Opinión

Luciano, el hombre de la luz, doña Clemencia y sus criados

Juan José Sánchez Ondal | Miércoles, 17 de Abril del 2024
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VI.- Lola Suero y final

No tardó mucho tiempo Régulo, después de su charla con el espejero ambulante, en desplazarse a la capital y comenzar sus pesquisas acerca de Lola, en los lugares en los que suponía podía encontrar información, que no eran otros, a su entender, que los relacionados con la farándula.

Fue pegando la hebra con camareros, noctámbulos y encargadas de los guardarropas de salas de espectáculos, y dato aquí, pista allá, dio con un limpiabotas, “El Chito”, de la sala de fiestas, con el que le dijeron había convivido Lola en sus últimos años. Por él, y por algunas otras fuentes, más o menos fiables y mal o bien intencionadas, pudo averiguar que Lola Suero, se llamaba, en realidad, Dolores Puerro Ramírez; que era hija natural de una planchadora, “Dolores la Alta”, con los mismos apellidos; de padre desconocido y nacida en la capital. Físicamente agraciada y no dispuesta a seguir la plana vida de su madre, acudía por imposición de ésta, a una academia de corte y confección, pero su vocación no era la de modista y con algún arte, gracia y palmito comenzó a actuar de corista en una compañía de variedades, pasando luego a actuar como cupletista de algún éxito en los cafés cantantes. Desapareció de la capital durante algún tiempo. Se rumoreó que tuvo una hija, sin que se supiera la paternidad de ella, que, al parecer, abandonó en la inclusa, continuando con su trabajo de cantante durante unos años, terminando de cerillera en un cabaré local, hasta que, no hacía mucho, falleció tuberculosa.

 A pesar de la diferencia de edad y de los estragos del tiempo, la reconoció Régulo como la visitante de doña Clemencia, en una fotografía de joven que en su cartera llevaba el limpia. Del nacimiento y abandono de una hija del que le habían llegado rumores, nada cierto sabía el que fuera su compañero de los últimos tiempos, pues a pesar de haberle preguntado en varias ocasiones, lo oído sobre su maternidad, Lola escurría el bulto diciendo que eran habladurías e infundios de envidiosas. 

Por tanto, también esa puerta se le entornaba a Régulo para sus indagaciones, aunque los rumores continuaban abonando las dudas. No quedaba, pues, otra fuente segura que la del libro de la inclusa que custodiaba con tanto celo la anciana madre Eventina y en la que no estaba dispuesta a dejar beber.

Tampoco dieron resultado las indagaciones de Régulo respecto del Mariano Suárez, pues ni “El Chito”, ni ninguno de los contactados, dado el tiempo transcurrido, tenían noticia de un personaje con esas señas, fama y actividades.

 Un buen día Régulo recibió una carta del hospicio en el que le comunicaban el fallecimiento de la que durante tantos años fue la directora y que ésta había dejado un sobre con el ruego de que le fuera entregado en mano, para lo cual le invitaban a pasar a recogerlo cuando pudiera. Le faltó tiempo para, tras llorar la pérdida de la que con tanto cariño le crio y educó, dirigirse a la capital a por su postrera información. ¿Al fin, madre Eventina, en sus últimos momentos, haciéndose cargo del deseo de conocer a sus verdaderos padres, había decido desvelárselo? Recibida de manos de la nueva priora, precipitada y torpemente rasgó la solapa del sobre y desdobló una hoja manuscrita en la que la monja le comunicaba:

“Querido hijo Régulo: He arrancado y destruido las hojas del libro de ingresos correspondientes al tuyo y al de Balbina, para así evitar a mi sucesora la presión que sobre ella intentarías.
Sólo puedo desvelarte que Balbina y tú sois hermanos de padre, un joven disoluto que, habiendo podido, se desentendió de sus deberes con respecto a vosotros; que vuestras madres se vieron impelidas, por distintos motivos, a confiarnos vuestras vidas y que ambas purgaron sus respectivos pecados de distinta forma y me mostraron, a lo largo de sus vidas, muestras evidentes de interés y cariño hacia ambos, habiendo estado siempre, en especial la tuya, procurando vuestra ventura.

Es cuanto te puedo decir sin violar mi deber de sigilo escrupuloso en vísperas de ir a reunirme con ellas, si es que el Señor me considera digna de tan glorioso destino eterno.

Dejo a tu criterio el que transmitas esta información a Balbina o se la ocultes, ya que ella nunca me mostró la curiosidad que a ti tanto te acucia. Cuídala como has hecho siempre y que Dios os bendiga.

 Firmado: Eventina del Portal de Belén.”

Con silenciosas lágrimas resbalando por sus mejillas, Régulo besó la carta y la guardó en el bolsillo interior de su chaqueta junto a su corazón. Se le nubló la vista, consciente de que se había hecho la oscuridad definitiva sobre parte de su pasado.

Sin saber cómo ni por qué le vino a la memoria aquel singular personaje que desapareció del pueblo sin haberse vuelto a saber nada de él, Luciano “el hombre de la luz”, al que cada noche esperaba en la plaza para que con su industria iluminara el “encamisonamiento” de doña Clemencia. ¿Su madre? ¿La joven seducida y abandonada por el tenorio Mariano Suarez? ¿Su padre? ¿El padre de su confirmada medio hermana Balbina, habida con la infortunada Lola Suero?

En otras circunstancias Régulo Expósito, Regulo ¿Suarez Ruiz? hubiera emprendido la búsqueda del “maldito” o “disoluto” Mariano Suarez, presunto padre de ambos. En estas, con lo que había averiguado y con la duda de si continuaría vivo, no merecía la pena. ¿Para qué?

Madrid, 17 de abril de 2024.

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