A lo largo
de 12 semanas hemos intentado abordar los colosales problemas a los que se
enfrenta la humanidad en los próximos años, con la idea de aportar datos y provocar
un debate ciudadano sobre los cambios caóticos del clima que se están
produciendo, derivados de la actividad humana. Gases de efecto invernadero
(GEIs) emitidos por la actividad industrial, agraria, marítima y de la vida
cotidiana han alterado el clima de manera catastrófica.
El inicio de
esta serie de artículos empezaba planteando un trilema: ¿es posible
seguir con el mantra de crecimiento de la economía, produciendo bienes con la
consiguiente emisión de GEIs y al mismo tiempo reducir las emisiones de GEIs
para mitigar el cambio climático?
El cambio
del clima ya no es discutible: científicos y gobiernos de todo el planeta lo
confirman. Y advierten: pasar de las energías “sucias” (carbón, petróleo y gas)
a las renovables limpias (eólica, solar, hidroeléctrica…) no será suficiente si
no hay cambios radicales en el sistema social: hay que modificar cómo
trabajamos, cómo viajamos y cómo nos alimentamos. En España el código de la
construcción obliga a instalar colectores solares térmicos en los nuevos
edificios para calentar el agua sanitaria. En Inglaterra ya es obligatorio
además instalar colectores fotovoltaicos suficientes para suministrar energía
eléctrica a la vivienda. Puede parecer un cambio incómodo para arquitectos y
constructores (no es verdad, aportan más valor a la vivienda, reducen el
consumo de energía para calentarla) pero se reduce la emisión de GEIs. Para que
la ciudadanía deje de considerar “incómodas” estas medidas los gobiernos deben
facilitarlas, abaratarlas y convertirlas en la opción por defecto. Los
gobiernos deberían tener una visión global del problema, manteniendo políticas
coherentes para reducir la emisión de GEIs y todo ello con Justicia Social. No
es coherente decirle a la gente que se compre un coche eléctrico y seguir
subvencionando a las compañías petroleras. Hay que eliminar esas subvenciones y
dedicarlas a peatonalización, a subvencionar los vehículos eléctricos y las
bombas de calor, que es coherente con imponer tasas a viajeros frecuentes
(cuidado, no a los trabajadores y autónomos que deben desplazarse por motivos
de trabajo en días laborables). También cobrar por congestión y cobrar
impuestos sobre el carbono que se emite y prohibir las prácticas y los
productos más contaminantes: la Formula 1 (que ahora usa motores térmicos y
eléctricos) debería pasarse a sólo motores eléctricos en un par de años, o
desaparecer.
Para
modificar hábitos y costumbres que nos han llevado al borde del abismo serán
precisos cambios en la alimentación (con dietas bajas en carbono) y, sobre
todo, cambios radicales en los modos de transporte y de movilidad. Vivir
sin coche, como ya hacen muchos jóvenes (o en su defecto, cambiar a un vehículo
eléctrico cuando los precios se igualen); moverse a pie o en bici para
trayectos cortos; moverse en transporte público -tren sobre todo- para
trayectos medios y largos… es lo mejor que puede hacerse para reducir la
huella de carbono. Y, claro, evitar al máximo posible los vuelos.
En los
primeros capítulos hablamos sobre la reducción en la producción de petróleo
y sus derivados –la verdadera sangre del sistema económico actual- y de
materias primas imprescindibles para el estilo de vida que hemos llevado hasta
ahora. Todos los expertos coinciden en que hacia el año 2.030 confluirán 4
factores que cambiarán, nos guste o no, radicalmente nuestra vida: el caos
climático extendido por todo el planeta; la carestía de energía; el
debilitamiento de la producción económica y el aumento hasta 8.000 millones de
habitantes del planeta. Por este motivo todos los países del mundo se han
reunido en Glasgow en noviembre para intentar poner orden y afrontar de la
mejor manera posible la crisis global. Con poco éxito, por cierto.
La revolución
robótica y de Inteligencia Artificial es otro de los desafíos a los que nos
enfrentamos. La pérdida de puestos de trabajo que conllevan ya se notan:
reducción de plantillas en la banca, el sector automóvil, los servicios…
Confluirán 2 tendencias: la necesidad de mano de obra muy especializada, que
hoy no se logra cubrir, y el exceso de trabajadores con baja o nula cualificación.
La reducción del tiempo de trabajo y la implantación de una renta básica
universal son las soluciones que algunos gobiernos y expertos están
proponiendo.
Para
afrontar el cambio climático y sus consecuencias el papel de ayuntamientos y
mancomunidades será esencial. El negacionismo climático del anterior
presidente USA -Donald Trump- pudo ser frenado gracias a la actuación decidida
de múltiples estados y ciudades estadounidenses, que han seguido con sus
programas medioambientales. Destacan especialmente California y la ciudad de
San Francisco, que han implantado sistemas de recuperación de residuos,
desarrollo de energías renovables y de Renta Básica Universal muy eficaces.
