No sé si será la curiosidad u otra razón oculta pero,
en cuanto a lecturas, tengo bastante interés por las biografías, las
autobiografías y, en particular, por las memorias; sobre todo si el autor
manifiesta honestidad y coherencia en su texto. Ya sabemos que el universo de
los recuerdos es caprichoso pues la imaginación nos puede inducir al engaño,
pero ya lo decía el gran García Márquez "La vida no es la que uno
vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda para contarla".
Dicho esto, si además el escritor es manchego,
coetáneo y que a pesar de unos pocos años de diferencia comparte prácticamente
generación, es mucho más fácil disfrutar de su obra. Por eso me he leído con
entusiasmo y deleite "Contra tiempo y olvido", un libro de memorias del calzadeño Pedro Antonio González
Moreno.
Y qué decir de este texto tan ameno y entrañable, pero
sobre todo tan afín a aquellos que disfrutamos de nuestra infancia en los
pueblos de La Mancha. Solo hace falta echarle una ojeada y podrás sentirte
identificado porque en cada capítulo y en cada página, nos describe unas
vivencias que fácilmente pueden ser las tuyas.
Aun así, tiene Pedro Antonio algunas ventajas, sobre
todo en cuanto al paisaje se refiere pues no todos los pueblos tienen dos
castillos tan relevantes y esa posibilidad de atisbar desde sus almenas las
estribaciones de Sierra Morena.
Entre otras muchas referencias paisajísticas
compartimos el Jabalón, un río que como
todos los de la comarca es muy irregular porque en las épocas de estiaje
apenas tiene caudal. Sobre estos afluentes del Guadiana y su discontinuo
transitar por la llanura, el poeta dice así en otro de sus libros: su cauce
parece a veces, más que un curso de agua, un leve hilo de luz, un relámpago
titubeante y mortecino que viaja de la nada a la nada bajo los incendiados
cielos de La Mancha.
Los dos somos ajenos a aquel trenillo de nuestros
mayores, el Trenillo de la Calzá que decían, pero a pesar de todo, aún recuerdo
sus desmanteladas y deterioradas instalaciones frente a los andenes de la estación
de Valdepeñas. Un ferrocarril de vía estrecha que sirvió de enlace entre las
poblaciones situadas al oeste de la provincia de Ciudad Real, un tren humilde
repleto de historias y de anécdotas que descarrilaba con frecuencia y en
algunas ocasiones debían empujarlo en las cuestas. Pero fue una infraestructura
necesaria, sobre todo para el transporte de carbón junto a productos agrícolas
y, en la época de la posguerra, con el
estraperlo, una historia que nos llega como un ruido ajeno por la añoranza de
nuestros familiares.
Las calles, las eras, los juegos infantiles, las
fiestas populares, la bocina, los armaos, los tebeos, la novelas del oeste de
Marcial Lafuente Estefanía, las primeras lecturas de aventuras de Emilio
Salgari y Julio Verne. Como tampoco podía faltar nuestro héroe de la infancia,
me refiero al Capitán Trueno y su grupo de amigos recorriendo el mundo de
episodio en episodio puesto que las historietas del temerario paladín tienen
una amplia alusión en estas memorias. Si algún reproche puedo hacerle a Pedro
es no acordarse de los "Chiripitiflaúticos", que supongo también
formaron parte de aquella infancia de televisiones en blanco y negro.
Compartimos generación y recordamos sobre todo la luz
de La Mancha, colores y olores, como la fragancia que emana la tierra tras la
tormenta veraniega, el aroma dulzón del mosto y por supuesto la fascinación que
nos producía la irrupción en cámaras, desvanes y doblaos donde se guardaban los
trastos en desuso, pero también algunas viandas. Para muchos de nosotros era un
lugar mágico donde, en muchas ocasiones, teníamos prohibido entrar por mil y un
motivos ya que las empinadas escaleras de acceso o la acumulación de enseres
podían causarnos un accidente doméstico, por eso, aludir a un posible percance
era la excusa ideal para impedirnos la búsqueda del tesoro escondido, pero a
él, y en aquella arca que le servía de escritorio, le esperaba su destino.
Sin embargo, entre los diversos capítulos que nos
muestran todo tipo de vivencias y emociones elijo el titulado "Una
generación puente", porque me parece un gran acierto denominarnos así. Es
evidente que no sufrimos una guerra, ni pasamos el hambre de nuestros padres,
pero todo en nuestra infancia y adolescencia fue muy práctico y austero, nada
que ver con la realidad actual de nuestros hijos.
Aunque nos han catalogado como protagonistas e hijos
de la "Transición", el inicio de aquella etapa nos sorprendió en una
época de bisoñez, éramos demasiado jóvenes e inconscientes de la trascendencia
del momento, ajenos al ritmo de los cambios estructurales que se producían para
modernizar el país. Ahora, a toro pasado, como dice el argot taurino,
reconocemos su importancia. Pero también que algunos episodios de aquel tiempo
están sobre-valorados y no quedaron bien resueltos porque algunas de aquellas
decisiones nos han conducido hoy a ciertos roces y desajustes. Nunca, sin
embargo, le pueden reprochar nada al regionalismo manchego que siempre ha sido
consecuente y ha aportado mesura evitando el conflicto pues, en general, la gente
de La Mancha es noble por naturaleza. No sé, a veces creo que esta actitud
generosa la genera la idiosincrasia de la región por su clima y su paisaje, o
tal vez idealizo este comportamiento altruista de mis paisanos.
Pero volviendo al asunto de las memorias de Pedro
Antonio, tiene el libro incorporados con gran acierto algunos de sus poemas y
referencias a libros anteriores, complementos que ayudan a entender el
contexto. No podía evitar mencionar una poesía que refleja magistralmente la
elaboración del picón comparándolo con la construcción de un poema, como un
rito iniciático del futuro poeta. Así, ese suceso me recuerda mi primera y
única vendimia, un reto que superé y que me sirvió de entrenamiento para
iniciar la actividad laboral o, como bien expresa Pedro al final de este bello
poema: "para este duro invierno de la vida".
Una vida que empieza a ser memorias para todos,
evocaciones sobre un tiempo que ya nunca volverá pero que el calzadeño publica
dejando constancia de aquel pretérito, haciendo literatura en este primer libro
de recuerdos. Estoy convencido de que vendrán otros donde nos contará sobre la
emigración y el desgarro que supone la diáspora, de la necesidad de volver una
y mil veces a pesar del páramo, del sol abrasador, de los ríos secos y las
sierras pobres.
Leer "Contra tiempo y olvido" me trasladó a
mi infancia y adolescencia en la ciudad del vino y he vuelto disfrutar
recordando todas esas peripecias que casi fueron las mías. Sin embargo, me
puede la realidad y, para no quedar atrapado entre la añoranza y la nostalgia,
me digo y me repito cada día que: "Tiempos pasados nunca fueron
mejores, solo fueron distintos", pero reconozco que ha sido un placer
volver a evocarlos leyendo este libro.
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Domingo, 11 de Mayo del 2025