Asociamos la niñez a un tiempo y lugar. Esa divina edad, que se evapora de manera traicionera, sin que nos demos cuenta, es más de veranos que de inviernos, de recordadas travesuras, de sabrosa adicción al dulce, de ingenuos amores, de admiración por equipos de fútbol, de mágicos juegos …y de ferias, que en tiempos de menos opulencia y lujos, eran largamente esperadas.
Aunque insoportables por esa impaciencia que devoraba a los chiquillos, eran fascinantes aquellas esperas de la semana grande de Tomelloso. Adentrarnos en el mes de agosto suponía iniciar ya aquella maravillosa cuenta atrás, animada por la llegada de algún turronero precoz que instalaba su puesto en el paseo lateral del parque lindante con la muralla del campo de fútbol. La familia de feriantes abría cuando caía la tarde, tomaba el fresco en sus tumbonas, intercalando conversaciones de acento extremeño y silencios, esperando la llegada de algún comprador.
Animados por el feliz hallazgo del puesto de turrón, dábamos pedales todos los días para ver si llegaban nuevos inquilinos al recinto ferial. Pasaban los días y…nada, solo el puesto de turrón como avanzadilla de una feria que no aparecía. Pero cuando los veintes aparecían en el calendario de agosto, nos topábamos con un incesante chorreo de camiones, caravanas rulots y furgonetas que iban dando forma a aquel maravilloso mundo. Mirábamos extasiados como descargaban los atracciones, sin tardar en adivinar si era el trenillo de la bruja, las sombrillas voladoras, los coches eléctricos, la gigantesca tómbola, la noria, el castillo del terror o el galeón pirata, aunque también pudiera tratarse de una atracción nunca vista, lo que daba pie a discusiones sobre sus posibilidades y prestaciones. Luego nos pasábamos las horas muertas viendo como los esforzados feriantes, casi todos con el torso descubierto ennegrecido y curtido por tantos soles e interperies, engarzaban las estructuras de hierro, que luego revestían con los paneles que le daban forma y color para regocijo nuestro.
Justo en esos días de gestación de la feria, mi padre traía el libro de festejos que yo hojeaba una y otra vez en las siestas. Un niño no podía ir a muchos de los actos, pero era una placentera sensación saber que los cantantes y artistas famosos que veíamos por la tele estarían en los jardines del parque, que los mejores toreros del momento enseñarían su arte muy cerca de casa y que todos los huecos del día se llenaban con actos y espectáculos: catas de vino, teatro, fútbol, ciclismo, concursos de dibujo, juegos infantiles, la Procesión de la Virgen, la puja , la muestra de productos, las conferencias destinadas a los agricultores, las dianas de la banda de música….y por su puesto la Fiesta de las Letras que siempre tenía un personaje ilustre como mantenedor.
La mañana del 28, que luego sería la del 24, era el cenit de la felicidad. El recinto se completaba de atracciones y algunas empezaban a funcionar en tiempos en que había feria por la mañana. Otro momento gozoso era ya verla por la noche con las luces centelleantes inundando el cielo de colores y los artefactos en pleno movimiento.
La feria se iba en un suspiro, la vuelta al colegio estaba a la vuelta de la esquina y a algunos compañeros no los veríamos hasta bien avanzado octubre porque se iban con sus padres a la vendimia, algunos de ellos a la francesa. Para entonces, y como las cosas del clima iban de otra manera, ya empezaban a hacerse notar los aires fríos del otoño. Y en la mente de un niño pensar en la llegada de la próxima feria era algo tortuoso: un año era toda una eternidad.
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Lunes, 2 de Septiembre del 2024
Domingo, 1 de Septiembre del 2024
Martes, 8 de Octubre del 2024
Martes, 8 de Octubre del 2024