De siempre
me han causado cierta admiración a la vez que bastante perplejidad, aquellos hombres y mujeres que siempre
tienen todo claro, personas tan seguras de sí mismas que no dudan nunca para
nada de lo que piensan, dicen o hacen. Hombres y mujeres que lideran
situaciones y colectivos del orden que sea con mano firme e inteligencia
agresiva, positiva, práctica y vital, transmitiendo seguridad y confianza en lo
que dicen y hacen. Sin embargo y paradójicamente, estos mismos suelen presentar
un comportamiento opuesto a la hora de creer en las ideas y acciones de los
demás. Personas que no dudan sobre nada de lo que ellas elaboran pero que dudan
metódicamente cual recalcitrantes cartesianos de lo que otros piensan.
Y en el otro extremo de las formas de ser y
actuar nos podemos encontrar a estos mismos cartesianos pero dudando de todo
aquello que ellos mismos son y piensan; los eternos dubitativos que “rumian y
rumian” pero nunca deciden nada por miedo a equivocarse. Estos últimos son al
contrario, personas que muy curiosamente confían con mayor facilidad en las
iniciativas de los demás.
Pues
bien, ninguna de estas personas me convence. Las primeras porque suelen ser
prepotentes dictadores y las segundas porque se convierten en perezosos
existenciales, siendo estos últimos lo que, creo, más abundan hoy. ¿Qué razones
aduzco para decir esto? Fundamentalmente en que vivimos dentro de una sociedad
donde las relatividades son como su quinta esencia. Hoy donde tantos pareceres
se mezclan a diario en un mundo en el que todos tenemos opinión, donde parece
que la verdad reside en el consenso de lo que opina la mayoría aunque sea lega
en la materia, toda verdad parece ser cuestión relativa.
Creo
que este concepto tan actual de relatividad puede responder a dos causas: La
primera puede ser debida al desconocimiento más absoluto sobre una determinada
cuestión. Hoy por ejemplo se opina de lo divino y de lo humano con un
desconocimiento que asusta. Y claro es que este desconocimiento más o menos
voluntario suele llevar a la visión escéptica sobre una materia. La segunda es
la que hace referencia al arte de saber dar con la justa medida en la
graduación de las cosas, del pensamiento, de los hechos y que a veces se
convierte en un mero juego de búsquedas sin pretensión de encontrar algo
concreto y útil. El relativismo es indeterminación por el excesivo análisis de
las “posibilidades que pueden ser posibles” valga la redundancia. El
escepticismo desemboca a la larga en un peligroso estado de necedad pues puede
suponer la falta de interés por toda realidad. En el relativismo y en el
escepticismo siempre aparecen las dudas pero existen entre las dos una profunda
diferencia; Relativizar es analizar, medir y creer con más garantías en una
determinada realidad a veces difícil de encontrar, el escepticismo es
descrédito y puede que hasta desprecio hacia el conocimiento de esa misma
realidad que no sea la de uno mismo. O sea, una vertiente del primero pero con
actitud pasiva. La pregunta surge, ¿puede ser que a la larga el relativismo
desemboque en el escepticismo?
Hasta este
punto hemos abordado la cuestión del parecido que puede haber entre relativismo
y escepticismo. Conceptos similares en principio y para nada semejantes en
cuanto a su pretensión, contenido y dinámica. En ambos conceptos existe la duda
como método de análisis pero con resultados diferentes. La relatividad como
duda apriorística en el análisis para el conocimiento de la verdad y el
escepticismo como incapacidad para conocer objetivamente. ¿Puede sin embargo el
relativismo, el constante análisis de las cosas, la duda como método, como
apriorismo llevar al hombre a un escepticismo real? La posibilidad existe
aunque no la certeza. La diferencia entre un relativista y un escéptico está en
la pre-postura que ambos adoptan ante los objetos o realidades a analizar. El
relativista duda con la intención de conocer mejor, el escéptico duda sin la
menor intención de conocer.
El relativista analiza realidades con sentido
inicial en sí mismas aunque carentes de valor completo por sí mismas. Una
realidad es completamente entendible en función de otras de igual sentido que
la limitan, ponderan e identifican. Para el escéptico ninguna realidad tiene
sentido porque no tiene significado en sí misma y al no estar definida de
contenido el hombre no puede captarla como tal ni a solas ni en relación con
otras. Lo que el hombre ve es apariencia.
Es lo que piensa Michel de Montaigne; no hay que creer en nada y
desconfiar de todo. Sin embargo Jean-Baptiste Poquelin, más conocido por
Moliere hereda su consejo de un ancestral proverbio latino; para conocer la
verdad se ha de dudar al menos una vez de todo. Es decir para conocer es
preciso dudar de todo lo que te ofrecen, así serás tú el que indague sobre la
verdad de lo ofrecido penetrando en ella. Para el relativista la realidad
existe aunque acotada y variable según a lo que se relacione. Para llegar a
satisfacer la duda el que duda, valga la redundancia ha de utilizar información
externa. Supone una capacidad de relación muy fuerte porque se han de
establecer comparaciones constantes y para nada definitivas. Para el escéptico
todo es un continuo sinsentido y es el sujeto quien de manera caprichosa ve ese
continuo sinsentido de una manera u otra. Para el relativista las cosas son las
que varían según se relacionen, para el escéptico las cosas no son en sí nada,
únicamente como las quiera ver el que las mira en cada momento.
La posibilidad
de que un relativista acabe siendo un escéptico está en su capacidad para
relacionar. A base de poner en entredicho la entidad de las cosas en sí mismas
puede acabar desnortado y engullido por ese mar de dudas y acabar confiando
solamente en su parecer. Dudar permanentemente de cualquier cosa supone vivir
sin estar convencido de que existen verdades en sí mismas y ese constante
oleaje de ideas hace que pueda perder la noción de donde está y hacia dónde se
dirige. Para Descartes que hizo de la duda un método, cuando se refiere a ella
dice que “es más cruel que la peor de las verdades”.
Y es
que el hombre necesita saber a dónde va aunque lo que le espere no sea de su
agrado. “Nunca es triste Sabina la verdad”.
Al
final tanto el relativista como el escéptico tiene en sus métodos de análisis y
en las conclusiones obtenidas la explicación de su verdad. Porque la verdad no es sino aquello que nos
convence por encima de todo.
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Miércoles, 1 de Mayo del 2024
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