Opinión

Melones, meloneros y meloneras de Tomelloso

Joaquín Patón Ponce | Miércoles, 28 de Febrero del 2024
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Todos conocemos en la actualidad la importancia económica y social del cultivo del melón en Tomelloso, con cientos de hectáreas dedicadas al cultivo de este producto, con una cooperativa, la SAT Santiago Apóstol, dedicada mayoritariamente a la producción y comercialización de melones y sandías. Existen otras SAT, Hortiman y Luanvi, más pequeñas pero de igual importancia y muchas más empresas que tienen o alquilan naves en la localidad para comprar la producción de los meloneros de Tomelloso y comercializarla. 

La exportación de este producto a países extranjeros alcanza porcentajes verdaderamente importantes en todas las campañas. Los melonares de hoy son prácticamente en su totalidad cultivos de regadío y alcanzan una elevada producción y calidad en esta llanura soleada, pues este cultivo necesita de elevadas temperaturas para madurar correctamente.

Todo esto, hoy en día, pero, ¿conocemos cómo se cultivaba el melón en Tomelloso hace, por ejemplo, sesenta años? Seguro que mucha gente mayor sí lo sabe, algunos de los jóvenes que lo hayan oído comentar a sus padres o abuelos, también. Quizá gran parte de la gente joven, o no tan joven, si no tienen antecedentes de agricultores en la familia y, por supuesto, los que nos visitan, no lo conozcan Para ellos y para todos trataremos de recordar cómo era el cultivo del melón en los años sesenta del siglo pasado.

La variedad más cultivada era la sandía, conocida en esta localidad como “melón de agua”; lo que hoy día se conocen como variedades de piel de sapo, o algo similar, eran conocidos entonces como “melón de chino”. Tanto una como otra se cultivaban mayoritariamente en tierras de secano.

El terreno destinado a sembrar los melones tenía que estar bien laboreado con las mulas y sin hierba antes de que llegase la primavera. Como era una plantación de secano, las matas  se sembraban a la anchura de una viña, unos 2´5 metros aproximadamente una de otra, lo cual nos da una densidad de plantas de 1.500 por hectárea (una hectárea de regadío puede tener de 4000 a 5000 plantas). Los meloneros de Tomelloso “pintaban” las tierras igual que cuando iban a plantar una viña, de tal forma que cuando los melonares estaban recién nacidos o pequeños se observaba desde la linde la perfecta alineación geométrica de las plantas desde cualquier posición en que se las mirase.

El único abono que se echaba a los melones era unos 2 kg. de estiércol por mata. Unas semanas antes de sembrar se hacían a mano, con una azada, unos hoyos pequeños llamados “casillas”, uno por mata, en donde se echaba el estiércol, de forma manual también, repartiéndolo con una espuerta pequeña especial a tal efecto. El mejor estiércol era el que producían las mulas durante todo el año, con estos animales hacían todas las faenas agrícolas, y el estiércol que producían lo utilizaban como abono para fertilizar las tierras en donde se iban a plantar melones.

La siembra se hacía en primavera, sobre el mes de abril, cuando disminuía el riesgo de heladas. Encima de cada casilla, se sembraban entre seis y diez pepitas de melón, tras nacer y desarrollarse un poco, se hacía el clareo y se dejaba una sola mata. 

Cuando las matas tenían varias ramas de  un metro o más y empezaban a cuajar se solía contratar un melonero para que estuviese  pendiente de que la plantación tuviera un adecuado desarrollo. El melonero vivía allí todos los días y todas las noches hasta que se habían cortado y recogido la mayoría  de los frutos de la plantación, tiempo que podía ser perfectamente un mes y medio. Los meloneros solían ser mozalbetes jóvenes u hombres de avanzada edad, pues el trabajo era cansino y de todas las horas del día, pero no requería la fuerza que el resto de labores agrícolas, para las cuales hacían falta hombres en plenitud de facultades físicas.

En cada plantación se construía una choza que servía de refugio al melonero, ésta solía ser de gavillas de sarmientos y unos palos algo más fuertes para sujetarlas. Si había varias plantaciones  cerca una de otra, los trabajadores  se juntaban a cenar y a charlar hasta un poco entrada la madrugada, cuando se acostaban cada uno en su choza.

