Dalí consideraba a la
estación de Perpiñán como “el centro del universo” y así lo refleja el genial
artista de Cadaqués en uno de sus cuadros más monumentales. Aseguraba que era
en la gare occitana donde se le ocurrían las ideas más geniales y donde todo
pasaba. Allí, por medio de la superposición de lentes parabólicas, el marqués
de Púbol vio la tercera dimensión. Pues bien, eso mismo nos ocurre con
Tomelloso: la ciudad manchega es el centro de nuestro mundo. Es el punto donde
convergen todas las placas tectónicas de la memoria, la experiencia, los
sentidos, el tiempo y los anhelos, y donde confluyen los movimientos telúricos
del arte y las letras.
Es Tomelloso, a pesar de
haberlo tenido todo en contra, una suerte de Aleph virtuoso que es capaz de
concentrar la esencia de todas las artes. Es absolutamente borgiano el hecho de
que esta ciudad con hechuras de pueblo, en medio de un infinito mar de viñas,
sus habitantes hayan querido ser el Parnaso y que ese deseo se haya visto
cumplido. Y resulta extraño que haya podido llegar a serlo, a pesar de que como
Castroforte del Baralla (la artúrica ciudad ideada por Torrente Ballester), ha
sufrido durante siglos una conjura para eliminarla hasta de la cartografía y
hacerla desaparecer cósmicamente. Pero como queda demostrado eso ha sido
posible gracias a la inequívoca decisión de los tomelloseros y tomelloseras.
Puede parecer esta ciudad
(esta levítica ciudad) al igual que el monolito de “2001 Una odisea en el
espacio” algo inamovible, imparable, insólito y eterno. O como un inmenso barco
varado en medio de la llanura manchega. Pero nada más lejos de la realidad,
Tomelloso es un pueblo dinámico en todos los sentidos: emprendedor, ágil,
inconformista e innovador que ha hecho de la cultura, a la que reverencia, su
bandera.
Son la vid —la honrada
viña, su cultivo y la elaboración del vino— y la cultura las señas de identidad
de Tomelloso. Pero a lo largo de su historia, nuestra ciudad, nuestro pueblo,
ha sabido hacer de esta última una forma de vida, de darle una dimensión fabulosa
y un matiz único para ser llamada “La Atenas de La Mancha” por el crítico
literario Melchor Fernández Almagro. Como dice el profesor Rubén José Pérez
Redondo, el Tomelloso literario, el Tomelloso amante de la cultura y las artes,
es una profecía autocumplida. En este poblachón manchego se ha ido gestando a
lo largo del tiempo una tradición que ha favorecido a la cultura y las letras,
modelando su realidad cultural y social.
Tomelloso es un tema
recurrente de conversación. Imbuido de ese chauvinismo que es otra de las señas
de identidad de esta tierra, nos jactamos de pertenecer a una tierra en la que
el censo de artistas supera con creces la media de cualquier otro lugar. Y los
interlocutores siempre se sorprenden. Primero miran con cara de chufla pensando
que uno se ríe de ellos. Y el visaje se torna en sorpresa conforme va avanzando
la conversación y este que escribe va enumerando algunas de las perlas que hay
engarzadas en esta fabulosa diadema —ya sabéis, los más conocidos y famosos—
que es la cultura de Tomelloso.
Hace poco contábamos a
unos amigos en un grupo de WhatsApp que el padre de Carlos Giménez, el famoso y
genial dibujante de cómics, era de Tomelloso. Una de ellos, a la que debo tener
frita con mis continuas alusiones a mi ciudad, cuestionó qué si es que en
Tomelloso ocurre todo. Solo pude contestarle afirmativamente.
Los López, el banderín
de enganche de los innumerables artistas de Tomelloso
Las artes plásticas tienen
en la ciudad una amplia representación. La nómina de pintores y dibujantes es
única e interminable en este pueblo. Todo empezó con Francisco Carretero, el
primero que manchó de pintura un lienzo. Este hombre, que podía haber salido de
una novela de García Márquez, fue agricultor y vinatero; un alcalde reformista
que quiso ser artista. Pintaba por la noche en la cocinilla, a la luz de un
candil. Y es que, la humilde y humeante llama del fanal de aceite podría ser el símbolo
de esta “Atenas de La Mancha”. A su mortecina y titubeante luz nació todo lo
que vino después.
