Opinión

Tomelloso en Azorín

Juan José Sánchez Ondal | Domingo, 29 de Agosto del 2021
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Al tratar de “Tomelloso y doña Emilia Pardo Bazán” hacíamos mención a la propuesta de Mariano de Cavia en El Imparcial  del miércoles, 2 de diciembre de 1903, para organizar “la más luminosa y esplendorosa fiesta en honor de la mejor gloria de su raza, de su habla y de su alma nacional”,   en exaltación del tercer centenario de la primera parte de El Quijote, para mayo de 1905.

Llegado este año el escritor, novelista, ensayista, dramaturgo y periodista Azorin (José Augusto Trinidad Martínez Ruiz, Monovar, 8 de junio de 1873-Madrid, 2 de marzo de 1967)  se brinda a hacer un recorrido por la Mancha y remitir a El Imparcial una serie de artículos bajo el título de “La ruta de Don Quijote” que comienza a publicar el El Imparcial (Madrid. 1867) el  4/3/1905, página 1,  y concluye el   25/3/1905, página 1. 

Esos artículos serian después  reunidos en el libro con el mismo título, “La ruta de Don Quijote”,  que aparecería ese mismo año de 1905.

Azorín, partiendo de Madrid se desplaza en tren a Argamasilla de Alba donde se hospeda en la Fonda de la Xantipa, para escribir  de su psicología y ambiente y de sus académicos, trazando las siluetas de algunos personajes argamasillereos (La Xantipa -de la que nos ha dado noticia de su vida, milagros y padecimientos, en su trabajo titulado “La Xantipa, un personaje cervantino”, Pilar Serrano de Menchén, en este periódico, el sábado 21 de Agosto del 2021- Juana María,  don Rafael y Martín). De allí realiza su primera salida acompañado de Miguel en “un diminuto y destartalado carro” tirado por “una jaquita microscópica” hasta Puerto Lápice, donde, en compañía de don José Antonio, el médico, visita el solar de la venta en que, se sostiene que, tras velar sus armas una noche de luna, Don Quijote fue armado caballero.

 Continúa a Ruidera; visita al castillo de Peñaroya y la ermita, el batán  y, de ahí,  a la cueva de Montesinos. La siguiente jornada, en tren, es a Criptana a contemplar los molinos, que, nos dice Azorín, “cuando vivía Don Quijote [eran] una novedad estupenda; se habían implantado en La Mancha en 1575”, Y participa en la fiesta con los Sanchos de Criptana. Sigue a El Toboso, a visitar la casa de Dulcinea “convertida en almazara prosaica”. Luego celebra tertulia con los “miguelistas” que sostienen que Miguel (de Cervantes) era de Alcázar, pero su abuelo era del Toboso. Y cierra el círculo de  sus correrías en la “capital geográfica de La Mancha”, en Argamasilla, de donde partió en la primera salida.

En tres de estos capítulos Azorín menciona  a Tomelloso. En el último, el XV “La exaltación española”, hace una exaltación de Tomelloso en comparación con Argamasilla. De ella escribe: “El pueblo duerme en reposo denso; nadie hace nada; las tierras son apenas rasgadas por el arado celta; los huertos están abandonados… los jornaleros de este pueblo ganan dos reales menos que los de los pueblos cercanos.” Frente a esto: “Tomelloso, sin agua, sin más riegos que el caudal de los pozos, abastece de verduras a Argamasilla, donde el Guadiana, sosegado, a flor de tierra, cruza el pueblo y atraviesa las huertas”;  y se disculpa por ello: “Perdonadme, buenos y nobles amigos míos de Argamasilla; vosotros mismos me habéis dado estos datos”.

En el  capítulo VI,  “Siluetas de Aragamasilla”, al trazar la de la mujer manchega, dice de Juana María, ser “delgada, esbelta; sus ojos son azules; su cara es ovalada; sus labios son rojos.” Se pregunta: “¿Es manchega Juana María? ¿Es de Argamasilla? ¿Es del Tómelloso? ¿Es de Puerto Lapice? ¿Es de Herencia?” y afirma de ella, y de todas las mujeres manchegas castizas, lisonjero, galante: “Juana María es manchega castiza. Y cuando una mujer es manchega castiza, como Juana María, tiene el espíritu más fino, más sutil, más discreto, más delicado que una mujer puede tener.”

