Jesús González Díaz, Manteca, lleva toda la vida
ligado al carnaval de Tomelloso. De hecho, el año pasado protagonizó una
exposición en la Posada de los Portales en la que mostraba su último medio
siglo carnavalero, la crónica de la muestra la titulamos —atendiendo a lo que
se dijo en la inauguración— “Jesús Manteca es el carnaval de Tomelloso”. Jesús
representa el carnaval irónico, mordaz, desenfadado, brillante, subversivo,
crítico con el poder, comprometido, hilarante y lleno de sorna manchega. Es Manteca
hijo adelantado de los carnavales descritos por Pavón, de los carros de Talía,
de las máscaras de la manta.
Con este fundador de la Peña Los Canuthi, una
comparsa que le viene como anillo al dedo, y miembro de La Media Fanega,
charlamos de una vida dedicada al carnaval. Una conversación caótica y sin
mucho “rige”, así es Jesús, pero en la que la sonrisa no se nos borra de la
cara.
Jesús
se disfrazó por primera vez con siete años, fue su madre la que vistió al
infante ya que el carnaval a la señora Rosario le gustaba mucho «fuimos a
ver a mis tías, después de disfrazarme me puso una careta para que no me
conocieran. Y casi me ahogo con la máscara». Su madre se preocupó mucho,
pero el incipiente carnavalero la tranquilizó «tranquila, madre, que con
esta cara que me has dado no me voy a tener que gastar los cuartos en caretas».
Y, desde entonces, recalca, «siempre he ido de improviso, comprometido y
dando la cara». Y por qué no decirlo, «alguna vez he dicho alguna
inconveniencia».
Me emborracho de humor
Y
el segundo de los “Manteca” empieza a contar anécdotas enseguida, sesenta y
siete años de carnaval dan para muchos sucedidos. «Un año, mi hermano Zoilo
y yo nos vestimos de las exclusivas del corazón. Marta Chavarri, los “Albertos”,
Boyer, Isabel Preysler… En una carretilla como la de Triguero —un conocido
vendedor ambulante de Tomelloso—llevábamos los recortes de las revistas.
También echamos a la carretilla la cornamenta de una vaca y de vez en cuando la
enseñábamos diciendo “Y estos son los cuernos de…” de uno de aquellos famosos
de entonces. Pues nos confundimos y nombramos a un político del pueblo. Sin
maldad, pero nos equivocamos». Eso le planteó disfrazarse solo para no
comprometer a nadie «es que yo, que no bebo, me emborracho con el humor. Así
no comprometo a nadie con lo que diga».
Aun
así, Jesús González se ha disfrazado con «mi cuñado Antonio Andújar, con Leocadio
Ortiz, con vosotros, con Carlos Moreno y Francisco Navarro; con mi compañero de
La Media Fanega, Javier Cepeda, que fue Barrionuevo». Destaca Manteca la «imaginación
bárbara» de Leocadio Ortiz y una de las cosas «que más me han
impresionado a mí en el carnaval». Un año se disfrazó con ellos José María
Madrigal, que es pintor y actor aficionado «vino con un disfraz maravilloso.
Representaba que había tropezado en el pasillo de su casa y se había tragado
una silla. Le salía el respaldo de la silla de los hombros, los palillos de los
brazos, ensangrentado… Fue algo único».
Otro
de los que no fallaban en los primeros años era Ángel Martínez, “Picocha”. Relata
Jesús a los periodistas que con 14 o 15 años, en 1965 o 1966, «Ángel
Picocha, Agustín Apio, Alejandro el Combro y yo, en la esquina del Banco
Popular, en plena calle de la Feria, tuvimos un aborto. Aquello fue un
escándalo». El 9 de abril de 1977, Sábado Santo, se legalizó el Partido
Comunista de España, pero aunque ya había pasado carnaval «mi hermano Zoilo
y yo nos vestimos de Carrillo y Pasionaria el domingo de Resurrección. Nos
pusimos en la calle Don Víctor en la farmacia de Penades y nos abordó la pareja
de la Guardia Civil, muertos de risa, los guardias nos dijeron que tuviésemos
cuidado».
Eran
años, los últimos del franquismo y los primeros de la flamante transición en
los que había pocos “máscaros” «mi hermano Zoilo y yo, Gabriel García de la
Reina, Amalio Perona, el de la ferretería, una máscara que nadie ha conocido
nunca…».
Los
González Díaz son cuatro hermanos y una hermana y son los dos varones mayores
los más carnavaleros, apunta Jesús que «lo hemos heredado de nuestra madre».
Es necesario ser de una pasta especial para enfrentarte a tus paisanos a
cara descubierta con un número carnavalero, y al miedo al ridículo, claro. «Yo
no he hecho nunca el ridículo, quien lo hace es el que teme hacerlo. El que se
siente ridículo cuando hace alguna cosa». Jesús González nunca ha
necesitado del alcohol para animarse —y quienes nos hemos disfrazado con él lo
podemos atestiguar— «no he bebido nunca. Pero mira, ahora estoy en trámites
medicinales…». Con respecto al alcohol recalca que «ni en mi boda bebí,
a pesar del empeño de mis amigos».
