Opinión

Donde se cuenta el nacimiento literario de Manuel González, alias Plinio, y el de su ayudante el veterinario Don Lotario

Juan José Sánchez Ondal | Jueves, 24 de Marzo del 2022
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Podría resultar poco menos que ofensivo para un tomellosero que un transeúnte, aunque de cinco años de estancia, como yo, intentara contarle como nacieron al mundo literario dos personajes como el jefe de su Guardia  Municipal, Manuel González Rodríguez, alias Plinio y su fiel ayudante el veterinario de la localidad, don Lotario Navarro, por obra y gracia de la imaginación de su paisano Francisco García Pavón. Pero un amigo lector de fuera del territorio de la Mancha, que generosamente me sigue en este periódico, y que leyó ocasionalmente alguna novela suelta del autor  citado, me ha preguntado, como alumno que fui de él,  que cómo y cuándo a don Paco se le ocurrió montar todo un cuerpo de novela policial-costumbrista sobre dos personajes tan curiosos, y esto me ha dado pié para  aclarárselo y, de paso, ofrecerlo aquí a quienes lo ignoren o no lo recuerden y tengan por ello curiosidad.

Corrían  los primeros años de la segunda mitad del pasado siglo cuando un Francisco García Pavón treintañero, ya doctor en Filosofía y Letras, compaginaba sus labores docentes en el colegio Santo Tomás de Aquino en su pueblo de Tomelloso, en la asignatura de Lengua y Literatura y, ocasionalmente, en idioma moderno, a las que este escribidor asistía, con la dirección de la recién inaugurada Biblioteca municipal y, algún año después, con la del Archivo municipal. ¿Cómo sacaba tiempo para leer y escribir? Sin duda a riesgo de convertirse en un nuevo Quijote: quitando horas al sueño. Ya había escrito, fruto de su estancia en la capital del Principado, como Alférez de complemento en prácticas de la primera promoción de la Milicia Universitaria, durante más tiempo que el normalmente esperado,  la novela “Cerca de Oviedo” que, presentada al Nadal, por sugerencia de la ganadora de la primera edición, Carmen Laforet, quedaría finalista. Galardón que, sin embargo, no incluía su publicación, con lo que si no hubiera sido por el esfuerzo generoso de su padre, no la hubiéramos visto en aquella edición de 1946.  Había escrito y publicado, también, “Cuentos de Mamá”, en “Ínsula” en  1952 y, como nos dirá, había conseguido algunos segundos premios con otras narraciones.

García Pavón, desde siempre, ávido oidor de sucesos, hechos y demás aconteceres de boca de los mayores, amigos y convivientes, para trasladarlos al mundo literario, parece ser que un buen día,  el que fuera su admirado amigo y gran pintor don Francisco Carretero Cepeda, le contó  la historia de “El Quaque”.[1] Historia que él refirió a su manera en lo que sería el cuento “De cómo el Quaque mató al hermano Folión y del curioso ardid que tuvo el guardia Plinio para atraparle”. Cuento que, bajo el lema “Rocafrida”, presentaría al concurso que, en el número de  9 de mayo de 1953, la Revista Ateneo, convocaba para todos los escritores de habla hispana,  dotándolo, con premios de cinco mil pesetas para el ganador y mil para cada uno de los dos accésit y publicación de las obras premiadas, que resolvería, como jurado, el consejo de redacción de la revista.

La peripecia del cuento, como pone de manifiesto, bajo las siglas P.M.,  quien debió formar parte del jurado, en Ateneo, número 37, de 1 de julio de 1953, fue la siguiente:

El concurso convocado era de poesía y de cuento. A él se presentaron 228 poemas y 281 cuentos, de los que  llegaron  a la lectura final 17 poemas y 17 cuentos. El jurado concedió el primer premio de poemas a Rafael Montesinos y los dos accésit a Carlos Salomón y a Luis López Anglada.

En el de cuentos, en la primera votación, obtuvieron puntos 13, destacándose los correspondientes a  “La última escoba de Papá Dios”, seguida de cerca por “El sustituto”, requiriendo una nueva lectura para decidir el segundo accésit entre los correspondientes  a los lemas “Rocafrida”, “Ventanal” y “Cuba”, siendo elegido “Rocafrida”.

