Creo que me estoy haciendo viejo.
Después de escribir esta frase
que venía pensando desde hace unas horas, no me resulta agradable.
Lo repetimos muchas veces en
nuestros comentarios: no nos gusta que nos llamen viejos, porque viejo es lo
que, con el paso del tiempo, ha perdido su funcionalidad, se decrepita, se tira
y en el caso de las personas nos morimos; ocurre con cualquier objeto, con las
plantas, animales y por supuesto con los humanos.
Bueno pues cambio la frase por
esta otra: Me estoy haciendo anciano. Sí, mejor así. El anciano encierra más
experiencia, sabiduría, capacidad de aguante frente a las insolencias y sabe
apreciar los gestos de cariño hacia él; también se reconoce ignorante frente a
muchos temas y situaciones. Y una cualidad que yo aprecio mucho: reflexiona y
analiza la vida y sus aconteceres con más calma, con ojos aguzados por la
experiencia, con más esquinas de observación, por lo tanto, sus conclusiones
están más perfeccionadas.
Esta reflexión, me hace recapacitar.
Disfruto mucho, las situaciones en todo su abanico de ser, desde las más
absurdas hasta la más intelectualmente refinadas. Viene a colación porque en
estos días buscamos celebrar la cena o la comida de empresa, amigos del pádel,
compañeros de petanca, amigos de los gorrinos chatos, defensores de los gatos malvinos,
o vaya a saber cómo apelamos al “grupete” del que nos han hecho formar
parte.
Antes de seguir, te pido
humildemente perdón, lector que sigues mis escritos, por las conclusiones que
he sacado de años anteriores:
Hay que buscar local para la
celebración. Llamas por teléfono y hasta el quinto o sexto intento no
encuentras lo que buscas: “Estamos completos” (dice el interlocutor, como si
hasta hace poco tiempo estuvieran faltos… de algo). “A partir de 35 euros”. “Para
20, ¿me dice?, sí, sin problema a las cuatro de la tarde, antes, imposible”.
“Tiene que ser en la terraza. Obvio, disponemos de unas estufas, producen un
ambiente confortable y si traen abrigos y la bufanda no hay problema”. “Sí,
podemos reservar para los que usted necesite, sin problema alguno. Ah, le
adelanto que solo servimos menús veganos”.
Tú que, por hacer un favor, te
habías ofrecido a buscar sitio y a buen precio, porque conocías a un “amiguete”
que tiene un restaurante e iba a hacerte un buen precio, después de la última
llamada has quedado “hasta allí mismo” del teléfono, de los restaurantes y de “to
lo que se menea”. Es ahora cuando te acuerdas de tu cocinilla, tu lumbre,
tus “choricetes” y tu gente.
Hasta aquí lo jocoso, pero hay
una segunda página más seria y sobre todo más triste. La necesidad que,
multitud de factores en la sociedad y de modo subliminar, nos han creado para
estos días, esa de tener que juntarte con gentes que no te son en absoluto
agradables o que incluso has tenido tus “rifirrafes”. Vas a gastarte en el menú más de lo que
tenías previsto, cafés copas, invitaciones… Con suerte concluyes, ya entrada la
noche, departiendo amigablemente con la terquedad del que se ha pasado de
copichuelas.
La situación económica de muchas
personas, el paro, la subida del precio de los alimentos incluidos los más
básicos, combustibles, electricidad, alquileres, hacen más cuesta arriba la
dichosa comida navideña. El pesimismo ambiental y personal se despierta
haciendo que para los “no pudientes”, tales fiestas navideñas sean algo más
tristes.
No me gusta teñir de negro las
fiestas, sean las que sean y por el santo que se quiera, menos, las navideñas,
cercanas y llenas de ilusiones e infinitos colores.
Y como decía al comienzo que me
estoy haciendo anciano, concluyo, llevado por la experiencia que mejor
programar los porvenires con ilusión y optimismo, aplicando quizás cierta
parquedad en el comer y beber (¡viene la advertencia de la tensión y el
colesterol!) pero rebosando de alegría al pensar en los que sonríen contagiados
por tu sonrisa.
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Miércoles, 9 de Octubre del 2024
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Jueves, 10 de Octubre del 2024
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