestra localidad,
incluso, por parte de las propias mujeres. Las dos grandes instituciones
femeninas de Tomelloso en el siglo XX y, con probabilidad, de toda la historia
de nuestro pueblo, la ya citada residencia de ancianos San Víctor (desde 1891)
y, lo habrá adivinado el lector, el colegio La Milagrosa fundado por las Hijas
de la Caridad (1907-1995).
Tan rotunda afirmación se
sustenta en varios argumentos. En primer lugar, la larga trayectoria
(literalmente secular) de estas dos organizaciones, que arrancaron en el siglo
XIX, y una de ellas, la de las Hermanitas, continúa en el presente y Dios
quiera que se mantenga por muchos años. Si nos atenemos a la participación de
la mujer en su organización, de todos es conocida la composición exclusivamente
femenina de las congregaciones de monjas. Lo que supone, no lo olvidemos, que
la etapa formativa es llevada por mujeres, y que la dirección de sus proyectos,
entre los que se encuentran residencias, colegios, hospitales, también ha sido llevada
tradicionalmente por ellas.
Si valoramos la transcendencia
social de su misión en nuestro pueblo, nos encontramos, nada menos, con que han
erigido la primera residencia de ancianos de Tomelloso y, por otro lado, han
construido el colegio de niñas de la localidad. No fue casualidad que hayan elegido
desde el primer momento la acción sociosanitaria y la educativa, dos pilares
del buen funcionamiento de la sociedad y cuya mera existencia da testimonio de
una cuidada atención a las necesidades del Tomelloso de fines del XIX y de una
esmerada planificación. Y todo ello con una entrega total, plenamente
vocacional, muy por encima de las exigencias profesionales. Podría además
subrayar que, en el caso de las Hijas de la Caridad, su misión en nuestra
localidad se substancia en el hecho de que son mujeres que dan acceso a la
educación a las niñas en una etapa histórica lejana de nuestra historia y que,
en otros casos semejantes, esa misma misión se reivindica y celebra por el
espíritu pionero y valiente a favor de la promoción y ascenso social
(empoderamiento lo llaman hoy) de la mujer.
Por historia, composición
femenina y legado, repito, la Residencia San Víctor y el colegio La Milagrosa
son, a mi parecer, las dos grandes instituciones femeninas de Tomelloso. Y, sin
embargo, suelen pasar desapercibidas (invisibles se dice ahora) en la memoria
de la aportación de las mujeres en nuestro pueblo. Sin lugar a dudas, a ello
contribuye el nulo interés de las monjas por el autobombo (“Que no sepa tu mano
izquierda lo que hace tu mano derecha”, dice el Evangelio), pero no parece
razón suficiente para que esa aportación se olvide. Olvido que puede alcanzar,
lo decía arriba, incluso a quienes hacen manifestaciones reivindicativas del
papel social de la mujer.
Más allá del reconocimiento a
estas congregaciones religiosas con que comenzaba este escrito, que ellas desde
luego no buscan, el presente artículo quiere invitar en nuestra localidad a un
tipo de reconocimiento y de homenaje a la mujer que pueda ser compartido por
todos. Inclusivo, lo podíamos calificar, si usamos este manido adjetivo. En un
pueblo, y Tomelloso, aunque muy grande, es pueblo por la intensidad de sus
relaciones vecinales, debe primar en esta cuestión el aprecio a las mujeres
concretas, conocidas por todos; y, en la valoración de ellas, anteponer la
entrega, el servicio y el amor que estas hayan ofrecido, a su ideología.
Por otra parte, la reivindicación
de la mujer no puede limitarse a su abundante aportación al trabajo fuera de
casa o a las responsabilidades públicas, pues en tal caso dejamos fuera de foco
la inmensa contribución social que se desarrolla en la construcción de las
familias, en estrecha colaboración, claro está, con el varón. La familia es
mucho más que la esfera privada de afectos y de vínculos profundos, el hogar de
la infancia y, cuando las relaciones son sanas y cariñosas, la patria de la
felicidad adonde siempre se quiere volver. La familia es la célula fundamental
de la sociedad, su piedra angular insustituible. Es también la principal
entidad educativa. No está justificado omitir esta imprescindible contribución
a la sociedad de tantas mujeres. Bien sabemos que una de las causas principales
de problematicidad en la integración social es la familia “desestructurada”, es
decir, que la triste desgracia de no haber tenido un hogar donde sentirse
querido y cuidado en la infancia para muchos sigue pesando lamentablemente
después como una mochila insoportable a la hora de abrirse camino en la
sociedad.
Sin pretender cuestionar el
derecho a la batalla de las ideas o la legitimidad de la acción política, que
no es la intención de este escrito, estoy convencido de que, en un pueblo, en
el ámbito de las relaciones vecinales, el reconocimiento u homenaje a las
mujeres no debe realizarse por la convergencia de estas al ideario o al
movimiento feminista, o, quizá haya que decir en plural, a los idearios y
movimientos feministas, sino por la contribución que hayan aportado al bien de
nuestro pueblo. En efecto, no todas las mujeres se sienten representadas por el
movimiento feminista en su lenguaje, motivaciones, planteamientos familiares o
iniciativas políticas. Y, sin embargo, es de esperar que todas las mujeres (y
muchos hombres de bien) se sumen gustosos a la noble causa de valorar y
aplaudir a las mujeres, y también, ya puestos, a los hombres que han
engrandecido nuestro pueblo y han hecho un gran bien al prójimo. Confío en que
de esta manera tendremos memoria para todos. Desde estas líneas brindo por
todos ellos y hoy, especialmente, por todas ellas.
Eustaquio
Camacho Aldavero
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