Nuestros ayuntamientos y mancomunidades deberían dotarse de los medios técnicos
y financieros adecuados para pasar rápidamente desde un modelo basado en
electricidad “sucia” a la producción de energía eléctrica fotovoltaica o
eólica, limpia. No valen excusas: los fondos europeos subvencionan estas
energías renovables a fondo perdido con miles de millones. Instalar
fotovoltaica en colegios, pabellones deportivos, escuelas municipales, etc.
permitirá a los ayuntamientos ganar dinero y servir de ejemplo a la ciudadanía.
¿A qué esperan? Los ayuntamientos que se preocupan por sus ciudadanos también
crean comunidades energéticas que reducen hasta el 50% las facturas de
luz y gas de sus vecinos asociados.
El cambio
climático traerá a nuestro país –es un decir, ya está pasando- un aumento de
temperaturas y una reducción de las precipitaciones que hará muy difícil
la vida en el sur y centro de la península. Un aspecto clave para mitigar las
consecuencias del cambio climático es la creación de bosques y la plantación
de miles de árboles en ciudades y terrenos agrícolas. La Unión Europea subvenciona
con 3.000 millones de euros este tipo de plantaciones. Ahí los ayuntamientos
tienen otro frente en el que desarrollar políticas activas. Y no, no vale con
poner 100 arbolitos en un día señalado: la creación de bosques urbanos y
periurbanos ha de ser constante, mantenida e intensiva. Aquí tampoco valen
excusas: el ayuntamiento de Madrid ha puesto en marcha un Bosque Metropolitano
que circunvalará la ciudad de Madrid a lo largo de 75 kilómetros; además de
reducir las emisiones de CO2, genera una restauración ecológica y paisajística
de zonas degradadas.
Este tipo de
bosques actúan como un cinturón ecológico, como barrera contra la
desertización e incrementan la oferta de itinerarios peatonales y ciclistas con
beneficios para la salud de la población. Tampoco hay excusas que valgan:
cualquier ayuntamiento mediano de nuestro país tiene capacidad para diseñar y
ejecutar un plan de este tipo que, además, puede salirle gratis.
En otro de
los artículos publicados a lo largo de estas 12 semanas hemos hablado del ferrocarril
convencional, esa infraestructura imprescindible que a nuestros políticos
locales y regionales se les ha perdido en su vocabulario. No hablan del tren,
no quieren saber nada de ese asunto. Pregunten a Page por el ferrocarril
convencional, les responderá que hoy hace buen tiempo. Díganle al consejero de
Desarrollo sostenible (qué risa) que dónde está la red regional de ferrocarril
que una todas las ciudades de más de 5.000 habitantes de la región: les dirá
que en invierno hace frío y en verano calor. Diríjanse a sus diputados y
alcaldes interpelándolos por el ferrocarril sostenible y le responderán que
estamos en buena temporada para unas migas. Los gobiernos de nuestros
país, a todos los niveles, sufren de amnesia selectiva: en lo que se refiere al
transporte de viajeros y mercancías les ha desaparecido la palabra tren
convencional, lo fían todo a los coches y camiones eléctricos, una opción que,
lo saben, es imposible: no hay litio, ni en la tierra ni en la luna, para
sustituir por vehículos eléctricos a los más de 1.420 millones de vehículos
térmicos que circulan por el globo terráqueo. En los países europeos avanzados
lo ven de otra manera y, sin renunciar al coche eléctrico, renuevan sus redes
férreas, potencian nuevas líneas e intentan cumplir con el mandato de la Unión
Europea: en 2030, el 30% de viajeros y mercancías que hoy circulan por
carretera deben pasar al ferrocarril. ¿Algo al respecto, Sr. Page, señores
diputados y senadores, alcaldes varios? Al fin y al cabo es una propuesta de la
Unión Europea, sí, esa que abona la PAC que Vds. se apropian y que nos regala
72.000 millones de euros para la transición ecológica.
Puesto que
el transporte es el sector más emisor de GEIs, en Alemania y Francia hay
propuestas para implantar una “tarjeta carbono”, cargada con el derecho
a emitir X toneladas de CO2 al año, que se van descontando cada vez que viajas
en avión, repones gasolina o diesel, etc. Cuando el “crédito carbono” se agota
ya no se podrían comprar más billetes de avión o reponer combustible en tu
vehículo hasta el siguiente año. Se cree que esto “animaría” a las personas a
calcular bien cuando se usa el coche y cuando el transporte público. El
“crédito carbono” sería el mismo para todos los ciudadanos, independientemente
del nivel económico de cada uno. ¿Utopía o realidad en unos años?
