Opinión

El tiempo no se mata: se vive

José Manuel Ruiz Gutiérrez | Sábado, 21 de Junio del 2025
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Vivimos con la sensación de que el tiempo se pasa y no vemos con claridad los frutos  en nuestra existencia, el fruto de nuestras actividades y ocupaciones, sin embargo no siempre lo empleamos en lo que verdaderamente importa. En esta reflexión profunda, cuestionamos la forma en que ocupamos nuestros días, desde la jubilación hasta el ocio, desde la rutina hasta la conciencia plena. ¿Estamos dando vida a nuestro tiempo… o simplemente dejándolo pasar?

Cuantas veces en nuestra cotidianeidad decimos y observamos, como los otros pierden el tiempo, o mismamente lo perdemos nosotros. Vivimos en una época que glorifica la productividad y desprecia los silencios no valorables. En ese contexto, decir que “vamos a matar el tiempo”, suena casi como una estrategia legítima de supervivencia moderna. Pero esa expresión, tan común como descuidada, encierra una paradoja: si el tiempo es quien marca el devenir de la vida, ¿por qué querríamos deshacernos de él?

“El tiempo es lo más valioso que una persona puede gastar.” Creada con IA Copilot

Decir que se mata el tiempo es, en realidad, confesar que no sabemos qué hacer con él. O peor aún, que hemos dejado de atribuirle valor. Como dijo Theophrastus, sucesor de Aristóteles: “El tiempo es lo más valioso que una persona puede gastar.” Matarlo no es, entonces, un acto trivial, sino una renuncia inadvertida a vivir plenamente.

Estar vivo no es lo mismo que sentirse vivo. La vida biológica puede mantenerse a través de la rutina, pero la vida consciente requiere elección, atención y presencia. Vivir conscientemente implica saberse limitado, y precisamente por eso, sentirse dueño de cada instante. No se trata de llenar los días de tareas frenéticas, sino de habitarlos con sentido.

Benjamín Franklin lo expresó con una lucidez admirable: “¿Amas la vida? Pues si amas la vida no malgastes el tiempo, porque el tiempo es el bien del que está hecha la vida.” Y es que no es tanto la escasez del tiempo lo que nos amenaza, sino la facilidad con la que lo dejamos escapar.

El tiempo libre no es tiempo muerto

El ocio ha sido injustamente acusado de ser un enemigo del propósito. Pero no todo lo que no produce bienes materiales es improductivo. Descansar no es perder el tiempo, es cuidarlo. Leer por placer, caminar sin rumbo fijo o contemplar el cielo son formas silenciosas —y poderosas— de reconectar con uno mismo.

El problema no es tener tiempo libre, sino no saber qué hacer con él. Cuando confundimos ocio con vacío, despreciamos el espacio donde el pensamiento florece, el alma se reordena y la creatividad respira. Como dijo el psicólogo Isaac López: “El pasado nos limita, pero el futuro nos atemoriza. El único lugar seguro es el presente.”

Conviene, a propósito del concepto de “tiempo psicológico”, dejar claro que la brevedad o lentitud del paso del tiempo es un concepto puramente subjetivo e íntimamente relacionado con nuestra “edad vital” -no edad biológica-. Me viene a la memoria una magnifica obra escrita por el gran novelista francés Marcel Proust que tituló “En busca del tiempo perdido”. La obra explora la búsqueda de la verdad del tiempo, la memoria y la identidad, a través de la experiencia personal del narrador y sus recuerdos. Proust se centra en la idea de que el tiempo pasado no se pierde, sino que permanece en la memoria, especialmente en la memoria involuntaria, que se activa a través de sensaciones y olores. La famosa escena de la magdalena, por ejemplo, ilustra cómo un simple sabor puede desencadenar un torrente de recuerdos y emociones del pasado. 

“Todos esperamos un tren, incluso cuando no sabemos a dónde vamos.” Creado con IA Copilot

La jubilación no es un vacío

Veo a los tiernos, sabios y aburridos jubilados, sentados junto a los jardines y pienso. ¿En que se piensa cuando uno deja de pensar? ¿Qué aventura imaginaria ocupa al abuelo cuando medio dormido descansa en su sillón -el del abuelo- ? No lo digo solo como observador, sino como alguien que también ha entrado en esa estación: la jubilación. A veces me pregunto ¿En qué pienso cuando siento a mi alrededor el fluir del tiempo? ¿Qué tren espero? ¿Qué dejé de hacer y tengo que hacer antes de irme?

La sociedad ha impuesto a la jubilación un tono de retiro definitivo, como si dejar de trabajar fuese sinónimo de dejar de vivir. Pero jubilarse, lejos de ser un final, puede ser el comienzo de una etapa de libertad real. Es el momento de redescubrir lo que el deber desplazó, de ocupar el tiempo con deseo y no con obligación.