Soy como un rompisaco
Sus
números carnavaleros han sido y siguen siendo, como él nos anticipaba, muy
comprometidos. La política, con sarcasmo ha estado muy presente en sus sketches
«siempre me he calificado como un rompisaco, que rasca, no sangra, pero
jode. Y tampoco merece la pena descalzarte para quitarte el rompisaco del
calcetín. He intentado siempre decir las cosas con mucha ironía, pero sin
ofender». Cuando Jesús se emborracha con lo único que lo hace, que es con
el carnaval, «la gente de da mucho por la calle, más de lo que tú llevas».
Nos cuenta, en ese sentido que «ha habido días en los que he salido casi sin
nada y he aprendido mucho de la gente». Por descontado que la imaginación
de Jesús es un portento, «pero escucho mucho a la gente y asimilo lo que me
cuentan. Comprendo muy bien las ironías. Tengo cinco sentidos que me fallan, la
comida, el oído, la vista… pero tengo un sexto sentido que es la
interpretación».
Jesús
ha visto el cambio del carnaval de Tomelloso, el de la máscara callejera a las
carnestolendas actuales, más cercanas a Río de Janeiro o las Canarias «soy
muy tolerante, me gusta todo el carnaval. Pero para practicarlo me gusta el que
yo hago, el de la máscara espontánea, el callejero. Es el que yo siento, y lo
siento como mío. Tiene mucho trabajo, pero también es muy comunicativo, haces muchos
amigos. Pero no concibo un brasileño y cien brasileños detrás». Como
sabemos todos los tomelloseros, Jesús es de los fundadores de la Peña Los
Canuthi, que mantiene en cierta medida la esencia de ese carnaval más autóctono
«critico a mi comparsa en el sentido de que creamos poco espectáculo,
pasamos en cinco minutos y pegados a la carroza». Una de las ideas de
Manteca, que no descarta materializar «es llevar el humor berlanguiano a la
calle «sacar el motocarro de Plácido, representar El Verdugo o La Escopeta
Nacional. Humor del bueno que se puede adaptar».
Cuestionamos
a Jesús sobre con qué motivo nos va a sorprender en este carnaval enmarzado del
año 25 «no estoy muy animado con este trance médico en el que me encuentro.
Además, ya sabéis que soy muy de improvisar». No se amilanan los
periodistas e insistimos «una de las ideas que tengo tiene que ver con los
vasos comunicante de la deuda de las comunidades autónomas. Si la quitan de las
regiones va a la nación… También hay otra cosa que me tiene, digamos,
preocupado y que le mandé a los compañeros de La Media Fanega. Los mensajes, la
comunicación, los WhatsApp pueden cambiar el mundo. Pero si no está certificado
y acreditado por los hechos, no tenemos nada…».
Me gusta todo lo que he hecho
Nos
muestra cientos de fotos de carnaval de los últimos cincuenta años, nos las va
sacando a la gran mesa de la salita. Incluso textos de sus speechs carnavaleros.
Recorremos unas imágenes que nos muestran asuntos de candente actualidad en su
época, temas que estaban al cabo de la calle, tratados con la sorna del
carnaval de Tomelloso, con el humor de Jesús Manteca. Su familia tuvo que
acostumbrarse a la pasión de Jesús «mi mujer lo asumió enseguida. Ella es
más tímida que yo, pero me ha ayudado mucho, pero me preparaba siempre la
exposición».
A
los periodistas nos chifla hacer que los entrevistados tengan que quedarse con
algo de entre mucho, a Jesús le pedimos que se quede con un pasaje del
carnaval. Y nos contesta con la única respuesta posible «me gustan todos». Nos cuenta la crítica a la larga obra del
paseo del cementerio que se hizo «con dinero del desempleo, duro mucho y la
gente se enfadó con aquella reforma. Le pusimos un muelle a unos picos que “botaban
y no picaban”». O cuando metió tres cochinillos en el carro de un supermercado,
en referencia a tres políticos. Otra vez, que no pensaba disfrazarse, apareció «San
Tejero de las Cortes, que a unos radicales de extrema derecha les cayó muy bien…
hasta que saqué la metralleta de juguete».
Y
como, de una forma u otra hay que ponerle fin a la conversación (y a la
entrevista) nos cuenta que su hermano Zoilo, después de cinco años sin hacerlo,
le apetecía vestirse de máscara. «Venía de Los Romeros de un ganado que
tenían allí, Y nos disfrazamos de El Titi, que era yo, y La Tita, que fue él.
Una pareja de tonadilleros muy particulares que hizo mucha gracia… ¡Qué bien
salió aquella tarde!».
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