Si existía  alguna casa de campo  cerca se iban allí por lo menos a la comida del mediodía y a dormir. Un espectáculo que ha contemplado todo el que ha hecho este trabajo es mirar la bóveda celeste tumbado en la tierra, boca arriba; en un día claro de primavera o verano, sin luces de población cerca, las estrellas refulgen con un brillo especial que merece la pena contemplar en ésta nuestra llanura manchega.

La mujer tenía un importante papel en el cultivo del melón, pues colaboraba en casi todas faenas agrícolas. Ellas eran las que echaban el estiércol con una espuerta en las casillas que previamente habían hecho su padre, esposo o hermanos. 

Ellas eran las que sembraban los melones, las que hacían el aclareo de las matas, ellas cortaban y recogían melones cuando estaban hechos. Incluso manejaban algunas la azada para hacer las casillas igual que un hombre,  también las había que hacían de meloneras en una choza todo el verano.

El trabajo más popular y reconocido de las mujeres tomelloseras fue el de las terreras. En cada cuadrilla  de picaores había un grupo de mujeres que se encargaban de sacar la tierra que picaban los hombres para hacer la cuevas.

Por supuesto que estamos de acuerdo en que se reconozca el trabajo de las terreras. Sin embargo, hemos de decir que, igualmente, se merecen un reconocimiento las meloneras, las vendimiadoras, y todos los oficios desempeñados por las mujeres de Tomelloso.

El melonero o melonera vivía prácticamente en la plantación durante mes y medio o dos meses. Sus misiones, sin ser pesadas, eran de vigilancia del melonar, dejar cada mata con sólo dos frutos en cuanto empezaban a cuajar, al amanecer y al anochecer espantar a los animales que acuden a comerse los brotes tiernos, como sisones, urracas, liebres y otros. Para esta última faena, recurrían muchas veces al arrastre atados con una cuerda de varios botes o latas por la linde o algún camino cercano, con el fin de hacer ruido y espantar a los animales.

Cuando llegaba la época de cortar, el melonero o melonera colaboraba también con los que iban a recoger la fruta. Los frutos de los melonares de  secano, sobre todo los “melones de agua”, si se había conseguido que las plantas se desarrollasen correctamente, hacían que mereciese la pena todo el trabajo realizado. 

Aunque la producción, lógicamente, era muy inferior a la de las actuales plantaciones de regadío, echarle la navaja a una sandía cortada en su punto, de seis, siete o incluso doce o catorce kilos, de carne roja y crujiente, dulce como la miel, exquisita, criada con  nuestros propios esfuerzos de forma natural, era un goce para los sentidos y sobre todo para el gusto. 

Las mejores sandías de secano eran de pepita grande y corteza gruesa. Cuando salía una buena de verdad, había que comerla teniendo el cuidado de ir dejando las pepitas de forma que se pudiesen lavar y secar después, para sembrar al año siguiente. De esta forma se perfeccionaron y mejoraron variedades por selección natural durante siglos.

Los tomelloseros se iban a sembrar melones hasta a cuarenta o cincuenta kilómetros de su pueblo, y  a venderlos con sus mulas y sus carros a los mercados de todos los pueblos de alrededor, Villarrobledo, Manzanares, Daimiel y otros. Llegaban hasta pueblos de la provincia de Toledo como Consuegra o Mora y a las Sierras de Alcaraz y Segura, a poblaciones tan lejanas como Reolid o La Puerta del Segura.

Aún queda gente en Tomelloso que conserva pepitas de aquellos magníficos “melones de Agua” y de “Chino”. Si hemos conseguido recuperar una buena cantidad de mulas para las labores de arada con ellas, la simienza del cereal a mano como antes, la siega y tantas otras tradiciones que parecían perdidas, ¿Por qué no podemos intentar recuperar la siembra de melones de secano de las variedades tradicionales? ¡Ojalá lo consigamos también! 

Si los tomelloseros  y tomelloseras  estamos considerados como gente valiente, emprendedora y con poco miedo a nada, sin duda una parte no pequeña de “culpa” de esta fama que tenemos en poblaciones cercanas  la tienen  nuestros cultivos de melón. 

Además, nuestras meloneras, junto con las reconocidas terreras, vendimiadoras y otros oficios desempeñados por las mujeres en el campo, nos hablan con voz fuerte. Nos dicen que si Tomelloso se encuentra en donde está actualmente, es por el trabajo de todos, hombres y mujeres, durante siglos de esfuerzo y sacrificio.

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