Pensar que una persona jubilada solo quiere “matar el tiempo” no solo es injusto: es falso. El deseo de aprender, de crear, de vincularse, no desaparece con la edad. Y es precisamente en ese deseo donde se halla la dignidad de vivir. Estar ocupado no significa estar agitado: significa estar implicado, ya sea en el arte, la conversación o los pequeños rituales del día a día.

La suerte es poder ser dueño de tu propio tiempo

La libertad más profunda no es la que nos permite ir donde queramos, sino la que nos concede decidir cómo vivir cada hora. Ser dueño del tiempo propio es una forma de soberanía emocional. Es poder decir “no” a lo que no nutre, y “sí” a lo que nos hace sentir vivos.

Bien pesado, no es poca la tarea de vivir, máxime cuando en ella se objetivan tantas y tantas causas no crematísticas, pero dignas de ser experimentadas. Les digo que lo que más nos puede satisfacer en nuestras acciones son aquellas que ejercimos de manera libre y consciente, las tareas que no cobramos, las conversaciones que mantuvimos con quienes nos escucharon y a los que escuchamos, Esa es la suerte del que administra bien los “denarios del tiempo”

Y eso implica estar atentos. La rutina automatizada puede robarnos sin ruido los mejores años de la vida. Como bien lo expresó Steve Jobs: “Tu tiempo es limitado, así que no lo malgastes viviendo la vida de otro.” Ser uno mismo es, en buena medida, gestionar con coraje y sensibilidad el tiempo del que se dispone.

El pensamiento estoico otorga al tiempo un lugar sagrado. Séneca, en su tratado De la brevedad de la vida, escribió: “No es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos mucho.” Para él, el tiempo perdido no era solo ineficiencia: era una forma de muerte anticipada.

Marco Aurelio, por su parte, advertía con serenidad imperial: “La vida de cada uno está en juego cada día: una porción se te escapa, otra se te escapa aún sin darte cuenta.” En una época donde lo urgente sepulta lo importante, estas palabras siguen resonando como un llamado a la lucidez. El tiempo, para los estoicos, no se mide en relojes sino en actos significativos.

La sociedad del futuro: ¿tiempo liberado o tiempo vacío?

La tecnología y la inteligencia artificial prometen liberarnos de muchas de las tareas repetitivas que hoy ocupan nuestras jornadas. Se habla de jornadas laborales más cortas, renta básica universal, o una “nueva era del ocio”. Pero, ¿estamos preparados para esa abundancia de tiempo?

A veces, basta una taza de café y unos minutos a solas para volver a habitar el día con calma y sentido. Creado con IA  Copilot

Expertos advierten que el gran desafío no será tener más tiempo libre, sino saber convivir con él. Como destaca el medio digital Business 4.0, “sin una educación emocional sólida, el ocio forzado puede transformarse en apatía, ansiedad o pérdida de sentido”.

Además, psicólogos sociales recuerdan que el trabajo es mucho más que una fuente de ingresos: es una estructura vital, una red de vínculos y una forma de construir identidad. Si desaparece sin ofrecer un sustituto, podríamos enfrentar una crisis de propósito colectiva.

La buena noticia es que también existen perspectivas optimistas. Muchos visionarios hablan de una “sociedad del ocio creativo”, donde las personas se dediquen más a proyectos artísticos, comunitarios o espirituales. Una era donde el tiempo no se mida en productividad, sino en calidad de vida. Pero para ello, deberemos aprender —individual y colectivamente— a no temerle al silencio ni al vacío. Porque lo que hoy llamamos “tiempo libre”, mañana será simplemente el tiempo, y la gran pregunta será: ¿Qué haremos con todo ese tiempo que, por fin, será nuestro?

La vida no nos pide grandes gestas, pero sí presencia. No exige que hagamos mucho, sino que no desperdiciemos lo poco que verdaderamente nos pertenece: el instante.

A veces, dejamos pasar los días sin mirar, sin elegir, sin sentirnos parte del tiempo que corre. Pero cuando lo habitamos con conciencia, el tiempo deja de ser enemigo y se convierte en aliado. Tal vez por eso Isabel I, en su lecho de muerte, exclamó: “Todas mis posesiones por un momento más de tiempo.”

Cada segundo puede ser una elección o una renuncia. Por eso, al final, no se trata de “matar el tiempo” sino de darle vida. Y en ese gesto cotidiano, humilde y valiente, es donde comienza la verdadera libertad.

Y mientras el reloj avanza sin pedir permiso, lo más valiente tal vez sea detenernos un instante y preguntarnos, no qué hora es, sino en qué momento de nuestra vida decidimos empezar a vivirla.

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