Opinión

El anciano y la fuente (y 6)

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 17 de Abril del 2021
{{Imagen.Descripcion}}

Cuando Había terminado Juan su relato de la experiencia lejos de su casa, el hermano mayor Leví se dirigió a mí con la siguiente pregunta:

-Cálamus ¿Estarías dispuesto a escuchar también mi historia en este acontecimiento?

-No faltaría más, -respondí- y con mucho gusto, porque tengo la impresión de que va a ser muy interesante también, del modo que lo han sido todas las explicaciones, que me habéis dado. Cuando quieras, te escucho con toda atención.

-Sugiero, -cortó Marta, la mamá de familia-, que salgamos a dar una vuelta por el campo antes del ocaso del sol, quiero que disfrutes, Cálamus, de un cielo especial a estas horas. Vosotros, -dirigiéndose a sus hijos-, os laváis bien, tenéis un tufillo desagradable por el trabajo del día, y después de la cena, a la luz del candil, Leví te cuenta su punto de vista de la vivencia. Desde luego que dormirás en casa esta noche, no intentes buscar posada. Esta es tu casa, y tienes un sitio en la mesa, hasta que decidas marchar. ¿De acuerdo Cálamus?

-Claro que sí, Señora, -contesté-. Con el trato que me están dando ustedes, no me voy hasta que terminen de relatarme esta vivencia tan interesante para mí, pero más para ustedes, porque les  cambió la vida.

-Pues marchando. Vamos José, que necesitas mover un poco esos pies tuyos tan ligeros, -añadió Marta cogiendo a su esposo del brazo para salir juntos hacia la calle.

Pasear por el campo, conocer el camino famoso, de ida y vuelta, para  esta familia, volver a la fuente donde conocí a José y a Marta, sentirme como si yo fuese parte de ellos, fueron experiencias maravillosas, fue parecida a la que tuve con los pastores de Belén. Volvimos a la casa con la luz de la luna brillando por encima de las casas y el paisaje. La cena fue ligera, un vaso de leche y el pan que había sobrado a medio día; tengo que aclarar que en estos pueblos las mujeres preparan una especie de tortas por las mañanas, con la masa que han dejado fermentar toda la noche, las cuecen en las suelo caliente, habiendo apartado las ascuas o sobre unas parrillas.

Los dos hermanos llenaron sus vasos en varias ocasiones con la leche, que ellos mismos habían ordeñado por el día de sus ganados. Fue en la segundo repetición del llenado, cuando Leví levantó la mano derecha, y dirigiéndose a su padre le dijo:

-Padre, ¿puedo contar a Cálamus, mi vivencia? estoy ansioso por comenzar.

-Por mí cuando quieras, hijo, -contestó José a la petición de permiso de Leví.

Oído que hube la pregunta y la respuesta, me presté a la escucha y puse mi memoria a funcionar a toda rueda.

-Me pareció muy mal la partida de mi hermano Juan con su parte de la herencia, creo que llegué hasta maldecirlo. Se había enorgullecido tanto que, como sabes, exigió los bienes que le corresponderían, no ahora, si no a la muerte de mis padres. Ya has comprendido el dolor que sintieron con su marcha y el desprecio que sentía por todos nosotros. No tuvimos noticias suyas en ningún momento. Llegué a pensar que, posiblemente, hubiera muerto en alguna escaramuza en la que, fácilmente, podría haberse visto envuelto. Observaba cómo mis padres envejecían por el dolor, más que por los años vividos. De ningún modo comprendí nunca las razones de su huida, más que de su marcha.

-Pero es que además, -continuaba Leví, mientras yo no perdía ripio-, el día que por fin volvió, a mi padre no se le ocurre otra cosa que recibirlo con toda la algazara del mundo, como te han contado; manda matar el ternero cebado, que teníamos para comer todo el año; organiza una fiesta a la que invita no a los familiares, si no a medio pueblo; le puso ropas nuevas y un anillo que compró expresamente para el momento. Cuando llegué, deslomado de trabajar en el campo, me encontré con tan gran fiesta en mi casa. Me negué en rotundo a entrar, porque todo el mundo tenía traje de fiesta, y yo venía con las ropas sucias de sudor, y polvo de todo el día en las viñas.