La educación
medioambiental de nuestros jóvenes se trató en el artículo del 3 de
noviembre. La formación sobre transición ecológica y Agenda 2030 será
obligatoria en el programa educativo de colegios e institutos a partir del
curso 2022-2023, pero los profesores no están recibiendo formación sobre este
asunto. Si en el ministerio y en las consejerías de educación pretenden que
este asunto se resuelva con unas pinceladas por aquí y por allá y un par de
vídeos motivadores están listos. Los chicos y chicas que hoy acuden a colegios
e institutos (educados en una sociedad de consumo que solo pone límites según
la capacidad económica de cada cual) serán los que más sufrirán el paso a una
sociedad de austeridad y bajo consumo. Reducción del consumo derivada del
agotamiento del petróleo y de los recursos naturales necesarios para fabricar
tanto artículo superfluo. Austeridad que no significa vuelta a las cavernas y
otras tonterías que promueven los negacionistas, sino reducción del consumo
innecesario y emisor de GEIs, manteniendo estándares de vida razonables. ¿Es
posible vivir razonablemente bien con ropa que dure varios años, aunque “no
esté de moda”? ¿Puede vivirse bien sin tener moto, sin cambiar de móvil cada
año?
En la
entrega del 10 de noviembre, se trató del compromiso individual en la lucha
contra el cambio climático. Está claro que la obligación principal la
tienen los gobernantes que hemos elegido para que gestionen nuestros
ayuntamientos, regiones o la nación. Pero debe quedar claro que sin la
concienciación de la ciudadanía y de las empresas y su incorporación al reto
global, poco se podrá hacer. Los gobiernos podrán legislar lo que quieran, pero
las empresas son claves para resolver los retos ecológicos, sociales y
económicos. Tendrán que adaptar los procesos, repensar los modelos de consumo,
sea cual sea su sector de actividad, poniendo su capacidad de adaptación al
servicio de la transición ecológica para garantizar su supervivencia.
La
implicación de la ciudadanía será imprescindible. No solo cambiando hábitos de
consumo. Caer en el desánimo no es una opción ¿Qué puede hacer uno solo frente
al poder de gobiernos y multinacionales? Muchas cosas: en Francia y Europa el
voto ciudadano, ha girado hacia opciones ecologistas. Las grandes ciudades
francesas están gobernadas por alcaldes ecologistas de diferentes tendencias,
unas más radicales otras más posibilistas. En Alemania el partido verde es un
socio imprescindible en el gobierno que va a tomar el relevo la semana que
viene. ¿Por qué no incorporarnos a ese movimiento europeo en las próximas
elecciones locales y regionales?
En las 2
últimas entregas hemos hablado de agricultura en general y de
vitivinicultura en particular. Desde la década de los 60, con la aparición
de los tractores, la mecanización de las faenas agrícolas y el uso intensivo de
plaguicidas y fertilizantes, los rendimientos agrícolas se han disparado y han
permitido alimentar a los 7.600 millones de habitantes del planeta (aunque
1.000 millones siguen pasando hambre). Pero el uso de pesticidas y
fertilizantes ha hecho disminuir la calidad de los productos, contaminar y
degradar los suelos y emitir muchos gases de efecto invernadero, además de
consumir más del 70% del agua que se utiliza en el planeta.
La
viticultura, esencial en regiones españolas como Castilla La Mancha, Andalucía,
Rioja, Castilla y León, Valencia, Extremadura… es muy sensible a cambios en el
clima. El cambio climático, con mucho más calor y muchas menos precipitaciones,
puede poner en peligro el medio de vida de centenares de miles de familias. El
Parlamento Europeo acaba de aprobar la nueva Política Agraria Común que, poco a
poco, derivará fondos desde la agricultura de los fertilizantes y los
plaguicidas derivados del petróleo hacia una agricultura más ecológica.
En Francia,
Italia, Alemania… los Institutos Públicos de Investigación Agraria dedican
enormes cantidades de recursos a investigar para encontrar nuevas variedades
que se adapten al nuevo clima, o técnicas que mitiguen los efectos negativos
del cambio climático sobre las actuales plantaciones. En nuestro país no se oye
mucho sobre ese tipo de investigaciones. Cuando el consejero de Agricultura de
tu región visite tu localidad, pregúntale.
Exigir a
Biden a Xi Jinping o a Pedro Sánchez que generen cambios está muy bien, pero
los “líderes mundiales” que pueden tomar realmente medidas inmediatas y
efectivas están en nuestro propio patio trasero: alcaldes, presidentes de
diputaciones, diputados y senadores, gobiernos regionales...Como ciudadanos
podemos modificar nuestros hábitos, pero también influir a mayor escala en la
toma de decisiones para hacer frente a la crisis climática. Hay que exigir a
nuestros representantes ambición climática, asumir riesgos, enfrentarse a los
lobbys del petróleo y generar cambios coherentes con lo que dicen de boquilla.
Cambios más amplios que faciliten y hagan más asequibles las opciones bajas en
carbono. Y votar en consecuencia.
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Domingo, 11 de Mayo del 2025
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