 Pero es en el capítulo  V, “La Academia de Argamasilla”, en el que, además de  mencionar a Tomelloso, expone su opinión sobre el “argamasillismo” o “argamasillerismo” de la estancia de Cervantes y de la cuna de Don Quijote.

Azorín se hace eco, sin duda,  de la polémica que se suscitó dos años antes, en relación con las cartas de doña Emilia Pardo Bazán, sin nombrarla, pero en una evidente referencia tácita,  difusa, a los eruditos por ella citados y al galleguismo de Cervantes. Lo hace en forma de diálogo, primero con el clérigo D. Cándido y luego en la rebotica de don  Carlos Gómez, concluyendo con una dudosa, cortés  y diplomática conversión. En el diálogo se pone de manifiesto, a juicio de los académicos argamasilleros, o, al menos de don Cándido, la enemiga de los de Tomelloso con Argamasilla, -frecuente entre pueblos colindantes- y la referencia a la estancia en Tomelloso de Cánovas del Castillo, a la que nos referimos en nuestro artículo “Tomelloso en Cánovas del Castillo.”  

Son las diez de la mañana, Azorín ha ido a visitar a don Cándido a su casa, “una casa amplia, clara, nueva y limpia; en el centro hay un patio con un zócalo de relucientes azulejos; todo en torno corre una galería.” Sube y entra en el comedor donde se encuentra don Cándido al amor de la lumbre que arde en  una “chimenea de mármol negro, en que las llamas se mueven rojas.” El dialogo se desarrolla así:

“-Señor Azorín, ¿ha visto usted ya las antigüedades de nuestro pueblo?

Yo he visto ya las antigüedades de Argamasilla de Alba.

-Don Cándido –me atrevo yo a decir- he estado esta mañana en la casa que sirvió de prisión a Cervantes; pero…

 Al llegar aquí me detengo un momento; don Cándido —este clérigo tan limpio, tan afable, — me mira con una vaga ansia. Yo continúo:

—Pero respecto de esta prisión dicen ahora los eruditos que...

Otra vez me vuelvo á detener en una breve pausa; las miradas de D. Cándido son más ansiosas, más angustiosas. Yo prosigo:

Dicen ahora los eruditos que no estuvo, encerrado en ella Cervantes.

Yo no sé con entera certeza si dicen tal cosa los eruditos; mas el rostro de D. Cándido se llena de sorpresa, de asombro, de estupefacción.

— ¡Jesús! ¡Jesús!—exclama D. Cándido llevándose las manos a la cabeza escandalizado.

-- ¡No diga usted tales cosas, Sr. Azorín! ¡Señor, señor, que tenga uno de oír unas cosas tan enormes! Pero, ¿qué más, Sr. Azorín? ¡Si se ha dicho que Cervantes es gallego! ¿Ha oído usted nunca algo más estupendo?

Yo no he oído, en efecto, nada más estupendo; así sé lo confieso lealmente á D. Cándido. Pero sí estoy dispuesto á creer firmemente que Cervantes era manchego y estuvo encerrado en Argamasilla, en cambio —perdonadme mi incredulidad, — me resisto a secundar la idea de que D. Quijote vivió en este lugar manchego. Y entonces, cuando he acabado de exponer tímidamente, con toda cortesía, esta proposición, D. Cándido me mira con ojos del mayor espanto, de una más profunda estupefacción y grita extendiendo hacia mí sus brazos:

— ¡No, no, por Dios! ¡No, no, Sr. Azorín! ¡Llévese usted á Cervantes; lléveselo usted en buena hora; pero déjenos usted á D. Quijote! D. Cándido se ha levantado a impulsos de su emoción; yo pienso que he cometido una indiscreción enorme.