Abiertas las plicas resultaron ganadores los siguientes: Primer premio: “La última escoba de Papá Dios”, bajo el lema “Ínsula” del que resultó ser autor José Luis Acquaroni. Accésit: “El sustituto”, sin lema, de María Beneyto, y Accésit: “De cómo <<El Quaque>> mató al hermano Folión y del curioso ardid que tuvo el guardia Plinio para atraparle”, bajo el lema “Rocafrida”, de Francisco García Pavón.

En el mismo número en que se daban los resultados y se publicaban los poemas y cuentos premiados, salvo el de María Beneyto que lo sería en el siguiente número, se incluía fotografía de los ganadores y un breve currículo literario aportado por ellos.

Así aparecía publicado el cuento, así lucía don Francisco entonces y así exponía su currículo: 


                                 

Tras decir que nació en Tomelloso hace treinta y tres años, ser doctor en Filosofía y Letras y vivir en su pueblo, destacaba que “Literariamente soy el hombre de los “segundos premios”. El año 1945 fui finalista del Premio Nadal con mi novela “Cerca de Oviedo”. Luego: Segundo premio de narraciones de “El correo Literario”, de “Meridiano”, de “Ínsula”. Y ahora accésit de ATENEO. Una colección de estos cuentos ha sido publicada recientemente por la Editorial “Ínsula” con el título de “Cuentos de mamá”. Pronto saldrá en la “Novela del sábado”, una narración mía titulada “Memorias de un cazadotes”. Y concluía con una afirmación curiosa: “Cuando me sea posible colocar todos los artículos que soy capaz de escribir, me dedicaré plenamente a la literatura…, pues con los cuentos y novelas no se va a ninguna parte.”

Este premiado cuento, luego sería incorporado al libro “Las campanas de Tirteafuera”.

Ya en él, como haría después con más extensión, en “El último sábado”,  utilizaría el autor la técnica [destacada por el que sería su amigo desde su estancia en Oviedo, Emilio Alarcos, prologuista de sus obras completas y autor del trabajo “Un relato de García Pavón: “El último sábado”], de descubrir  al lector el desenlace de la trama,  mientras el policía trata de desvelarla, lo que requería una gran  habilidad para mantener el interés en la narración.

Toda esta historia del cuento de “El Quaque” viene a cuento de haber sido la partida de nacimiento literaria de Plinio, personaje que le sugirió “un cierto jefe de la Guardia Municipal [de Tomelloso] cuyo físico, ademanes, manera de mirar, de palparse el sable y el revólver, desde chico me hicieron mucha gracia. El hombre, claro está, no pasó en su larga vida de servir a los alcaldes que le cupieron en suerte y apresar rateros, gitanos y placeras. Pero yo observándole en el Casino o en la puerta del Ayuntamiento, daba en imaginármelo en aventuras de mayor empeño y lucimiento”[2]

Y, en cuanto al apodo, nos cuenta que le llamó “Plinio no sé todavía por qué. Nombre pedantesco y facilón que se me cayó de la pluma sin mayor estudio.” [3]

Luego, en “El charco de sangre” (“Historias de Plinio”), nos dirá cómo fue  el imaginario ingreso en el  Cuerpo. Después de haber trabajado de mozo, “a la vera de su padre, primero como peón de bodega, luego como aprendiz de cubero…Cuando volvió del servicio militar con el grado de sargento, el jefe político conservador, que lo quería mucho, le propuso hacerle jefe de la Guardia Municipal, y aceptó. Dejó la azuela por el sable y comenzó su carrera de policía.”

