Opinión

Ciri y los compañeros de colegio

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 4 de Mayo del 2024
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Disfruto de estas tardes con más tiempo de sol, me resultan más agradables y parece que se inclina uno a tener mejor humor, pienso que no podría vivir en ninguno de los países nórdicos. Después de saludar al camarero me he sentado en la mesa acostumbrada, veo mucha gente en la calle solazándose con la temperatura primaveral. No tardará mucho mi amigo en llegar. 

Ahí está, si antes lo digo, antes llega. 

Viene cuando menos extraño:

—Buenas tardes, señor camarero, —oigo que saluda al señor de la barra a la vez que coloca la mano derecha en el pecho.

—Buenas tardes señor don Ciriaco, —responde el servidor de la cafetería juntando las manos en la espalda y forjando una inclinación. 

Me doy cuenta de la situación extraña en la que se halla el mesero. Escuchada la salutación de mi amigo con esos modales, ha respondido con la mejor ocurrencia de “usted y don”, añadiendo el nombre completo. Nos conoce de siempre y no sé que estará pasando por su cabeza ante la salutación que le ha dedicado Ciri.

Sigue caminando mi amigo hacia donde yo estoy, pero dando como saltitos, mirando las paredes con sus adornos, aparenta verlos por primera vez, se acerca a ellos, se separa... No se le cae la sonrisa de la boca, es como si la llevara ajustada al bigote. Conozco estos gestos y pienso que “algo trae en el buche”; de todos modos, Ciri es imprevisible, puede salir por donde menos lo espere. 

Cuando está cerca inicia un saludo al modo de los refinados de antaño, hace como si se quitara el sombrero, que no tiene, cruza la pierna izquierda hacia atrás, adonde se ha llevado igualmente la mano izquierda, mientras con la derecha formula una especie de balanceo a modo espadachín. Me recuerda alguna película de los tres mosqueteros. Al tiempo proclama con mezcla musical. 

—¡Buenas tardes queridísimo amigo, compartidor como nadie de tertulias enjundiosas y deliciosos cafés nacidos en los páramos tropicales, a la vez que exquisitas magdalenas manchegas! 

Debo tener cara de incredulidad y me oigo decir a mí mismo:

—Buenoooo.

Pero de inmediato rectifico y declamo con la misma inflexión que mi amigo incorporándome de la silla:

—¡Buenas tardes tenga su majestad soberana, esplendida y singular donde las haya! ¡Excelentísimo señor don Ciriaco!, —le respondo sin poder contener el jolgorio.

Terminamos los dos riendo y estrechándonos en un abrazo. Incluso el camarero participa de la situación sonriendo disimuladamente de lado. Juraría que está pensando “estos dos están haciendo oposiciones para ingresar en el manicomio”. Lo que refuerza la situación de teatralidad y nuestras risas.

Unos instantes para serenarnos. El servidor de la cafetería comprende que se relaja el ambiente y prepara los cafés sin falta de magdalenas. Todavía con la sonrisa cómplice sirve nuestra demanda.

—Creo que me debes una explicación convincente de que “no se te ha ido la chimenea”, justificando tu entrada triunfal, —exijo al vecino de mesa.

—No te voy a dar una, podría darte cientos, pero te adelanto que vas a pasar envidia, luego no te quejes.

No sé quién está más inquieto, por saber o comentar de qué se trataba, Ciri o yo. 

Comenzó a hablar con el mayor entusiasmo conocido, le brotaban las palabras como chorros de una fuente. Necesito, querido lectora o lector, resumir en unas líneas todo lo que me dijo durante la media hora que no paró de hablar. Un monólogo entusiasmado y glorioso.

Aprovechando el día primero de mayo, ya no va a las manifestaciones sindicalistas como cuando era joven me dice, pero no le encuentro yo trazas reivindicativas a Ciri, había marchado a Ciudad Real, porque los antiguos compañeros de colegio organizaban una convivencia, a la cual él estaba invitado. 

La reunión comenzó con la comida de la víspera en un restaurante, éramos dieciocho comensales. Saludos, abrazos y diversas expresiones: ¡Que bien te mantienes! ¡No pasa el tiempo por ti! ¡Cuánto pelo tienes todavía!, tales comentarios o parecidos se entienden, porque las edades trasgreden los sesenta.

Obviando comentarios de esta índole, me dice Ciri que disfrutó como pocas veces en su vida, resumió las causas en tres capítulos.

1. Habían progresado y madurado muchísimo en el ámbito personal. El recuerdo de infancia y juventud servía de contraste. Pausados, alegres, acogedores, escuchantes. Ser compañero de estas personas es magnífico.

2. Son adictos al diálogo, cualidad rara entre gentes importantes de cualquier sector. Exponen, comentan, contrastan, abogan con inteligente sencillez, aprovechando lo aportado por el interlocutor, olvidando el veneno de la envidia.

3. Siguen interesados en problemas mundiales graves, como son la violencia, el dolor de las personas pobres, las drogas portadoras de enfermedades y muerte desde el comienzo de su fabricación. Qué importante estar convencidos de esto, cuánto pueden ayudar mentalizando a otras personas.

—Ciri, ¿en casa de quien os juntasteis? —le inquiero interesado—, porque dieciocho personas necesitan más espacio que una simple familia para vivir.

—Nos juntamos en el Seminario de Ciudad Real. En el “Pequeño Escorial” como lo llamamos familiarmente.

—¿Cómo dices, Ciri? ¿Qué os juntasteis en el Seminario? —de verdad que no puedo fiarme mi amigo, con poco que me descuide me coloca la errata y luego se ríe de mi ingenuidad, pero esta vez le “he cogido la vuelta”.

—Que sí, en el Seminario. Es que los reunidos habíamos estudiado allí. Solo unos pocos se ordenaron de sacerdotes, otros, la gran mayoría, nos salimos antes de cantar misa. Allí nos recibieron con los brazos abiertos, facilitando todo lo necesario para la convivencia. 

—Pues habitaciones no os faltarían, con lo grande que es y la escasez de seminaristas que hay ahora, como Dios no lo remedie tenemos curas solo para unos años.

No recordaba que Ciri había estudiado unos años allí, hasta que se fijó de veras en una chica que siempre le había gustado y en tal momento terminó su vocación clerical. Viendo lo eufórico que está le doy con el codo diciendo:

—Para celebrarlo ¿no te importará invitarme hoy al café?

—Desde luego que no, además con mucho gusto y a la salud de mis compañeros de Seminario.

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