Al tratar de “Tomelloso y doña Emilia Pardo Bazán” hacíamos
mención a la propuesta de Mariano de Cavia en El Imparcial del miércoles, 2 de diciembre de 1903, para
organizar “la más luminosa y esplendorosa
fiesta en honor de la mejor gloria de su raza, de su habla y de su alma
nacional”, en exaltación del tercer centenario de la primera
parte de El Quijote, para mayo de 1905.
Llegado este año el escritor,
novelista, ensayista, dramaturgo y periodista Azorin (José Augusto Trinidad Martínez
Ruiz, Monovar, 8 de junio de 1873-Madrid, 2 de marzo de 1967) se brinda a hacer un recorrido por la Mancha y
remitir a El Imparcial una serie de artículos bajo el título de “La ruta de Don
Quijote” que comienza a publicar el El
Imparcial (Madrid. 1867) el 4/3/1905, página 1, y concluye el
25/3/1905, página 1.
Esos artículos serian después
reunidos en el libro con el mismo título, “La ruta de Don Quijote”, que aparecería ese mismo año de 1905.
Azorín, partiendo de Madrid se desplaza en tren a Argamasilla
de Alba donde se hospeda en la Fonda de la Xantipa, para escribir de su psicología y ambiente y de sus
académicos, trazando las siluetas de algunos personajes argamasillereos (La Xantipa
-de la que nos ha dado noticia de su vida, milagros y padecimientos, en su
trabajo titulado “La Xantipa, un personaje cervantino”, Pilar Serrano de
Menchén, en este periódico, el sábado 21 de Agosto del 2021- Juana
María, don Rafael y Martín). De allí
realiza su primera salida acompañado de Miguel en “un diminuto y destartalado carro” tirado por “una jaquita microscópica” hasta Puerto Lápice, donde, en compañía
de don José Antonio, el médico, visita el solar de la venta en que, se sostiene
que, tras velar sus armas una noche de luna, Don Quijote fue armado caballero.
Continúa a Ruidera;
visita al castillo de Peñaroya y la ermita, el batán y, de ahí,
a la cueva de Montesinos. La siguiente jornada, en tren, es a Criptana a
contemplar los molinos, que, nos dice Azorín, “cuando vivía Don Quijote [eran] una novedad estupenda; se habían implantado en La Mancha en 1575”,
Y participa en la fiesta con los Sanchos de Criptana. Sigue a El Toboso, a
visitar la casa de Dulcinea “convertida
en almazara prosaica”. Luego celebra tertulia con los “miguelistas” que
sostienen que Miguel (de Cervantes) era de Alcázar, pero su abuelo era del
Toboso. Y cierra el círculo de sus
correrías en la “capital geográfica de La
Mancha”, en Argamasilla, de donde partió en la primera salida.
En tres de estos capítulos Azorín menciona a Tomelloso. En el último, el XV “La
exaltación española”, hace una exaltación de Tomelloso en comparación con Argamasilla.
De ella escribe: “El pueblo duerme en
reposo denso; nadie hace nada; las tierras son apenas rasgadas por el arado
celta; los huertos están abandonados… los jornaleros de este pueblo ganan dos
reales menos que los de los pueblos cercanos.” Frente a esto: “Tomelloso,
sin agua, sin más riegos que el caudal de los pozos, abastece de verduras a Argamasilla,
donde el Guadiana, sosegado, a flor de tierra, cruza el pueblo y atraviesa las
huertas”; y se disculpa por
ello: “Perdonadme, buenos y nobles amigos
míos de Argamasilla; vosotros mismos me habéis dado estos datos”.
En el capítulo VI, “Siluetas de Aragamasilla”, al trazar la de la
mujer manchega, dice de Juana María, ser “delgada,
esbelta; sus ojos son azules; su cara es ovalada; sus labios son rojos.” Se
pregunta: “¿Es manchega Juana María? ¿Es
de Argamasilla? ¿Es del Tómelloso?
¿Es de Puerto Lapice? ¿Es de Herencia?” y afirma de ella, y de todas las
mujeres manchegas castizas, lisonjero, galante: “Juana María es manchega castiza. Y cuando una mujer es manchega
castiza, como Juana María, tiene el espíritu más fino, más sutil, más discreto,
más delicado que una mujer puede tener.”
