La escuela está
estresada. La misma que siempre ha tenido buena voluntad y que, sin darse
cuenta, se ha ido echando a la espalda todo lo que, como sociedad, hemos dejado
de lado. Porque, al principio, la escuela estaba para enseñar, que no es poco.
Y era buena en eso.
En algún momento, no hace
demasiado, a alguien se le ocurrió que, como la escuela hacía las cosas bien,
debería encargarse, además, de tutelar, fomentar y proteger aspectos de la vida
familiar y social. Eran tiempos en los que existía una confianza ciega en la
institución.
Así fue como la escuela
comenzaría por los valores y, poco a poco, asumiría retos tan importantes como
la lucha contra las drogas, el alcohol, los trastornos alimentarios, la salud
mental, el VIH, las guerras, la desigualdad, las brechas sociales, el paro, el
juego o las nefastas consecuencias que las redes sociales generan en nuestros
niños.
Y esto, aun siendo
loable, generó un efecto tan imprevisto como ruin. La sociedad fue dejando en
manos de la escuela lo que le correspondía principalmente a ella y, con el
tiempo, lo que bien podría verse como un esfuerzo compartido, terminó
entendiéndose como una responsabilidad propia de la escuela.
La sociedad queda exenta
de tales funciones. Reinan, entonces, los argumentos utilitaristas y también
fiscales. Los impuestos, ya que se pagan, se pagan para eso y los hogares, los
padres y los abuelos nos despreocupamos conjuntamente. También las
administraciones, centradas en un votante mediano liberado de sus obligaciones
morales.
—¡Que lo enseñen en la
escuela! —Y no. No es que la escuela no pueda. Es que a la escuela la hemos
abandonado y la estamos condenando a muerte, sin pensar que los reos son
nuestros hijos. Malditos egoístas. Nosotros ¿Quiénes si no?
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Viernes, 17 de Enero del 2025
Miércoles, 15 de Enero del 2025
Viernes, 17 de Enero del 2025
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