-Incluso salió mi padre a la calle, -seguía hablando Leví-, me rogaba que entrara porque la gran fiesta era por Juan que había vuelto… Imposible que mi cabeza comprendiera lo que estaba sucediendo. Al sinvergüenza de mi hermano lo reciben con todos los honores y le preparan un banquete…, cuando deberían haberle negado la entrada, no solo a la casa, sino también al pueblo, era un impostor de los grandes.  Imposible de entender, creía que me volvía loco con aquella situación. ¡No había derecho! Al derrochador de los bienes de la familia se le recibía con honores de vencedor de guerras, al modo de los antepasados. No había justicia en el mundo que pudiera dar un veredicto favorable a lo que estaba sucediendo.

-Incluso me enfrenté con mi padre, ¡pobre de mí!, -mantenía Leví la palabra-, sin querer reconocer que aquel individuo era mi hermano, textualmente le dije: “…viene ese hijo tuyo…”, yo no paraba de ir y venir por la calle, arrepintiéndome mil veces de haber continuado en la casa, sirviendo a mis padres, cumpliendo fielmente la ley de Moisés. Renegaba de todo. Estaba hecho una furia, sin querer entrar en razón. Y sucedió que salió mi padre de casa, se acercó a mí, de su mano iba mi madre y me dijo: “Quiero decirte que la razón está evidentemente de tu parte, un juez no tendría nada que reprocharte, nada de tu comportamiento con nosotros ni del enfado que ahora te embarga.  Pero  convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado. Hemos recuperado un hijo. A tu madre y a mí no nos mueve la ley, por más que sea de Moisés, como dices. En nuestra actitud de personas, nos mueve el amor que os tenemos desde antes de nacierais; el amor que cada día Papa-Dios pone en la vida, en las personas, en la naturaleza,  en el cielo,  en los ríos… Nuestro corazón está hecho para perdonar, comprender, querer.   Juzgar, castigar, condenar es para los esclavos de las leyes de los hombres…

-Nunca podré olvidar aquella escena, mi padre me tomó de la mano sin soltar la de mi madre, -seguía Leví con su intervención-. Creo que pensaba que yo no cejaría en mi enfado, al fin y al cabo yo tenía derecho al berrinche. En mi mente se dibujaron dos sendas la del cumplimiento intachable, justo, legal, impertérrito, y la del perdón, comprensión, ternura, corazón.  La decisión fue fulminante. Me abracé a mis padres y,  habiendo aprendido del amor que siempre habían tendido conmigo, no dudé un instante. Ellos sí que valían la pena, mi hermano, mi familia sí que merecía mi cambio de actitud. Así que entré corriendo en la casa, y grité con todas mis fuerzas: ¡Hermanoooo! ¡Quiero darte el abrazo más grande y más fuerte que nunca  hayas recibido! Y mientras nos fundíamos le dije: “Qué suerte tener estos padres, y este hermano. Por fin he entendido lo vivido hasta ahora. Vale más un acto de amor que mil cumplimientos vacíos”.

Arranqué en un aplauso como si yo también hubiera estado presente en el momento que Leví recordaba. Había vivido paso a paso su relato. Se me había parado el tiempo.

Comenzaba a encenderse el ventanuco de nuestra estancia con los primeros rayos del sol naciente.

Había transcurrido la noche mientras revivíamos la vivencia que había marcado la historia de esta familia.

Era sábado y disponíamos de todo el día para continuar comentando momentos importantes de nuestras vidas.

Fin

1538 usuarios han visto esta noticia
Comentarios

Debe Iniciar Sesión para comentar

{{userSocial.nombreUsuario}}
{{comentario.usuario.nombreUsuario}} - {{comentario.fechaAmigable}}

{{comentario.contenido}}

Eliminar Comentario

{{comentariohijo.usuario.nombreUsuario}} - {{comentariohijo.fechaAmigable}}

"{{comentariohijo.contenido}}"

Eliminar Comentario

Haga click para iniciar sesion con

facebook
Instagram
Google+
Twitter

Haga click para iniciar sesion con

facebook
Instagram
Google+
Twitter
  • {{obligatorio}}