Opinión

Las fotos de Setién, los recuerdos de mi infancia

Francisco Navarro | Sábado, 9 de Diciembre del 2023
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Sin lugar a dudas la semana del 6 de diciembre es la más particular de todo el año. Un septenario con dos fiestas importantes que hace que tengamos el puente más largo, el acueducto por antonomasia. Unas jornadas, informativamente a medio gas, en las que se inician las celebraciones previas a la Navidad. Se prenden las luces, se presenta el prolijo calendario de actividades de las pascuas o se conmemora el Día de la Constitución. Este 2023 al que ya le hemos echado el tarugo en remojo, en Tomelloso se han celebrado con una mayor solemnidad con el pretexto de cumplirse el 45 Aniversario de nuestra Carta Magna. Todo ello aderezado con no pocas actividades culturares. Entre ellas destacan dos exposiciones únicas que los programadores culturales de nuestra ciudad han tenido el acierto de “agendar”, como ahora se dice, en estos días tan propios para la indolencia.

Dos muestras que están teniendo una gran respuesta por parte del público. Por un lado, la sobrecogedora exposición de Caroline Culubret, “Simbología femenina” en el López Torres —de la que hablaremos más extensamente en otra ocasión— y en la Posada de los Portales, “Gente de Tomelloso”, de Pepín Setién. Uno ha vuelto al menos cuatro veces a las dos exhibiciones artísticas y siempre había mucha gente admirándolas. Claramente se demuestra que el público —el pueblo llano, que diría Bertold Brecht— sale de su casa a disfrutar las manifestaciones culturales cuando éstas le pellizcan el sentido.

La Posada de los Portales está de bote en bote hasta los días laborables. De las paredes del centro cultural cuelga una panoplia de fotografías, registradas por el inefable José Ortiz Setién, que atestiguan un Tomelloso que ya no volverá. Con buen gusto, su familia ha seleccionado de entre el inacabable archivo de tan inquieto personaje, unas decenas de retratos que enseñan un pueblo que pasó —no hace tanto— a mejor vida. El periodista se fija en los grupos de personas que observan, comentan señalan, asienten, reconocen o sonríen.

En estos días en lo que se pone el patriotismo en balanza, en los que, como decimos, se conmemora uno de los acontecimientos que más estabilidad y bienestar ha dado a nuestro país, mientras recorre “Gente de Tomelloso” uno se acuerda de la frase de Rilke. Ya saben, aquella tan acertada y repetida que proclamaba que “la verdadera patria del hombre es la infancia”. Y es que eso es la muestra de Setién, un compendio de la infancia y la primera juventud de este cronista.

Juaninas, al que uno era incapaz de ponerle cara en sus recuerdos, la zapatería de Antonio Pintado —que nos encontramos en la exposición—, la alpargatería de Luis López, el estanco de Calabria, el taller de Dionisio Lara o la tintorería de Setién. La ironía de Pepín impregna la exposición en la que también se pueden contemplar carnavales, manifestaciones, actuaciones musicales, celebraciones o viajes familiares en los que Tomelloso siempre está presente. También hay estampas artísticas, alguna capaz de estremecernos, de una Mancha que se llevó el tiempo. Las composiciones con Antonio López Torres como leitmotiv nos dejan boquiabiertos.


Precisó también el celebrado y laureado poeta austriaco que “la única patria feliz, sin territorio, es la conformada por los niños”. Y así lo certifican las instantáneas de Ortiz que retratan esos grupos de zagales, desnudos, sucios, pobres en definitiva, pero con la felicidad de sus pocos años iluminando su rostro.

En la muestra se enseña un Tomelloso desconchado, con poco lustre, con bombillas iluminando las calles de tierra. Con la plaza llena de hombres vestidos de negro absoluto y la calle de la Feria abarrotada de gente paseando. Salen personajes conocidos por todos los que vivimos esos años. Las fotos reflejan, como acertadamente señaló un alcalde de esos años, “un Tomelloso que estaba por hacer”.

“Gente de Tomelloso” hace que afloren recuerdos y emociones al contemplar unas imágenes que nos llevan a un tiempo, no tan lejano, insistimos, en el que éramos más jóvenes —al menos este que escribe—. Se nota en el objetivo de Setién —y en el respeto con el que se acercaba a quien retrataba— la ingenuidad que una época en la que teníamos intactas las ilusiones. Cuando el periodista encara la última etapa de la exposición —la reproducción en una pantalla de más fotos— le llegan los ecos de otro poeta, de Antonio Machado, nada menos, y piensa que “mi infancia son los recuerdos de las fotos de Setién”.

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