Opinión

La infanta luminosa

Ramón Moreno Carrasco | Martes, 25 de Junio del 2024
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Tengo la gran fortuna de conocer a una infanta muy especial de la que quiero hablarles hoy, intentando hacerle el panegírico que, sin duda alguna, se merece. Realmente la amistad la tengo con su madre, y aunque la he visto en multitud de ocasiones, se me muestra esquiva con exquisita y sublime sagacidad, aunque cuando se dirige a mí lo hace con tanta educación y deferencia que, por su corta edad, sus singulares dificultades y la bondad que desprende en su mirada, me emociona vesánicamente como si me recorriese el cuerpo una intensa descarga eléctrica.

Como no quiero que sea reconocida, es muy suya y nada más lejos de mi intención que molestarla, diré que sufre una de esas “patologías” que dificultan la interacción social y, por tanto, su integración. Me comenta su madre, preocupada como es normal y a la misma vez orgullosa, el doble filo que supone tener una hija con inteligencia superior a la de sus coetáneos y la dificultad de responderle a las cuestiones que le plantea en ocasiones, como ello se vuelve en su contra en un entorno extrafamiliar, la rigidez que manifiesta en la elección de las prendas de su vestuario totalmente ajenas a la moda de cada momento, lo extremadamente afectiva que es con las personas de su entorno y los animales domésticos que tienen en casa, hasta el punto de que tiene totalmente subyugada a la abuela, la forma de apasionarse por las cosas que realmente le interesan, capaz de mantenerlas en el tiempo en contraposición con sus compañeros que son más veleidosos y cambiantes en ese sentido y otras supuestas “máculas” que, les doy mi palabra de honor, a mis se me antojan deliciosas virtudes dignas de alabanzas y fomento.

Según su adorada mami, tiene episodios de inflexible vehemencia e impulsividad, aunque basta observarla dos minutos para concluir que, a pesar de su avanzado desarrollo (podría ser baloncestista si quisiese), es totalmente incapaz de hacer daño a nadie, convirtiéndola en especialmente vulnerable. Cuando sus compañeros de colegio la atacan no es capaz de defenderse, acaeciendo episodios donde, desgraciadamente, ha tenido que ser evacuada de su centro escolar. Esta situación ha podido subsanarse, pues no todo es malo en nuestra tierra patria y jurídicamente gozan de cierta protección, bastando que un picapleitos cualquiera hiciera el correspondiente escrito para que fuera tratada apropiadamente.

El caso es que este magnífico ser tiene la habilidad inconsciente (y confieso que para mí chocante) de hacerme reflexionar cuando con ella coincido, veo a otras personas similares, o me la trae a la mente cualquier otro estímulo externo, sobre quienes somos en realidad y el verdadero motivo de su exclusión social. Mi opinión personal es que en su adorable inocencia nos refleja descarnadamente quienes somos en realidad, seres totalmente tiranizados por absurdas convenciones, mefistofélicos y en un porcentaje mayor de lo deseable traumatizados por la imposibilidad de una plena realización personal. Los zagales, que por su etapa evolutiva carecen del sentido de la proporcionalidad, supongo sienten impotencia y confusión ante una compañera que destruye los arquetipos con los que diariamente son bombardeados en la televisión y las redes sociales, respondiendo con la implacable crueldad propia de su corta edad y a modo de mecanismo de defensa.

Resulta muy sencillo verter bilis sobre este tipo de gente absolutamente inofensiva, como norma general y así es en el caso que les comento, por el simple hecho de mostrar dificultades para las interacciones sociales o caer en pánico en singulares situaciones que les resultan estresantes con las consiguientes reacciones de su instinto de supervivencia, situaciones que, por otra parte, a muchos de nosotros también nos resultan enojosas, incomodas e incluso nos enerva el ánimo. Mucho mejor sería ser más cultos y empáticos para entender que ciertas reacciones son mecanismos instintivos ante lo que ellos perciben como un peligro inminente por sus singulares rasgos de personalidad, responder recíprocamente al afecto que te brindan, totalmente sincero, pues las mentiras y la falsedad les son ajenas e incomprensibles, integrarlas con total normalidad en nuestra cotidianidad y dejar de hacer juicios de valor absurdos, dado que absolutamente nadie está libre de tacha.

Lo que muestra nuestro despropósito y cretinización es el hecho de no ser de dominio público que el peligro radica en sus antagónicos. Absolutamente todos los especialistas en la materia coinciden en señalar que los psicópatas se caracterizan, en su inmensa mayoría, por un superlativo desarrollo de sus habilidades sociales, lo que hace posible embaucar a sus víctimas de forma recurrente, sin que por ello quepa entender que todas las personas sociables sean peligrosas, afortunadamente.

En mis alocadas elucubraciones, cuando la observo abrazar fervientemente a su madre sin ningún tipo de rubor, no puedo evitar cuestionar si realmente no seremos nosotros los enfermos y ellos seres angélicos que algún demiurgo nos envía para provocar la ignición de nuestras absurdas convenciones y la eclosión de unos valores sociales más humanistas.

En cuanto a ella, deseo que nunca desfallezca en su lucha ni le falten las fuerzas necesarias para seguir adelante, que en base a sus propios méritos el destino sea benévolo brindándole el apoyo y protección de personas que estén a su misma altura, permitiéndole cumplir todos sus sueños y que, en un acto de justicia cósmica, le sea devuelto siquiera una parte del afecto y ternura que ella, de forma inconsciente, derrama a raudales en todo momento.


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