Opinión

Bobalicón

Ramón Castro Pérez | Miércoles, 13 de Diciembre del 2023
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No debió coger aquel cuchillo ensangrentado. Mucho menos extraerlo del tórax de la víctima. A lo lejos, el asesino continuaba con su carrera mientras él permanecía agachado sobre el cuerpo sin vida. La luz de la linterna lo cegó y, para cuando pudo abrir los ojos, sus muñecas estaban esposadas. Se golpeó la cabeza al entrar en el coche policial. Ya en comisaría, llegó a confesar la autoría de un crimen que vio cometer a otro. Recordó las palabras de madre, años atrás, cuando le decía que solía estar en el lugar equivocado y que eso le causaría problemas. Padre entonces replicaba, negando la mayor y sosteniendo que no era el sitio, sino que habían tenido un hijo bobalicón. Madre lo abrazaba para que no escuchara aquello de quien no lo quiso nunca. Un día se cansó de hacerlo pues, a pesar de tapar muy fuerte las orejas del niño con sus manos, la voz de padre, gruesa e hiriente, lograba entrar en su cabeza. Harta, decidió clavar el cuchillo de cocina en la garganta de padre, enmudeciéndola. Al niño, años más tarde, le parecería ver a padre agonizando en aquella acera. De un tirón, sacó el cuchillo del pecho y, antes de que le cegara la luz, lo devolvió a su sitio, hundiendo la hoja en la garganta del muerto, justo al lado de una antigua cicatriz. Madre logró escapar y, aunque intentaría volver para protegerlo, él ya había firmado la declaración de culpabilidad.

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