Carretero quiso ser
pintor. Él mismo hacía sus propias mezclas, elaboraba sus pinturas de manera
empírica (como es su obra). Después vinieron los grandes nombres que tal vez se
encargaron de germinar la simiente que ese “perito en vinos” y colores únicos
había metido en el sustrato de un pueblo tan receptivo a las artes. Fueron los
Antonio López, tío y sobrino, el banderín de enganche del interminable rol de
artistas plásticos que tiene Tomelloso. En todos los estilos, técnicas,
materiales, sensibilidades, matices… una galaxia luminosa, colorida y única alimentada
por la Escuela de Arte y Superior de Diseño Antonio López.
Hablaba Paco Umbral, en ese
magistral prólogo que hilvanó en el “Se llama Tomelloso” editado en la década
de los setenta, de los pintores que vio nacer la ciudad. Su brillante pluma se
remontó a los tiempos de Carretero para hacer parada después en la trayectoria
de Antonio López Torres, “pintor que no quiere vender, solterón que solo quiere
pintar, hombre de abrigo viejo y bata blanca, va en bicicleta por el interior
de sus propios cuadros. He visto sus lienzos en Madrid y en Tomelloso y me
parece un sabio solo, un sabio que ha pasado por toda la pintura de nuestro tiempo, o nuestro
tiempo ha pasado sabiamente por su pintura, pero que su enorme sensibilidad lo
lleva sabiamente hacia su manera personal de entender un burro, unos niños, una
era, un paisaje o un paisano”.
Y los elogios del gran
Umbral al tío recalaron acto seguido en el sobrino. “Antonio López García,
maestro hoy del hiperrealismo, pintor en el mundo entero, admiración de Bacón,
gasto de millonarios y museos americanos, tiene una cabeza entre mártir del Greco
y pastor de La Mancha. Es el Velázquez de la España nuclear, con la ironía y el lirismo que no
hay en Velázquez. El hiperreralismo industrial multiamericano y nacional esnob
no esconde más que una verdad concéntrica: Antonio López, genio del siglo,
paisajista urbano de Madrid, hoy, que se sube a Torres Blancas a pintar la
Avenida de América con un fondo de poniente malva y suburbano. Un ancho
desgarrón de soledad, una minuciosa cenefa de ciudad, una palpitación de los
hormigones en la luz. Eso es lo que pinta. Pura pintura, pues que reduce el
tema al no tema”.
Prosa de lujo del
escritor para ornar un reportaje que pretende ahondar en esta joven generación
de pintores de Tomelloso que toman el testigo de estos dos grandes genios para
componer un puzle cultural de lo más interesante en la ciudad.
No es una, son dos las
generaciones que han irrumpido después de estos grandes genios de Tomelloso. Su
talento inspiró a otros que desde otros estilos y planteamientos siguen engrandeciendo
el panorama artístico de la ciudad, pero sin perder de vista las huellas de los
grandes maestros a los que respetan y admiran: Marcelo Grande, Ángel Pintado,
Fermín García Sevilla, Pilar Jiménez Amat, Félix Huertas, Ezequiel Cano, Carmen Jiménez, María
Jesús Martínez, Carmen Casas, Manuel Buendía, Pepe Carretero, José Luis
Cabañas, Diógenes López, Andrés Moya, Andrés Ruiz Paraíso, Serafín Herizo, Amadeo Treviño, Luis
García Rodríguez, Adela Cabañas, Anselmo Ponce, Luciano González Casajuana,
Rufo Navarro, Marcelino Palacios, Luis Carlos Dueñas o Antonio Ortiz Mayorga.
