Tomelloso

“Los dioses y Dios”: Una lección magistral de teatro de El Brujo en Tomelloso

Rafael Álvarez entusiasmó anoche al público que abarrotaba el Marcelo Grande

Francisco Navarro | Domingo, 15 de Septiembre del 2024
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Tomelloso y su público siguen manteniendo su particular idilio con Rafael Álvarez, El Brujo. Regresaba ayer al Teatro Marcelo Grande con la obra “Los dioses y Dios”. No cabía ni un alfiler, desde días antes se habían vendido todas las localidades. A cuerpo limpio, armado únicamente con su palabra y su dominio del espacio escénico, encandiló al público de Tomelloso durante casi dos horas. Nos dio El Brujo una lección magistral de teatro, haciéndonos reflexionar sobre nosotros mismos. Este genio de las tablas tuvo que salir varias veces a saludar dada la gran ovación con la que el público premio su actuación.

Fue tanto el trasiego de público que el comienzo de la función se retrasó unos minutos. Se nota la expectación en el respetable, se presiente una gran velada de teatro. Mientras se resuelven los típicos y pequeños litigios sobre el número de butaca o si estamos a la izquierda o derecha sale al escenario, se anuncia el comienzo de la función y Javier Alejano ocupa su lugar.

Anuncia el dossier de prensa que la duración de espectáculo es de 1 hora y 40 minutos. Se nos pasan en un suspiro. Durante los cien minutos de “Los dioses y Dios”, Rafael Álvarez no abandona el escenario: nos mantiene boquiabiertos, abducidos, cautivados, devotos de su cofradía. La del teatro del pueblo y para el pueblo, la de los comediantes, bufones, bululú y lazi, de la que es hermano mayor. Y a mucha honra. El Brujo nos lleva donde quiere, y cuando nos tiene allí, intenta que le acompañemos un paso más allá. Y le seguimos a pies juntillas. Reímos, aplaudimos, reflexionamos, recordamos, vivimos, sentimos y, en definitiva, nos emocionamos.

Nos engancha el brujo desde que sale al escenario —mínimo, con la luz y algunas fotos como decorado—, hablándonos como si nos conociese de siempre y de uno a uno. Su forma de actuar hace que nos sintamos cómodos en la butaca, que aflojemos las tensiones de la vida real dejándonos caer en el respaldo. Por supuesto que Tomelloso aparece en su diálogo, recuerda que inauguró este teatro y que los programadores no lo traen mucho y hace chistes sobre pueblos de nuestro entorno. Y junto a él, impertérrito, Javier Alejano, con la música breve, que apenas se dejó notar.

Entre bromas y veras (más de lo primero) la función de anoche trataba de un tema universal y profundo, la relación del hombre con Dios, con los dioses, con lo divino. La excusa era una adaptación de “Anfitrión”, una comedia de Plauto (“menudo sinvergüenza era Plauto”).  Pero este prestidigitador de la palabra nos embauca (¡qué bien lo hace!) con su desparpajo sobre las tablas y el preámbulo se alarga y se alarga… “No me sé la obra, si no me sale, os hago ‘El Lazarillo’”.

Nos habla de los seres postpandemia (que han olvidado su identidad), del doctor Simón, de Maduro, de Zapatero, del Quijote o de Ursula von der Leyen. Hace chistes del arte moderno, de Page, de los festivales de teatro. Y nosotros nos reímos, aplaudimos, disfrutamos. Y Plauto nunca llega, “esto ha sido sólo el prólogo. Enseguida empiezo con la obra…”. Pero por el camino nos dice que “Dios es luz” y que “si no puedes relacionarlo con tu vida, ¿para que quieres a Dios?”. Aparece Paramahansa Yogananda y su búsqueda de la divinidad (“A ver si traigo pronto a Tomelloso la Autobiografía de un Yogui”).

“Los dioses y Dios”, no es una cháchara vacía, ni mucho menos. El Brujo se mueve por la ironía como Pedro por su casa y nos deja verdaderas reflexiones filosóficas llenas de humanidad, son cargas de profundidad en medio de un aparente jolgorio, que nos hacen pensar, reflexionar (“tienes que despertar el ser divino que llevas dentro a través del conocimiento, que te hará libre”). Seguramente eso es lo que quiere Rafael Álvarez.

Y es que, colige en uno de los últimos pasajes de la obra, “la esencia de todo lo que existe es la luz”. Porque, deduciendo sobre las palabras de Jesús en el templo, “sois dioses tanto como yo, creed en vosotros mismos”. Pero, “si tenéis que buscaros Dioses que al menos os hagan bailar”.

Los augurios fueron ciertos y disfrutamos de una gran noche de teatro. Se notaba en las caras sonrientes de quienes salían del Marcelo Grande.

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