En anterior escrito me ocupaba de la relación de doña Emilia
Pardo Bazán con Tomelloso. Hoy lo hago de la referencia a esta ciudad contenida
en una obra del que fuera su amante, el insigne novelista canario don Benito
Pérez Galdós, del que también acaba de celebrarse el centenario de su
nacimiento.
Es conocida, por documentada en
la correspondencia de doña Emilia, a veces subida de tono, la relación, primero amistosa y después
amorosa, entre los dos grandes escritores a partir de 1888, cuando don Benito
tenía 45 años y ella 37, una vez separada de su marido; correspondencia de la
que nos han dado noticia en el libro “Miquiño mío”: Cartas a Galdós, Turner,
2013, Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández; relación que, tras pasar por la
crisis de la infidelidad de doña Emilia con José Lázaro Galdiano y
reconciliación ulterior, se enfriaría a partir de que, en 1890, Galdós comenzara una nueva, en Santander, con
la bella modelo analfabeta, Lorenza Cobián, con la que tendría a la única hija por
él reconocida, María. Relación epistolar mantenida amistosamente hasta 1915,
por lo que ponemos en tela de juicio esa ingeniosa anécdota que se les achaca
del reciproco ácido saludo, en el que al “Adiós, viejo chocho”, de doña Emilia,
él la respondió con las mismas tres palabras, solo que alterando el orden de
las dos últimas.
A pesar de la abundante
producción literaria de don Benito, suele citársele como el autor de Fortunata
y Jacinta o de los Episodios Nacionales. En uno de ellos está la mención de
Tomelloso.
La batalla de
los Arapiles, décima y última novela de la primera serie de los Episodios Nacionales, se
publicó en 1875. En ella, un treintañero don Benito narra la última
batalla de las fuerzas españolas, portuguesas y británicas mandadas por Lord
Wellington, contra las tropas francesas al mando, a su
vez, del mariscal Marmont, que tuvo lugar el 22 de
julio de 1812, en los alrededores de los montes Arapiles, Chico y Grande, en las
proximidades de Salamanca. Para ello, Galdós se
sirve del protagonista de la narración, el comandante Gabriel Araceli.
Están en fechas previas a la
batalla.
“Después de
larguísima jornada durante la tarde y gran parte de una hermosísima noche de
Junio, España, [el general Carlos de España
(1775-1839)] ordenó que descansásemos en
Santibáñez de Valvaneda, pueblo que está sobre el camino de Béjar a Salamanca”.
Acomodados “en el mejor aposento de una casa con resabios de palacio y honores de
mesón”, Araceli despierta
sobresaltado de un sueño y llama a su asistente Tribaldos que acude
presto.
“-Mi
comandante -dijo Tribaldos sacando el sable para dar tajos en el aire a un lado
y otro- esos pillos no quieren dejarnos dormir esta noche. ¡Afuera,
tunantes! ¿Pensáis que os tengo miedo?
-¿Con quién
hablas?
-Con los
duendes, señor -repuso-. Han venido a divertirse con usía, después que jugaron
conmigo. Uno me cogía por el pie derecho, otro por el izquierdo, y otro más feo
que Barrabás atome una cuerda al cuello, con cuyo tren y el tirar por aquí y
por allí me llevaron volando a mi pueblo
para que viese a Dorotea hablando con el sargento Moscardón.
-¿Pero
crees tú en duendes?
-¡Pues no
he de creer, si los he visto! Más paseos he dado con ellos que pelos tengo en
la cabeza -repuso con acento de convicción profunda-. Esta casa está llena de
sus señorías.”
Araceli manda a Tribaldos que indague el motivo
del ruido del patio y este, solícito, vuelve a informar a su comandante que son
unos comiquillos que van a Salamanca para representar en las fiestas de San
Juan. Y, a renglón seguido, se desarrolla el siguiente diálogo entre ambos:
-¡Malditos
sean los cómicos! Es la peor raza de bergantes que hormiguea en el mundo.
-Si yo
fuera D. Carlos España -dijo mi asistente demostrándome los sentimientos
benévolos de su corazón- cogería a todos los de la compañía, y llevándoles al
corral, uno tras otro, a toditos les arcabuceaba.
-Tanto, no.
-Así
dejarían de hacer picardías. Pedrezuela y su endemoniada mujer la María Pepa
del Valle, cómicos eran. Había que ver con qué talento hacía él su papel de
comisionado regio y ella el de la señora comisionada regia. De tal modo
engañaron a la gente, que en todos los pueblos por donde corrían les creyeron, y en el Tomelloso, que es el mío, y no es
tierra de bobos, también.
-Ese
Pedrezuela -dije, sintiendo que el sueño se apoderaba nuevamente de mí- fue el
que en varios pueblos de la margen del Tajo condenó a muerte a más de sesenta
personas.
-El mismo
que viste y calza -repuso- pero ya las pagó todas juntas, porque cuando el
general Castaños y yo fuimos a ayudar al lord en el bloqueo de Ciudad-Rodrigo, cogimos a Pedrezuela
y a su mujercita y los fusilamos contra una tapia. Desde entonces, cuando veo
un cómico, muevo el dedo buscando el gatillo.”
Sic.
Frente a los que han utilizado a los naturales de
Tomelloso como fuente de chistes, poniéndoles como prototipo de rudos o
palurdos, Galdós, por boca del
tomellosero Tribaldos, reconocía no ser Tomelloso, precisamente, “tierra
de bobos”.
Madrid, 24 de junio de 2021
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Martes, 23 de Abril del 2024
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