Opinión

¿Es posible vivir sin esperanza? Un dilema existencial

Cristina Grueso García | Miércoles, 30 de Abril del 2025
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La esperanza es un veneno dulce. Nos mantiene en pie mientras caminamos sobre el polvo de un mundo roto, pero también nos engaña, dibujando un mañana que quizá nunca llegue. Desde los antiguos estoicos hasta los existencialistas del siglo XX, la pregunta ha planeado sobre nuestra conciencia: ¿podríamos vivir —vivir de verdad— sin esperanza?

Albert Camus, en El mito de Sísifo, propuso abrazar el absurdo: saber que la vida carece de sentido último y, sin embargo, no renunciar a ella. No esperar nada y, aun así, seguir respirando, seguir amando, seguir escribiendo. Esta idea, luminosa y brutal, parece más urgente que nunca en tiempos donde la precariedad, la ansiedad y la violencia informativa erosionan el futuro a cada golpe de noticia.

Vivir sin esperanza no significa necesariamente caer en la desesperación. Hay una dignidad serena en aceptar que no todo dolor será recompensado, que no toda injusticia hallará redención, que no todo esfuerzo verá su fruto. Puede incluso haber una forma de libertad en esa aceptación: liberados de la promesa de un mañana mejor, podríamos, tal vez, mirar al presente con una lucidez nueva.

Pero seamos honestos: no todos estamos hechos de esa pasta. La mayoría necesitamos, aunque sea a escondidas, pequeñas reservas de esperanza para no sucumbir. Una tregua en medio del sinsentido. La promesa mínima de que alguien nos espera en casa, de que la mañana siguiente traerá una luz distinta, de que una palabra nuestra puede cambiar, aunque sea un ápice, la sombra del mundo.

Así, el dilema existencial permanece abierto: ¿es más valiente vivir sin esperanza o sostenerla aun sabiendo su fragilidad? Quizá la respuesta no esté en elegir entre una y otra, sino en habitar ese filo tembloroso, en sostenernos justo ahí, entre el deseo y la renuncia, entre la fe y la caída. Como Sísifo, condenados a rodar la piedra sabiendo que volverá a caer, pero también —y esto es crucial— sabiendo que cada ascenso, cada músculo tenso bajo el sol inútil, es un acto de rebelión.

En el fondo, quizás no se trata de vivir sin esperanza, sino de vivir más allá de ella.


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