Tomelloso

Entre el genio y la marginación: Tonino Tarquini reflexiona sobre la locura

El psicólogo sanitario analiza el concepto de locura como espejo de la condición humana, con sus implicaciones históricas, sociales y culturales, y lanza una invitación a mirarla con empatía y sin miedo

La Voz | Domingo, 22 de Junio del 2025
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Este mes con nuestro Psicólogo Sanitario  Tonino Tarquini, tratamos un tema tan controvertido como fascinante: la locura. Un concepto difícil de definir, cargado de historia, prejuicios y profundas implicaciones filosóficas. La locura sigue siendo, hoy más que nunca, un espejo incómodo que nos confronta con nuestros propios límites como individuos en diferentes contextos.

Cualquier experiencia vital no es un camino recto y sencillo, es un recorrido, una cuerda floja enganchada a dos extremos: el orden y el caos. La vida sin un poco de locura seria muy previsible y tal vez aburrida. Pero al mismo tiempo la vida sin orden o sin un poco de equilibrio seria compleja. Mantener la estabilidad como un funámbulo por encima de este sutil hilo que separa la razón del delirio es tarea diaria que llevamos a cabo todos o casi todos, conscientemente o inconscientemente .

Por “locura” solemos entender una pérdida o alteración del uso adecuado de la razón. Pero esto nos lleva a una pregunta fundamental: ¿qué entendemos por “adecuado”? ¿Adecuado para quién, para qué cultura, en qué momento histórico? Lo que una sociedad o grupos de iguales considera normal, otra puede verlo como motivo de evitación o rechazo. Así nace la primera gran controversia: la locura es un concepto profundamente relativo, moldeado por normas sociales y culturales  que no son universales.

Una historia de miedo, exclusión y fascinación

A lo largo de los siglos, la locura ha sido vista con temor, incomprensión y rechazo. Asociada a lo irracional y lo peligroso, se ha intentado corregir o eliminar. Sin embargo, también ha despertado fascinación cuando aparece ligada al genio, la creatividad o lo trascendental. Desde la Antigüedad, la locura fue considerada una pérdida de razón inexplicable. En la mitología y los textos religiosos, se vinculaba al castigo divino o la posesión espiritual. Hipócrates, el padre de la ética medica, fue de los primeros en interpretarla como resultado de desequilibrios de los humores corporales.

Durante la Edad Media, esta visión se volvió aún más oscura: la locura se asoció al mal y se trataba con castigos crueles en lugar de curarlo. Más tarde, en la Edad Moderna, se crearon instituciones para aislar a los llamados "locos", muchas veces en condiciones infrahumanas. Se les excluía ya que sus conductas se interpretaban como amenaza al orden social.

No fue hasta el siglo XX cuando nació la psiquiatría moderna, cuando la locura comenzó a clasificarse como “trastorno mental” y de forma más especifica relacionada con trastornos  como la esquizofrenia, paranoia, psicosis, etc. Sin embargo, el enfoque médico  más que solucionar y aclarar determinados tipos de alteraciones o desvíos de la normalidad,  trajo consigo nuevas formas de exclusión. Se construyeron manicomios donde, más que tratar, se ocultaba a quienes no encajaba en los cánones culturales.

Hoy, el término “locura” ha perdido peso en el lenguaje clínico por ser ambiguo y estigmatizante. Pero la idea de locura persiste en el imaginario colectivo, y muchas veces se usa para descalificar lo que no comprendemos.

Entre el genio y la locura

Existe una larga tradición que vincula la locura con la genialidad. Grandes figuras como Leonardo da Vinci, Vicent Van Gogh, Beethoven, John Nash o Isaac Newton fueron catalogadas de “locos” por su forma diferente de pensar y sentir. Se ha especulado, sin pruebas concluyentes, sobre una conexión entre ciertas condiciones mentales y la creatividad.

Algunos de estos genios manifestaron síntomas de trastorno bipolar, esquizofrenia o idealizaciones paranoicas. Y, sin embargo, fue precisamente esa forma distinta de ver el mundo la que dio lugar a revoluciones artísticas, científicas y filosóficas. Locura y creatividad comparten algo esencial: la capacidad de romper con lo establecido, y el potencial de ver y sentir las cosas de forma diferente.

Detrás de muchos diagnósticos, a veces limitantes, hay personas con un talento extraordinario y una sensibilidad emocional intensa. Paradójicamente, las mismas características que los hacen especiales, los empujan al aislamiento, lo que a menudo agrava su malestar psicológico.

¿Estamos todos un poco desbordados?

En el contexto actual, marcado por la presión constante, muchas personas experimentan formas sutiles de malestar psíquico: ansiedad, insomnio, agotamiento emocional. No se trata de una locura clínica, pero sí de señales de una sociedad que no permite la fragilidad, el descanso ni la diferencia. Quizás no estemos todos “locos” en un sentido médico, pero sí vivimos desbordados. La obligación de encajar y aparentar estabilidad genera tensiones internas que se manifiestan como pequeñas grietas: emociones reprimidas, disonancias cognitivas, comportamientos que se salen del guion.

La vida moderna se parece a una cuerda floja tendida sobre el abismo de la locura. A veces cruzamos con equilibrio, otras veces caemos. Lo importante es dejar de temerle tanto a la caída. Porque la locura no siempre destruye: también puede revelar, transformar, liberar y permitir avanzar.

Una invitación a mirar con empatía

En lugar de excluir, categorizar o castigar lo que no comprendemos, deberíamos abrir un espacio de escucha, cuidado y comprensión. La locura no es una amenaza externa, sino una posibilidad interna que todos llevamos intrínseca y que puede presentarse en cualquier momento. La locura a veces creativa, otras veces dolorosa, pero siempre humana.

Como decía Michel Foucault, la línea entre la razón y la locura no es objetiva ni justa: ha sido dibujada históricamente por el poder. Tal vez todos llevamos dentro una parte de genio y de loco. Y tal vez reconocer esa parte sea el primer paso para vivir con más empatía y menos miedo.

No se trata de evitar a toda costa la locura, se trata de conocerla, aceptarla y si necesario danzar con ella. 

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