Pero es en el
capítulo V, “La Academia de
Argamasilla”, en el que, además de mencionar a Tomelloso, expone su opinión sobre
el “argamasillismo” o “argamasillerismo” de la estancia de Cervantes y de la
cuna de Don Quijote.
Azorín se hace eco, sin duda,
de la polémica que se suscitó dos años antes, en relación con las cartas
de doña Emilia Pardo Bazán, sin nombrarla, pero en una evidente referencia
tácita, difusa, a los eruditos por ella
citados y al galleguismo de Cervantes. Lo hace en forma de diálogo, primero con
el clérigo D. Cándido y luego en la rebotica de don Carlos Gómez, concluyendo con una dudosa,
cortés y diplomática conversión. En el
diálogo se pone de manifiesto, a juicio de los académicos argamasilleros, o, al
menos de don Cándido, la enemiga de los de Tomelloso con Argamasilla, -frecuente
entre pueblos colindantes- y la referencia a la estancia en Tomelloso de
Cánovas del Castillo, a la que nos referimos en nuestro artículo “Tomelloso en
Cánovas del Castillo.”
Son las diez de la mañana, Azorín ha ido a visitar a don
Cándido a su casa, “una casa amplia,
clara, nueva y limpia; en el centro hay un patio con un zócalo de relucientes
azulejos; todo en torno corre una galería.” Sube y entra en el comedor
donde se encuentra don Cándido al amor de la lumbre que arde en una “chimenea
de mármol negro, en que las llamas se mueven rojas.” El dialogo se
desarrolla así:
“-Señor Azorín, ¿ha
visto usted ya las antigüedades de nuestro pueblo?
Yo he visto ya las
antigüedades de Argamasilla de Alba.
-Don Cándido –me atrevo
yo a decir- he estado esta mañana en la casa que sirvió de prisión a Cervantes;
pero…
Al llegar aquí me detengo un momento; don
Cándido —este clérigo tan limpio, tan afable, — me mira con una vaga ansia. Yo
continúo:
—Pero respecto de esta
prisión dicen ahora los eruditos
que...
Otra vez me vuelvo á
detener en una breve pausa; las miradas de D. Cándido son más ansiosas, más
angustiosas. Yo prosigo:
—Dicen ahora los eruditos que no estuvo, encerrado en ella Cervantes.
Yo no sé con entera
certeza si dicen tal cosa los eruditos; mas el rostro de D. Cándido se llena de
sorpresa, de asombro, de estupefacción.
— ¡Jesús!
¡Jesús!—exclama D. Cándido llevándose las manos a la cabeza escandalizado.
-- ¡No diga usted tales
cosas, Sr. Azorín! ¡Señor, señor, que tenga uno de oír unas cosas tan enormes!
Pero, ¿qué más, Sr. Azorín? ¡Si se ha
dicho que Cervantes es gallego! ¿Ha oído usted nunca algo más estupendo?
Yo no he oído, en
efecto, nada más estupendo; así sé lo confieso lealmente á D. Cándido. Pero sí
estoy dispuesto á creer firmemente que Cervantes era manchego y estuvo
encerrado en Argamasilla, en cambio —perdonadme mi incredulidad, — me resisto a
secundar la idea de que D. Quijote vivió en este lugar manchego. Y entonces,
cuando he acabado de exponer tímidamente, con toda cortesía, esta proposición,
D. Cándido me mira con ojos del mayor espanto, de una más profunda
estupefacción y grita extendiendo hacia mí sus brazos:
— ¡No, no, por Dios! ¡No,
no, Sr. Azorín! ¡Llévese usted á Cervantes; lléveselo usted en buena hora; pero
déjenos usted á D. Quijote! D. Cándido se ha levantado a impulsos de su
emoción; yo pienso que he cometido una indiscreción enorme.
