Opinión

Ciri analiza la misogamia

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 28 de Septiembre del 2024
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Veo a Ciri tan peripuesto con su americana clásica del otoño. Se ha tomado en serio los avisos del señor Brasero sobre el cambio en la climatología de estos días. Va a ser eterno este hombre, se cuida con un esmero digno de pódium, pero es preventivo en demasía. Él repite continuamente el refrán «Es mejor prevenir que curar», y añade a modo de estribillo «no conozco ninguna medicina que no conlleve efectos secundarios».

Saludos cordiales, asentamiento en las sillas acostumbradas y servicio del sabroso café y sus amigas magdalenas.

Estamos enfrascados en la laboriosa degustación y en total silencio cosa extremadamente rara entre nosotros dos. Pero claro Ciri no aguanta el silencio más que en la iglesia y conforme hace girar el café y sin mirarme me comenta:

—Ayer cuando volvía a casa habiendo trabajado de recadero de mi señora, al cruzarme con una mujer joven me paró y me dijo: «Usted es Ciri, ¿verdad?» Sí, le respondí. «Usted y su amigo se juntan los viernes por la tarde a charlar y degustar un café» Sí, volví a decir. «Es que alguna vez he coincido con ustedes y he oído sus charlas, diálogos y contraposición de ideas (me tiene que perdonar por haber escuchado disimuladamente) y si no es demasiado pedir, les propondría el tema de la “Misogamia” para que lo traten entre ustedes y luego me comenta lo que digan».

—Pero leches, Ciri, no me digas que empezamos a ser famosos entre la clientela de la cafetería, —le respondo entre risas y aspavientos.

—A ver amigo, ya éramos conocidos por la clientela que frecuenta el recinto, sustancialmente porque nos vemos todos los viernes. La chica que me abordó nos conoce de aquí y del pueblo, es obvio. Al grano, compañero, ¿te parece bien que tratemos el tema que me dijo?

—Por mí encantado, aparco el que traía preparado y punto.

En este momento se levanta Ciri de su silla y se acerca a una mujer, que ocupa la mesa de al lado. Le dice algo al oído que no consigo entender. Ella toma su café y un plato con la correspondiente tostada de mermelada y mantequilla y se dirige a nuestra mesa. ¡Ay, por dios, que me estoy imaginando lo que va a pasar!

—Compañero, esta chica es la que te he citado, se llama Rocío; —se dirige a la chica señalándome y dice— aquí el mejor amigo que he tenido nunca. 

—Encantado, Rocío, —respondo entrecortado con el intento de forjar una sonrisa, que a mi parecer resulta necia.

—No le digo mucho gusto de conocerlo, porque ya me resulta familiar de otros días en este café, —responde muy educada la chica— sin embargo, les agradezco que me permitan charlar con ustedes.

—Puesto que queremos hablar de la “Misogamia” como tema central te agradecería, compañero que nos recuerdes la etimología de la palabra, tú que eres experto en “clásicas”, —comenta Ciri dirigiéndose a mí y guiñando un ojo a la compañera a la vez que asiente con la cabeza.

—No tengo problema alguno en actualizaros la memoria: misogamia viene de dos palabras griegas que hace varios siglos las unieron para designar el tema que vamos a tratar. Deriva de la palabra griega “misos” que significa aversión, repudio, pero en este caso yo bajaría el tono a rechazo, simplemente. Y “gamós” matrimonio, unión, relaciones íntimas (sexuales o simplemente genitales). Por lo tanto, podéis considerarla como “aversión al matrimonio” o más suave como “rechazo al matrimonio”.

—De acuerdo, pero —responde Ciri— por lo que yo tengo entendido hay bastante diferencia entre lo que significa la palabra en sí y la conducta de los que se proclaman misógamos.

—Indudablemente, ocurre aquí como en infinidad de palabras de cualquier idioma, la realidad siempre es más rica que el contenido de la locución. Un aspecto es rechazar lo que oficial, legal y socialmente exige lo que entendemos por matrimonio entre dos personas, ahora se ha aprobado legalmente que pueden ser del mismo sexo. Y otro muy distinto rechazar la otra significación de la palabra que consiste en rehusar las relaciones íntimas

—Yo puedo aportar un detalle que no debéis olvidar — interviene Rocío—. La gente que se declara misógama no se opone a las relaciones íntimas, si no a los lazos legales, tradicionales y en muchas ocasiones trasnochados que conlleva el matrimonio sea civil o religioso.

—De acuerdo en esto que comenta la invitada, yo añadiría hasta el aspecto económico y descartaría el capítulo de la edad. Amplío lo de la edad, hay muchos dúos de personas jubiladas, que se sienten “pareja” y no oficializan su situación por miedo a la pérdida de la pensión u otros achaques de posibles desencuentros, ocasionados por las razones más remotas. Con esto dejo claro que no podemos reducir la misogamia a una invención moderna —añade Ciri.

—No olvidéis que vivimos en un mundo cambiante que evoluciona continuamente, me atrevería a decir que progresa (por llevar la contra a los profetas de calamidades) lo veis en la naturaleza, el tiempo, las personas, la ciencia, la sociedad, todo cambia continuamente. El tema que nos ocupa se podría incluir entre los que deben modificarse y actualizar en una sociedad moderna. No nos valen los muchos esquemas tradicionales que se han mantenido como verdades inmutables.

—Tampoco podemos condenar esta actitud porque sea actual, hay gente que le rechinan los dientes al ver lo que ellos llaman “modernidades sin sentido” que nos llevan a la destrucción de nuestro mundo —completa Ciri con cara de pocos amigos.

—Un aspecto que asoma las orejas en bastantes situaciones de misogamia es el rechazo al compromiso, a la responsabilidad, al miedo de que salga mal la decisión. 

—Qué optimista eres, compañero —contrapone Ciri con una buena risotada— ojalá y el rechazo a las cargas de las que hablas se redujera al emparejarse; te garantizo que está presente en cualquier relación humana, hasta con el trabajo. Con un ejemplo vais a entender lo que quiero decir: Compras un televisor y exiges un documento, garantía lo llamamos, que te asegura a ti y obliga al vendedor a responsabilizarse si no llega a funcionar como te prometen.

—Amigo cafetero, últimamente estamos de una intelectualidad que nos desborda y nosotros somos más de “andar por casa”, —añado bromeando, sobre todo porque la invitada no se sienta incómoda.

—Amiga Rocío, ves que somos ya mayores, pero tenemos la “cabeza en su sitio”, con nuestras bromas, pero analizamos las cosas con serenidad y sin dogmatizar; opinamos y ayudamos a opinar.

—Ciri, —interrumpo—, no olvides que hoy te toca pagar e invitar a nuestra “invitada”, de lo contrario sería “pagana”.

La conclusión del encuentro te lo imaginas, querido lector, salíamos tan alegres por haber disfrutado de nuestra amistad y de una interesante charla sin menosprecios, ni humillaciones como suelen hacer algunos creyéndose importantes.


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