Pues bien, en esa que hemos llamado partida de nacimiento literaria de Plinio, lo describe diciendo que “ya había saltado los sesenta años [y] tenía fama de ser el hombre más pacienzudo y callado de Tomelloso…Llevaba casi cuarenta años “arrastrando el sable”  y sabía más del pueblo que nadie. Dotado de gran talento natural, sabía mucho del corazón humano, aunque “en pardo”. Sin decir nada, con el solo instrumento de sus ojos socarrones, desarmaba a los rateros, placeras de malas artes, prostitutas rústicas, robamulas y demás sujetos de su habitual clientela. Famosos eran sus ardides y coartadas como algún día dirá la historia; y muy pocos sucesos, grandes o pequeños, quedaron por discriminar en su mandato…, a no ser aquel famoso robo de los nueve jamones, que hacía entonces tres años que no le dejaba dormir.”

¿Ya entonces pensaba García Pavón hacer uso del personaje así abocetado, al escribir lo de que  “Famosos eran sus ardides y coartadas como algún día dirá la historia”? Algún tiempo tardaría, sin embargo, en reaparecer el Jefe de la Policía Municipal de Tomelloso, pues duerme en el imaginario de García Pavón, o entre sus escritos,  hasta 1965 en que reaparece en la novela corta “Los carros vacios” y el cuento “Los jamones”. Y decimos que tal vez entre sus escritos, porque nos descubre que Los carros vacíos  es la primera novela corta que hizo con Plinio, “aplicándolo a desentrañar el famoso caso de las “Cuestas del hermano Diego” que me habían referido tantas veces”[4], de la que precisa que “Debió ser redactada  en los últimos años cincuenta y publicada en…1965. En ella se relata otro sucedido que oí contar muchas veces...y a lo mejor…será la mía la versión escrita que quede de aquellos sucesos tan tremendamente recordados por miles de bocas antiguas”.[5]

Y nos llama la atención, asimismo, de la primera descripción del personaje, lo de “aquel famoso robo de los nueve jamones, que hacía entonces tres años que no le dejaba dormir.” Ya tenía García Pavón en mente el robo de los jamones que años después, 1965, publicaría con sensibles variantes: en cuanto al número de los robados, once  en lugar de nueve, y en cuanto al tiempo de su resolución. Si en tres años su no discriminación le quitaba el sueño, en el episodio  de la “desjamonación”, objeto  del cuento de ese título [Los jamones (1965, Destino), recogida en 1965 en Los liberales y, en 1970, en Nuevas historias de Plinio], como en el de “El Quaque”, su resolución fue “al contao”, instantánea, aunque ya con la colaboración del nuevo ayudante, el albéitar don Lotario.

Pero ¿Cómo y cuándo García Pavón decide dotar a Plinio  de un compañero de aventuras policiales?  Precisamente en estas dos narraciones de 1965. Si en el cuento de  “El Quaque”,  el jefe de la policía municipal actuó solo, es en “Los jamones”, donde a la presencia del ayudante acompaña una descripción: “Don Lotario, pequeño, morenísimo, de nariz aguileña y ojos saltones, siempre vestido de negro, andaba un poco de lado como en trance de tomar carrerilla.” Al llegar a casa del abuelo de García Pavón, al que en el cuento le habían robado los once jamones, lo presenta así: “Junto a él su ayudante e incomparable compañero de aventuras don Lotario el veterinario. Su coche “Ford”, su persona y su laboratorio del herradero, siempre estaba a la disposición de aquel gran artesano del oficio policial que era Plinio.” En Los carros vacíos, ya aparece don Lotario como conocido, sin presentación, en la buñolería de la Rocío, aunque también le describe diciendo que  “el veterinario, era muy menudo, moreno; llevaba muy caída sobre las cejas el ala del sombrero y miraba siempre con ojos de sospechar de todo el mundo.”

A partir de entonces ambos personajes, inseparables, como un Sherlock Holmes y un Dr. Watson tomelloseros, que nacieron en cuentos, pasando por la novela corta,  madurarán en  las premiadas y famosas novelas largas, pasando, incluso, al celuloide. Pero de eso, tal vez,  hablemos en otro momento.

Madrid, 23 de marzo de 2022.


[1] Prologo casi innecesario de “Nuevas historias de Plinio, 1970.

[2] Breve noticia de Plinio (A manera de prólogo) de Historias de Plinio.1968.

[3] Prologo casi innecesario, citado.

[4] Breve noticia de Plinio, citado.

[5] Prologo casi innecesario, citado.

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