A la cueva se accede por una escalera que no es la original, consecuencia de la partición de la vivienda antigua. La escalera forma varios recodos que nos conducen primero al jaraíz.  Esta prácticamente vacío, sin aperos. Sólo una pequeña vertedera reposa sobre el suelo de baldosas de barro cocido. En un extremo aparece el pocillo del mosto. Todo presenta un buen estado de limpieza, con las paredes encaladas y esa inconfundible esencia y solera de las primera cuevas. Cuatro pilares han reforzado la construcción. Algunos peldaños del tramo final la escalera se han recubierto con  las hojas de una vieja puerta.

Ya en la cueva admiramos una construcción que alberga doce tinajas se barro de unas 170 arrobas de capacidad. La propietaria nos dice que faltan algunas. Sus bases están ligeramente enterradas por una capa de escombros y se produce la impresión de unas tinajas más regordetas, graciosa expresión que utiliza la arquitecta Ana Palacios que nos acompaña. Nuestro experto, José Maria  Diaz, data la construcción de la cueva en torno a 1845, fue una de las primeras cincuenta que se construyeron en Tomelloso, indica con su habitual seguridad y conocimientos de un mundo que le apasiona. 

Todos los elementos de la cueva delatan a las claras su antigüedad la canaleta que discurre junto al techo, el tamaño pequeño de las tinajas, la gruesa tosca, un pequeño empotre de cemento y los vestigios de un curioso sistema, a modo de compuertas, que permitía ir vertiendo el mosto en su tinaja correspondiente. 

“Aquí tuvieron que penar mucho para hacer esta cueva”.  La frase le sale del alma a José Maria que alude al mayor grosor de la tosca en esta zona de la ciudad. Mientras tanto, la propietaria delimita los años en los que la cueva estuvo condenada y que ella se empeñó en recuperar. Antes de subir nos muestra una parte de la escalera original y una tinaja del gasto, enclavada en una pequeña fresquera. Al estar en la pura tosca el techo no presenta desprendimientos y esta horadado por tres lumbreras con un estrecho desgarre que enseña esas capas de terreno que tenían que vencer los picadores. Una de las lumbrereas aparece tapada, otra da al patio y la tercera a la calle. 

A Juli la cueva le trae buenos recuerdos. En ella estaba cuando le comunicaron que había aprobado la oposición. Al final, compartimos con nuestra exquisita anfitriona  un vino, unas exquisitas tapas de tortilla, pisto y, sobre todo, una buena conversación. Otra vez nos vamos con esa placentera sensación de la hospitalidad de los tomelloseros que nos abren de par en par las puertas de sus casas para mostrarnos esos tesoros que son las cuevas. Como suele decir José María, "Tomelloso es lo que es por la grandeza de sus gentes" y lo hempos podido comprobar hoy.