Una relación de artistas puesta a beneficio de inventario y de la que, estamos
seguros, se nos ha quedado algún nombre en el tintero. Pero lejos de nuestra
intención obviar a nadie por su calidad o importancia, sino más bien por
alguna mala pasada de la memoria.
Además de los nombrados, a esa generación pertenece un sinfín de artistas que han creado dignos trabajos, en su mayoría autodidactas y muchos de ellos alumnos de los pintores referidos.
Jóvenes de ideas
maduras
Y tras ellos ha derribado
la puerta una tercera generación que muestra una inagotable creatividad y
talento. Jóvenes de ideas maduras, de arrolladora personalidad, atrevidos,
inquietos, experimentadores, poliédricos, inconformistas, respetuosos con sus
antecesores y al mismo tiempo revolucionarios. Son artistas sin complejos que
se atreven con todo, que a pesar de buscar sus sendas creativas de múltiples
maneras convergen en un arte fresco, de sólidos cimientos y muy puro. Creadores que van siempre más allá, que no se
detienen, que no se cansan de buscar, que contrastan su obra con la de los
otros para enriquecerse, que ofrecen su particular visión de la realidad que
les rodea. Artistas de espíritu crítico, tenaces en el trabajo, polifacéticos
casi todos, y aunque habrá excepciones, algo importante: se llevan bien entre
ellos, las rivalidades son sanas y en todos laten unas inmensas ganas de no
dejar de aprender.
Una generación que enseña
y comparte su arte, ya sea en lo público o en lo privado, en una sala de
exposiciones, en un bar, en una casa, en una barbería, en una tienda, en un
antiguo muro derruido, en una nave industrial, en el elegante vestíbulo de una
Escuela de Artes… Se atreven con cualquier soporte, con la técnica y el material más inesperado,
para firmar obras que nos acaban emocionando. El arte bulle en Tomelloso gracias a estos
jóvenes e incansables creadores.
Roberto Carretero “Gobi” llena de color las calles de Tomelloso. Cuida al
máximo el arte urbano este muralista que, por su empatía y forma de ser, se
desenvuelve feliz en el enjambre de nuevos artistas que han saltado a la
palestra. A la calle se asoma también el arte de Manuel Solana para enseñar sus caligrafías góticas o las andanzas
del Gañán Enmascarado del siempre recordado Pedro Salinas y el de Tomás
Gutiérrez que traslada a los muros de la ciudad las tradiciones y la
historia de Tomelloso.
Las hermanas Abad, Carmen y María o María y Carmen,
hacen cómplice al espectador de lo que ven, le hacen pensar. Crean y
experimentan sin parar. El polifacético Rafa
Rodrigo “MeOne” esculpe con el cartón y crea auténticas maravillas, y aún
guarda tiempo para sorprendernos con el cellograph o darle al arte un acertado
aire inclusivo y solidario en proyectos como Laborvalía. Carmen Sevilla
muestra sus emociones a través del grabado.
Dan ganas de introducirse
y caminar en las majestuosas ciudades que pinta José Ramón Jiménez o quedarse un tiempo infinito mirando esos
horizontes de mar y cielo que pinta Carrión, más afanado ahora en la fotografía
a la que saca todo su jugo. Otra renacentista, Maku, pinta y esculpe y cambiando de registro nos detenemos en el
dibujo perfecto de Concha Espinosa,
tanto que casi nos desvela la manera de ser del personaje. Inma Pon nos
hace pensar sobre la información que nos llega, intentando descubrir como afecta
la sociedad a cada uno de sus integrantes. Chema Perona con sus collages
nos adentra en distintas épocas poniendo en valor lo bueno que se hace en cada
tiempo, Almudena Becerra, nos emociona con sus sencillas y elegantes
composiciones pictóricas, lo mismo que Ana Parra con sus geometrías que
descubren su alma de arquitecta.
