Famosa es en Argamasilla de Alba la que fuera casa del Bachiller Sansón Carrasco:  personaje que aparece en el capítulo tercero de la segunda parte de don Quijote y que lo encarnaba, al decir de los vecinos del llamado Lugar de la Mancha en siglos pasados, el Canónigo del Santo Oficio, Bachiller Alonso López.  

Eclesiástico que, según diversas fuentes documentales, era natural de nuestra localidad,  pues el 12 de diciembre de 1577, en la Parroquia de San Juan Bautista, el sacerdote Pedro de Olivares bautiza a Alonso, hijo de Sebastián López de las Mesas y María Díaz. 

Posteriormente, en 1602, figura, en los prolegómenos de la concesión del Título de Villa, como Escribano del Ayuntamiento.

 Unos años después, el mencionado Bachiller, 21 de agosto de 1606, funda una Capellanía en la parroquial de Argamasilla de Alba. En principio. “para convertir en misas la renta de 42 fanegas de tierra”, añadiéndole luego otras 20 fanegas “con cargo de dos misas rezadas en días determinados”. 

En 1605, con 28 años, es el propio Bachiller el que bautiza en la parroquial de San Juan Bautista, a Francisco, hijo de Benito Valdelquilez y Ana de la Ossa. 

Otras actividades del Bachiller Alonso López fue testificar como Escribano en varios procesos que incoa la Inquisición. Anotaremos sólo el que se inicia (1605-1610) a un médico portugués que ejercía en Argamasilla de Alba. 

Años más tarde (18-12-1612), curiosamente lo vemos reflejado como deudor en los papeles del poderoso Juan de Urbina, Secretario de don Filiberto de Saboya, Gran Prior de San Juan: “para cobrar a Alonso López, escribano de Argamasilla, 66 reales que le debe”: el débito procedía de 1608. 

Igualmente, cuando muere (soltera) en 1622, doña Magdalena Pacheco Avilés, sus herederos buscan con especial interés su testamento y lo encuentran firmado por el que era amigo de don Rodrigo Pacheco, Escribano del Ayuntamiento de Argamasilla, Alonso López; igualmente el eclesial interviene, dado los importantes bienes dejados por la difunta, en el proceso que se incoa por los beneficiaros de dicho codicilo. 

Los familiares del Bachiller

En cuanto a la familia del Bachiller, fue su sobrino Francisco López Carrasco Rivera el que, siguiendo la carrera eclesiástica para ordenarse a título de la Capellanía fundada por el anterior, en el libro de gramática latina donde estudiaba, cuidadosamente firma el mencionado nombre y sus apellidos. 

Posteriormente, Francisco López Carrasco Rivera abandona la carrera eclesiástica, contrayendo, poco después, nupcias: matrimonio del que tiene un hijo llamado también Francisco Antonio López Carrasco. 

Pasado el tiempo, los sucesivos López Carrasco siguen con el uso de tan notable apellido; pues según una certificación del Abad del Imperial y Real Monasterio de nuestra Señora de Valdeiglesias (en aquel tiempo perteneciente al Arzobispado de Toledo), éste certifica: “Quedan a mi cargo el que se celebren a la mayor brevedad sesenta misas por el alma de Francisco Antonio López Carrasco, cuyas misas son de las que dejó en su testamento. Y para que conste doy el presente que firmo en dicho Monasterio a primero de Febrero de este año de 1805. Fr. Clemente Moral, Abad de Valdeiglesias”. 

Ya a mediados del s. XIX la familia utilizaba como primer apellido sólo el de Carrasco. Pero si bien es verdad pierden la Capellanía a la que tenían derecho por abandonar, el que la heredaría, los estudios eclesiásticos y la gramática, no perdieron la librería que, según ellos, había pertenecido al Bachiller que conoció Cervantes: dicho Canónigo, al parecer, exigió a sus herederos la obligación de conservarla porque en sus estantes se archivaban cartas del autor del Quijote. 