 — Ya sé, Sr. Azorín, de dónde viene todo eso —dice D. Cándido;—Ya sé que hay ahora una corriente en contra de Argamasilla; pero no se me oculta que estas ideas arrancan de cuando Cánovas iba al Tomelloso y allí le llenaban la cabeza de cosas en perjuicio de nosotros. ¿Usted no conoce la enemiga que los del Tomelloso tienen á Argamasilia? Pues yo digo que  Don Quijote era de aquí; Don Quijote era el propio D. Rodrigo de Pacheco, el que está retratado en nuestra iglesia, y no podrá nadie, nadie, por mucha ciencia, destruir esta tradición en que todos han creído y que se ha mantenido siempre tan fuerte y tan constante…

¿Qué voy a decirle yo a D. Cándido, a este buen clérigo, modelo de afabilidad y de discreción, que vive en esta casa tan confortable, que viste estos hábitos tan limpios? Ya creo yo también a pies juntillas  que don Alonso Quijano el Bueno era de este insigne pueblo manchego.”

Como hemos puesto de manifiesto en nuestros trabajos “Más sobre Tomelloso y doña Emilia Pardo Bazán” y en “Tomelloso en Cánovas del Castillo”,  don Cándido, que menciona el galleguismo de Cervantes  y  achaca a Tomelloso la enemiga en este tema, es injusto ya que “El Obrero de Tomelloso” hizo una defensa a ultranza de Aragamasilla, de la estancia en ella de Cervantes, de ser el pueblo del que éste no quería acordarse y de ser la cuna de Sancho, atacando a doña Emilia Pardo Bazán por haber puesto en tela de juicio que la cueva de Medrano fuera la prisión en que estuvo el Manco de Lepanto.

Después de este coloquio de Azorín con el clérigo, ambos se dirigen a la Academia.

“La Academia es la rebotica del señor licenciado D.  Carlos Gómez; ya en el camino hemos encontrado á D. Luis… de Móntalbán. Don Luis es el tipo castizo, inconfundible del viejo hidalgo castellano. D. Luis es menudo, nervioso, movible, flexible, acerado, aristocrático; hay en él una suprema, una instintiva distinción de gestos y de maneras; sus ojos llamean, relampaguean, y puesta en su cuello una ancha y tiesa gola, D. Luis sería uno de estos finos, espirituales caballeros que el Greco ha retratado en su cuadro famoso del Entierro.

—Luis—le dice su hermano D. Cándido;

— ¿Sabes lo que dice el Sr. Azorín? Que D, Quijote no ha vivido nunca en Argamasilla.

 D. Luis me mira un brevísimo momento en silencio; luego se inclina un poco y dice, tratando de reprimir con una exquisita cortesía su sorpresa:

 --Sr. Azorín, yo respeto todas las opiniones; pero sentiría en el alma, sentiría profundamente, que á Argamasilla se le quisiera arrebatar esta gloria. Eso—añade sonriendo con una sonrisa afable—creo que es una broma de usted. 

—Efectivamente—confieso yo con entera sinceridad; — efectivamente, eso no pasa de ser una broma mía sin importancia.

Y ponemos nuestras plantas en la botica, después pasamos á una pequeña estancia que 'detrás de ella se abre. Aquí, sentados, están D. Carlos, D. Francisco, D. Juan Alfonso…

-Señores –dice don Luis cuando ya hemos entrado en una charla amistosa, sosegada, llena de una honesta ironía- señores, ¿a que no adivinan ustedes  lo que ha dicho el señor Azorín?

Yo miro a don Luis sonriendo; todas las miradas se clavan, llenas de interés, en mi persona.

-El señor Azorín –prosigue don Luis, al mismo tiempo que me mira como pidiéndome perdón por su discreta chanza-, el señor Azorín decía que Don Quijote no  ha existido nunca en Argasmasilla, es decir, que Cervantes no ha tomado su tipo de Don Quijote de nuestro convecino don Rodrigo Pacheco.

-¡Caramba! –exclama don Juan Alfonso.

-¡Hombre, hombre! –dice don Francisco.

-¡Demonio! –grita vivamente don Carlos, echándose hacia atrás su gorra de visera.

Y yo permanezco un instante silencioso, sin saber qué decir ni cómo justificar mi audacia: mas don Luis añade al momento que yo estoy ya convencido de que Don Quijote vivió en Argamasilla, y todos entonces me miran con una  profunda gratitud, con un intenso reconocimiento. Y todos charlamos como viejos amigos….”

Sic.

Madrid,  28 de agosto de 2021.

 

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