El talento, la creatividad,
la búsqueda de nuevos horizontes, mucha personalidad… acompañan a los jóvenes
artistas de la ciudad que han llegado para quedarse. Antonio Madrid da
una nueva dimensión a las obras de otros artistas de la que él mismo acaba
siendo partícipe. Lucía Martínez disfruta en el hábitat del paisaje
urbano, experimentando con el color y diferentes técnicas. Resultan asombrosas
las alegorías de Santiago Lara, uno de los artistas con mayor
proyección. Rogelio Sánchez transforma la realidad trefilándola a través
de su bagaje cultural y artítico.
A través de su exquisita
pintura simbolista, Caroline Culubret, nos cuenta la historia de su
vida, de toda la humanidad, nos atrevemos a decir, mediante la figura humana. María
Valvanera ensambla, corta, pinta y separa los diferentes elementos jugando
con los volúmenes y perspectivas. Con un estilo muy contemporáneo, Ángel
Castellanos, sorprende con sus trabajos realizados con distintos materiales
y técnicas, pero con sus inquietudes como centro. No resulta cómodo para el
público el lenguaje expresionista que imprime a su obra Rogelio Garrido, creador
que se mantiene fiel a sus principios.
Innovadora,
revolucionaria, vehemente, inconformista, Clara López Cantos, no deja a
nadie indiferente con su arte. María Jesús Navas esgrime una rica paleta
para moldear el sorprende paisaje manchego. De la acuarela ha hecho Silvia
de Castro la mejor arma para mostrar lo efímero del mundo que la rodea.
Y, antes de seguir —de
acabar con el reportaje—, es necesario hacer una prevención, estamos seguros
los periodistas de que, en esta relación de pintores, que no pretende ser
exhaustiva, faltan nombres. La lista de quienes pintan en la ciudad es
interminable y será fácil haber omitido alguno o algunos nombres de la virtuosa
nómina de quienes aquí se dedican al arte de Kora. De ser así, solo podemos
lamentarlo e intentar enmendarlo en futuras ocasiones.
Colectivos, espacios
expositivos y la Escuela de Arte
Además de los quehaceres
individuales de todos estos artistas, muchos de ellos, además, forman parte de
colectivos artísticos. Se trata de una forma de compartir las inquietudes de
cada uno, de empaparse de los conocimientos, habilidades, estilos y del concepto
artístico de los otros y de mantener viva la necesidad de creación. Ahí están
los primigenios Acento Cultural o Ideo a los que han seguido, Los jueves al
desnudo o Margen Izquierdo, formado por profesores de la Escuela de Arte y
Superior de Diseño Antonio López.
Necesariamente hay que
contemplar en este artículo los espacios expositivos que han hecho posible que
estos artistas puedan enseñar sus creaciones al público. El arte es un
ejercicio fallido si la obra no llega al espectador, el receptor final del
mensaje que el pintor emite a través de su creación.
Es todo un privilegio que
en Tomelloso exista un espacio con la categoría y prestigio que desprende el
Museo de Arte Contemporáneo Infanta Elena. Los jóvenes artistas que
protagonizan este reportaje tienen en este espacio un lugar ideal para
impregnarse de corrientes y tendencias artísticas de primerísimo nivel. Y
adentrándonos en el casco urbano, ahí están lugares señeros como El Café de la
Glorieta o el Patio a los que han seguido otros como El
Rinconcito o Novem. El último lugar en llegar ha sido Casa África,
una genuina vivienda manchega restaurada con amor.
En este aspecto El
Rinconcito merece un capítulo aparte, por su clara apuesta por el arte desde el
primer momento y por dar una oportunidad de oro a creadores incipientes y
bisoños al lado de otros consagrados y famosos.
Otro elemento importante
para la gestación de este grupo de artistas ha sido la Escuela de Arte. El
centro se ha constituido en un eficiente catalizador de las inquietudes creativas
de tantos y tantas. Sus aulas forman la cantera de donde están surgiendo muchos
de estos creadores, de estos artistas que mantienen vigente y actual el legado
de Francisco Carretero y esos López, orgullosos de que el arte siga en
Tomelloso más vivo que nunca.
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Viernes, 29 de Septiembre del 2023
Jueves, 28 de Septiembre del 2023
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