No debió coger aquel cuchillo ensangrentado. Mucho menos
extraerlo del tórax de la víctima. A lo lejos, el asesino continuaba con su
carrera mientras él permanecía agachado sobre el cuerpo sin vida. La luz de la
linterna lo cegó y, para cuando pudo abrir los ojos, sus muñecas estaban
esposadas. Se golpeó la cabeza al entrar en el coche policial. Ya en comisaría,
llegó a confesar la autoría de un crimen que vio cometer a otro. Recordó las
palabras de madre, años atrás, cuando le decía que solía estar en el lugar
equivocado y que eso le causaría problemas. Padre entonces replicaba, negando
la mayor y sosteniendo que no era el sitio, sino que habían tenido un hijo
bobalicón. Madre lo abrazaba para que no escuchara aquello de quien no lo quiso
nunca. Un día se cansó de hacerlo pues, a pesar de tapar muy fuerte las orejas
del niño con sus manos, la voz de padre, gruesa e hiriente, lograba entrar en
su cabeza. Harta, decidió clavar el cuchillo de cocina en la garganta de padre,
enmudeciéndola. Al niño, años más tarde, le parecería ver a padre agonizando en
aquella acera. De un tirón, sacó el cuchillo del pecho y, antes de que le
cegara la luz, lo devolvió a su sitio, hundiendo la hoja en la garganta del
muerto, justo al lado de una antigua cicatriz. Madre logró escapar y, aunque
intentaría volver para protegerlo, él ya había firmado la declaración de
culpabilidad.
{{comentario.contenido}}
"{{comentariohijo.contenido}}"
Viernes, 14 de Febrero del 2025
Viernes, 14 de Febrero del 2025