No existe valor más grande que la libertad, pues todos los
comportamientos mantienen su identidad a partir de la condición de ser libres,
que al contrario todo es sometimiento.
Nada es mejor para el buen funcionamiento de una sociedad
que el cumplimiento de aquello que la mayoría desea y más tranquilizador que la
igualdad de todos ante la ley.
Nada hay más idóneo para la convivencia que el verdadero
respeto a las ideas de los demás.
La democracia como situación estabilizadora, como reparto de
responsabilidades, confianza y cercanía en la gestión, como concienciación
activa de toda la ciudadanía en el funcionamiento de las distintas
instituciones para mejorarlas a través del orden jurídico, evolucionando y
fortaleciendo con ello unas relaciones más justas y éticas.
Sin embargo, la democracia no es solamente una bonita
palabra, un justo estadio colectivo, un hermoso y obligado concepto. La
democracia es todo lo anterior naturalmente, pero una sociedad democrática ha
de ser ante todo decente para ser creíble, que nadie sigue confiando en lo que
ya no cree, aunque mantenga el silencio por razones de estética política.
Los enemigos de la democracia sabíamos, o al menos eso
creíamos, donde estaban, aquellos y aquellas que nunca creyeron en ella
también; siempre estuvieron localizados actuando de distintas formas y a veces
con graves y luctuosas consecuencias desde fuera y la democracia se defendió
con sus civilizadas formas y argumentos.
Mucho más dañinos son los ataques por sorpresa que hoy
algunos y algunas desde dentro del sistema intentan acabar con ella abusando de
la confianza y bondad que les ofrece, manipulando el concepto de libertad en
beneficio exclusivo de su pensamiento único.
Hijos de quienes se manifestaban contra el anterior
régimen pidiendo libertad y ahora intentan que esa libertad quede sometida a la
que ellos consideren despreciando esa necesaria pluralidad de pensamiento
inherente y necesaria en todo sistema democrático
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Domingo, 22 de Junio del 2025