“Dios nos dio la
memoria para que pudiéramos tener rosas en invierno”, frase
atribuida al creador de Peter Pan, el dramaturgo escocés Sir James Matthew
Barrie. Y es que en Escocia las rosas duran poco, son a modo de efímeras luces sobre
un tapiz de verdes sombras. En una época carente aún de realidades virtuales, en
Escocia y en cualquier parte del mundo, cada cosa estaba sometida a un
determinado espacio y tiempo tan inamovibles como ciertos.
Cien años más tarde, con la llegada de calculadoras y ordenadores,
nuestra memoria colectiva se ha vuelto perezosa. Hoy ya no nos hace falta
recordar. Con la genética y la informática evitamos perder el tiempo
sumergiéndonos en los recuerdos borrosos del pasado ya que todo se hace
presente en un momento sin necesidad de volver hacia atrás la mente o la
mirada.
No sé si será debido a que la climatología se ha vuelto más
suave o menos ruda o a que la genética ha descubierto variedades más
condescendientes con el frío como ejemplo vivo de tolerancia existencial, pero
les diré que anteayer mismo vi hermosas rosas, no solo en los escaparates de
las floristerías sino en mi pequeño jardín. Las encontré, eso sí, desvaídas, arrugadas,
encogidas, como esperándome. Escondidas en la palidez de la niebla inerte y
plúmbea, bajo una lluvia tímida, entre los tallos y ramas de los árboles casi
desnudos, allí estaban como diminutas luces rojas, a modo de pequeños fuegos de
calor en sus últimos destellos, reclamando que una mano salvadora las liberara
de una muerte próxima y segura y les prolongara un poco más la vida en el calor
de un hogar. Son las últimas rosas de un año que también está próximo a expirar
pero al que no podemos ni debemos acortar su tiempo, arrancar una sola flor de
su calendario.
Y es que el tiempo es la más hermosa de las rosas donde cada día
que nos pasa es como un oloroso pétalo caído al que otro en la mañana con mayor
aroma le releva. Porque cortar las rosas del rosal en primavera puede
convertirse un atentado contra la vida que amanece, pero hacerlo con el
invierno dibujando ya sus grises colores, es como un pequeño acto salvador de
esa misma vida que ya anochece, una oportuna eutanasia liberadora para acabar
los días en un lugar más apacible.
Como el dramaturgo escocés pensaba, los hombres siempre queremos
mantener en la memoria lo hermoso y agradable. La imaginación nos lleva siempre
a querer hacer presente aquello que deseamos tener con nosotros cada día. Pero
todos sabemos que en Escocia o en cualquier parte del mundo, en invierno imposible
que haya rosas, a no ser de invernadero, rosas idénticas, clonadas, con olor a
nada.
Sin embargo lo importante es que en este tiempo de espera, con
la Navidad ya próxima, las rosas sigan existiendo en todos los lugares del mundo,
no en los jardines que en invierno, ya digo, es imposible, sino en los
corazones de todos nosotros, seres humanos creados y llamados al aroma de la
concordia universal, y eso creo firmemente que es posible y deseable.
{{comentario.contenido}}
"{{comentariohijo.contenido}}"
Miércoles, 16 de Julio del 2025
Martes, 15 de Julio del 2025