Escrutinio de la librería

Guiados por las anteriores noticias, en el último tercio del s. XIX, los historiadores locales hacen un riguroso escrutinio de la mencionada librería; pues recordaban haber oído decir a sus mayores que se guardaba un Quijote de la primera edición, libro que ya hemos comentado pertenecía a la antigua biblioteca del Bachiller, volumen que conservaba una carta de Cervantes dirigida al mencionado Alonso López.

Pero si bien es verdad buscaron el libro y documento, sólo constataron, mostrados por Juan Carrasco, lo que decían varias testamentarías de Francisco Antonio López Carrasco e hijos. 

Mas, no se dieron por vencidos, sino que visitaron a la viuda de José María Carrasco; pero esta les dijo que, a la muerte de su marido, todos los libros los recogió en unas serillas y los subió a un antiguo y viejo camaranchón, donde por efecto de la lluvia se estropearon tantos, que, podridos los más, los bajaron al corral, y solo de una de las seras recogió unos cuantos que allí los tenia y otros los había dado para envolver especias a una tendera.

A pesar de la decepción, los del escrutinio, pudieron constatar que aún quedaban un par de volúmenes de gran valía, fechados: uno en 1570 y el otro 1580. El primero era un nomenclátor de España, que reseñaba por orden alfabético: monumentos, ciudades, montes, ríos, lagos, promontorios, puentes, minas..., siendo el autor de la mencionada obra, escrita que estaba en latín, Rodrigo Fernández de Santaella (1444-1509), clérigo natural de Carmona (Sevilla), doctor en Teología y Artes. 

Dicho clérigo era autor de numerosos libros pues fue uno de los principales representantes de la oratoria sagrada del Renacimiento español. Su prosa, según los expertos, presenta una corrección, amplitud y elegancia formal que la distingue claramente del periodo de la Escolástica. En cuanto a otras actividades, Maese Rodrigo, que así se le conocía, habíase ocupado en fundar el prestigioso Colegio de Santa María de Jesús que dio origen a la Universidad de Sevilla. 

El segundo libro que encuentran en la librería del Bachiller eran sermones de un padre agustino: por nuestra parte aún no hemos logrado averiguar su nombre. 

Otros volúmenes, hasta sumar cinco, estaban dedicados a ejercicios devocionales y piadosos. Pero dado que la fecha que tenían eran de los años de mil setecientos, dichos libros, según declaran los que con minuciosidad revisan la ya paupérrima librería, debieron pertenecer al segundo o tercero poseedor de la biblioteca. 

También en tan famoso escrutinio hallan dos pergaminos grandes: uno se había utilizado para forrar misales y el otro tenía una inscripción, la cual, según el tipo de letra, cotejada con la firma del Bachiller Alonso López, databa del s. XVII. 

Importante les pareció, a pesar de estar muy borradas las letras, lo anotado en los diez primeros renglones de dicho pergamino; pues se trataba de una ordenación que se impuso a la familia López Carrasco sobre el derecho que tenían a la posesión de la capellanía antedicha y la obligación de conservar la famosa librería. 

Asimismo, aquel pergamino certificaba los nombres y apellidos de todos los López Carrasco (estaban rubricados) que tenían la obligación de cuidar los libros y conservación de la biblioteca. 

Mas, a pesar de su interés no logran entender los dos primeros nombres; pero si averiguan que el tercero era el de Francisco López, pues además de ser legible, la firma tenía una rúbrica perfectamente dibujada. Éste último, según afirman los señores que realizan el escrutinio, había sido sin duda el padre de Francisco Antonio López-Carrasco Rivera: lo averiguan por la firma de otros documentos. 

Con igual meticulosidad revisan el resto de firmas; pero no les aportan datos suficientes para saber ningún reseña aclaratoria. No obstante, al final del pergamino, ya con letra muy clara, hallan el nombre y rúbrica del último poseedor de la biblioteca: José María Carrasco, cuya viuda, en 1850, había enviado el grueso de volúmenes de tan famosa estantería a un camaranchón inservible quedando tan sólo, siete libros y dos pergaminos. 

Sólo estas breves notas sobre los Carrasco hemos recuperado; pero la esperanza en hallar otros datos sigue alentando nuestra curiosidad. ¿Cumpliremos con nuestro objetivo?...