— Ya sé, Sr. Azorín, de dónde viene todo eso
—dice D. Cándido;—Ya sé que hay ahora una corriente en contra de Argamasilla;
pero no se me oculta que estas ideas arrancan de cuando Cánovas iba al Tomelloso y allí le llenaban la cabeza de cosas en
perjuicio de nosotros. ¿Usted no conoce
la enemiga que los del Tomelloso tienen á Argamasilia? Pues yo digo
que Don Quijote era de aquí; Don Quijote
era el propio D. Rodrigo de Pacheco, el que está retratado en nuestra iglesia,
y no podrá nadie, nadie, por mucha ciencia, destruir esta tradición en que todos
han creído y que se ha mantenido siempre tan fuerte y tan constante…
¿Qué voy a decirle yo a
D. Cándido, a este buen clérigo, modelo de afabilidad y de discreción, que vive
en esta casa tan confortable, que viste estos hábitos tan limpios? Ya creo yo también
a pies juntillas que don Alonso Quijano
el Bueno era de este insigne pueblo manchego.”
Como hemos puesto de manifiesto en nuestros trabajos “Más
sobre Tomelloso y doña Emilia Pardo Bazán” y en “Tomelloso en Cánovas del
Castillo”, don Cándido, que menciona el
galleguismo de Cervantes y achaca a Tomelloso la enemiga en este tema,
es injusto ya que “El Obrero de Tomelloso” hizo una defensa a ultranza de
Aragamasilla, de la estancia en ella de Cervantes, de ser el pueblo del que
éste no quería acordarse y de ser la cuna de Sancho, atacando a doña Emilia
Pardo Bazán por haber puesto en tela de juicio que la cueva de Medrano fuera la
prisión en que estuvo el Manco de Lepanto.
Después de este coloquio de Azorín con el clérigo, ambos se
dirigen a la Academia.
“La Academia es la
rebotica del señor licenciado D. Carlos
Gómez; ya en el camino hemos encontrado á D. Luis… de Móntalbán. Don Luis es el
tipo castizo, inconfundible del viejo hidalgo castellano. D. Luis es menudo, nervioso,
movible, flexible, acerado, aristocrático; hay en él una suprema, una
instintiva distinción de gestos y de maneras; sus ojos llamean, relampaguean, y
puesta en su cuello una ancha y tiesa gola, D. Luis sería uno de estos finos,
espirituales caballeros que el Greco ha retratado en su cuadro famoso del
Entierro.
—Luis—le dice su
hermano D. Cándido;
— ¿Sabes lo que dice el
Sr. Azorín? Que D, Quijote no ha vivido nunca en Argamasilla.
D. Luis me mira un brevísimo momento en
silencio; luego se inclina un poco y dice, tratando de reprimir con una
exquisita cortesía su sorpresa:
--Sr. Azorín, yo respeto todas las opiniones;
pero sentiría en el alma, sentiría profundamente, que á Argamasilla se le
quisiera arrebatar esta gloria. Eso—añade sonriendo con una sonrisa afable—creo
que es una broma de usted.
—Efectivamente—confieso
yo con entera sinceridad; — efectivamente, eso no pasa de ser una broma mía sin
importancia.
Y ponemos nuestras
plantas en la botica, después pasamos á una pequeña estancia que 'detrás de
ella se abre. Aquí, sentados, están D. Carlos, D. Francisco, D. Juan Alfonso…
-Señores –dice don Luis
cuando ya hemos entrado en una charla amistosa, sosegada, llena de una honesta
ironía- señores, ¿a que no adivinan ustedes
lo que ha dicho el señor Azorín?
Yo miro a don Luis
sonriendo; todas las miradas se clavan, llenas de interés, en mi persona.
-El señor Azorín
–prosigue don Luis, al mismo tiempo que me mira como pidiéndome perdón por su
discreta chanza-, el señor Azorín decía que Don Quijote no ha existido nunca en Argasmasilla, es decir,
que Cervantes no ha tomado su tipo de Don Quijote de nuestro convecino don
Rodrigo Pacheco.
-¡Caramba! –exclama don
Juan Alfonso.
-¡Hombre, hombre! –dice
don Francisco.
-¡Demonio! –grita
vivamente don Carlos, echándose hacia atrás su gorra de visera.
Y yo permanezco un
instante silencioso, sin saber qué decir ni cómo justificar mi audacia: mas don
Luis añade al momento que yo estoy ya convencido de que Don Quijote vivió en
Argamasilla, y todos entonces me miran con una
profunda gratitud, con un intenso reconocimiento. Y todos charlamos como
viejos amigos….”
Sic.
Madrid, 28 de agosto
de 2021.
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Jueves, 1 de Mayo del 2025
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