Con estos dos poemas podemos
cerrar la serie de quejas de Hilario por el abandono de Adalia, aunque tiene
otros varios. Los titula “Nadie”, en el que se queja a su amada de que
habiéndole enseñado el gozo del amor no le enseñara el dolor de su pérdida, y “Aquella
noche oscura”, en la que sufre el abandono.
Nadie
“Nadie
me enseñó el llanto;
nadie el
primer vagido
de
reclamo de amor,
de sed
de ti. En el silencio
lo
descubrió mi soledad
herido
de tu ausencia.
¡Opaca luz lechosa de la desesperanza!
Tú me enseñaste el gozo,
el goce
que es la luz de tu caricia
y yo hube de aprender
que es sombra fría
la
estremecida brisa de tu olvido.”
El otro poema, “Aquella noche oscura”, insiste en el
abandono.
“Aquella noche oscura
las estrellas durmieron
y la luna entornaba
sus párpados de hielo.
Reinó el hosco silencio.
La ausencia se adueñaba
de inoperante sueño
y tus labios de olvido
sellados por un beso
callaron las razones
del abandono nuevo,
del abndono eterno.”
Sin fecha, Hilario, cuenta algo
relativo a su vida en la Casa:
“Me relaciono poco con los compañeros de la Casa. La mayoría son
mujeres y están muy deterioradas física y mentalmente. Hay una, Alicia, que me
recuerda a mi madre en sus últimos años. Teje; se pasa el día tejiendo y
destejiendo. Bueno, cree que teje y desteje porque no le permiten tener agujas.
Sí un ovillo de lana gris, o cualquiera sabe de qué color fue originariamente.
Ya me ha hecho tres bufandas imaginarias. Desde que le dije que me recordaba a
mi madre, me llama hijo y me tiene prometido, para el próximo invierno, un
jersey de cuello alto.
Con el único que converso algunas veces es con Raimundo: un militar
octogenario que cuenta a todo el que le quiera, y al que no le quiera, oír, sus
batallas en África. Yo leí mucho sobre esa guerra y algunas de las escaramuzas
en las que dice haber participado, tienen sentido. A veces se hace coronel de
un regimiento; otras soldado raso. Lleva siempre prendida en la solapa una
medalla que afirma le impusieron con motivo de su valerosa intervención en un
ataque en el que le dieron por muerto y
por eso no ha podido cobrar su retiro.
Suele enseñar una cicatriz en el brazo izquierdo de la que presume como
herida de aquella guerra, pero Aurelio, me ha contado que es debida a un
forúnculo que le sajaron aquí hace años.
El otro día la discusión con él fue acalorada y nos han prohibido
hablar durante una semana.”
No conocemos el tipo de
trastorno mental, su diagnóstico, que
padecía Hilario y no son demasiados los poemas en los que describe sus miedos o
los padecimientos de su enfermedad. Éste es uno de ellos:
Cuando vienen las sombras
Es al cerrar los ojos
cuando vienen las sombras.
Esas sombras crecientes,
como ondas del estanque
que provoca una piedra,
se me acercan, me envuelven
como una nube oscura.
Tiembla todo mi cuerpo.
Oigo, entonces, las voces;
voces roncas, airadas
que no alcanzo a entender
lo que me dicen;
voces atropelladas
que me aturden.
De nada sirve taparme los oídos.
Están dentro de mí
pero nunca descifro su mensaje.
Grito, a veces, también,
me uno a su coro.
Y, a veces, vienen a callarme.
Termino sudoroso,
desmadejado, exhausto,
sin llegar a entender lo que me piden.
Tal vez quieren que acabe
esta prisión, me instan a que las siga
¿A dónde? ¿Cómo? ¿Al mundo del silencio?”
Y este otro en el que canta a
las noches claras, las noches que ama porque
ahuyentan a las temidas sombras y acallan las voces que le atormentan.
“La noche, en azul medio,
ofrece mil estrellas
que brillan como rayos
de plata incandescente.
Su blanca luz brillante
rompe la soledad
que, quieta, me acompaña.
Es el cielo estrellado de mi tierra,
el del verano malva
de mi insomne niñez,
que posponía el sueño
temeroso de aquellas pesadillas
de mi sumisa infancia.
Estas noches tan claras
son las noches que yo amo,
son las noches amigas
que ahuyentan a las sombras,
que acallan a las voces,
que a veces me atormentan.”
Madrid, 12 de agosto de 2022.
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Martes, 23 de Abril del 2024
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