Oh,
romería, hija del polvo y del canto, nacida
del surco caliente y del aliento de los mulos, te levantas con mayo en los
párpados y un temblor antiguo en el pecho del pueblo.
Tomelloso,
vastedad de vides y cicatrices, se recoge para ofrecerte su aliento, con carros que crujen como viejos suspiros y
manos que visten el camino de bordados, plegarias y vino.
Todo
se hace rito: el pañuelo en la cabeza, la bota al sol, la bandera que baila como corazón ebrio, y ese silencio sagrado cuando los pasos se
acercan al santo.
Oh,
San Isidro, labrador de lluvia, cuida estos campos de la sed eterna, guarda en
tus ojos el temblor del trigo y el sudor de los hombres que araron la fe con
las uñas.
La
romería no es solo fiesta. Es el pulso de lo que fuimos, la memoria que no se
olvida porque se baila, porque se canta, porque se bebe al pie de una encina como
quien comulga sin iglesia, como quien reza sin palabras.
Y
no hay ciudad en este día. Solo campo, carro, tambor y garganta. Solo una tierra que recuerda quién es, cuando
avanza entre flores de papel y caminos marcados por las pisadas del deseo.
Oh,
Tomelloso, en la romería no caminas: te reconoces. Te buscas en los ojos del vecino, en la copia
vieja que vuelve del olvido, en el vino que suelta la lengua y ata el alma. Y
cuando cae la tarde, y el polvo se levanta,
queda algo en el aire, algo que no se dice, pero permanece: como la raíz
bajo tierra, como la fe sin dogma, como
la casa sin paredes que es la romería, esa patria momentánea donde todos
volvemos a nacer.
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Miércoles, 30 de Abril del 2025
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