Es innegable que vivimos en una sociedad con cierta “adicción a la
prisa” y que enarbola el hiper activismo en casi todos los ámbitos, en el
trabajo, la comida, la cultura, la moda, el consumo, el ocio, etc. Por citar alguno
de los ejemplos más asombrosos, para que se hagan una ligera idea, ha ocurrido en
los EE.UU donde despiden al finado desde los vehículos a las puertas de los
tanatorios, haciendo cola como si se tratase de estar en la fila del MacDonald.
Le dan el último adiós a las personas más importantes de sus vidas a través de
una pequeña ventana de cristal. Es increíble que se haya llegado hasta ese
extremo.
Por otro lado, si reflexionamos un poco, y confesamos nuestro “mea culpa”, deberíamos valorar
que la llamada generación Z, es decir el
grupo de nuestros adolescentes y niños, han heredado de nosotros, los adultos,
la hiperactividad y la aceleración de la vida. Sus agendas permanecen repletas de
actividades, sin ni siquiera ser capaces de detenerse, por un instante, para reflexionar
y estar con ellos mismos.
Esta situación, mis estimados lectores, está alcanzando unos niveles
desorbitantes en cuanto a las cifras de personas que nos vemos inmersas en esa
vorágine que nos arrastra y no nos deja contemplar el “bello paisaje” de la
vida. Los factores que influyen son: Que siempre vamos midiendo el tiempo, la
vida pasa muy deprisa, el “inexorable paso del tiempo” como afirmaban los
Barrocos, o el mensaje del Carpe Diem pero todo elevado a la máxima potencia.
Las consecuencias de una mala gestión del tiempo son terribles: El
cansancio o lo que es peor aún, la aparición de las enfermedades en las que nos
damos cuenta de que algo está fallando, nuestro metabolismo estalla en ese
momento y ya no hay remedio.
¿Qué está ocurriendo en nuestras vidas? ¿No será que estamos viviendo en
modo “click”, en el que todo tiene que
ser rápido, en tiempo record, en modo “multi tasking” (multitareas)? Parece ser
que cuanto más hacemos, mejor nos sentimos, pero nada más lejos de la realidad.
De hecho, las cosas ocurren de forma tan automática que nada de aquello que
hacemos cala profundamente en nuestra mente o alma, al contrario, nos crea un
sentimiento de insatisfacción y superficialidad que nos hace muchas veces
sentirnos vacíos.
Siempre vamos a “contra reloj”,
hay veces en que no recordamos ni lo que hemos cenamos, ni la última película
que hemos visto. Este comportamiento implica un exceso de velocidad o lo que
los expertos llaman el “Virus de la prisa”.