Por las mañanas temprano iba a misa cubierta de mantos. Tan delgada era y esbelta que le sobraba vuelo por todos sitios. Tan claros sus ojos que no dejaban fijarse en lo negro. Y el resto del día entre los visillos de su balcón. Siempre igual. Los sábados les daba la cuenta a sus gañanes. Eran las únicas personas de su trato. Le salían pretendientes y no los miraba ni les contestaba las cartas. Hasta que se aburrían.
Con el tiempo engordó un poquito, le pintaron canas y se quitó los mantos. Pero por lo demás seguía igual. Alguien dijo una vez que la habían visto ir a misa con los labios pintados; y que se había enamorado de un cura joven. Pero la noticia no prosperó. Ella seguía igual. Sola en su balcón. En la Semana Santa colgaba dos reposteros. La única variación seria fue que hacía pocos años pusieron una antena de televisión en su tejado.
FRANCISCO GARCÍA PAVÓN.
Nuevas historias de Plinio. El caso de la habitación soñada
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Sábado, 4 de Mayo del 2024