Tomelloso

Pregón de las Fiestas 2025 del Barrio del Carmen de Tomelloso

Daniel Cuadrado Morales | Martes, 15 de Julio del 2025
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Buenas noches. 

En primer lugar, quiero agradecer a la Junta Directiva de la Asociación de vecinos del Barrio del Carmen el hecho de que hayan pensado en mí para este pregón que da comienzo a las fiestas del barrio, que son, a su vez, la antesala de la feria.

Serían muchas las personas a las que desde aquí querría mencionar, porque son muchas las personas que me acompañan, quieren y apoyan, y eso siempre es de agradecer, pero por desgracia el tiempo es limitado y no quiero extenderme. Pero, si me lo permiten ustedes, sí que voy a mencionar a una persona en concreto; una persona que, si bien no nació en las calles del barrio, sí que pasó sus últimos años aquí. Hablo de mi abuela, la cual no se perdía una y hoy seguro que se habría hecho una permanente nueva solo para estar viéndome. Todo escritor tiene siempre un lector cero que es el primero en conocer la novelas que escribe, ella era la lectora cero de mis obras, y cuando no podía leer, se las leía yo. Y sigo plenamente convencido de que ella continúa siendo la lectora cero de la historia de mi vida, desde donde quiera que esté. 

A la hora de preparar este pregón me pregunté muchas veces en qué podía centrarlo. ¿Hablar de mí? No me considero lo suficientemente importante como para contar “mi historia”. Soy un joven de 34 años, del barrio, que trabaja como bombero forestal en el dispositivo de Madrid, al que le gusta la historia, la fantasía, y contar relatos, por eso me hice escritor. Y tras cuatro novelas publicadas y algún que otro premio, empiezo a creer que es algo que se me da bien. He aprendido que la literatura, leerla, escribirla, no solo enriquece nuestro conocimiento, nuestra comprensión… si no que puede mantenernos cuerdos. Permítanme contarles una brevísima historia que escuché de la boca del escritor Santiago Posteguillo sobre una persona que permaneció diez mil días, diez mil, en la cárcel, eso son 27 años. Esa persona fue encarcelada por sus ideales, simplemente por pensar algo diferente. El nombre de esa persona era Nelson Mandela. Le ofrecieron varias veces la libertad a cambio de dejar de defender sus ideas, que no eran otras que la abolición del aparheid de la gente de color. En esa celda, pequeña, resistió tantos y tantos años, hasta su liberación. Salió de allí para gobernar el país, Sudáfrica, tras las primeras elecciones democráticas. Y lo hizo sin guardar odios, ni rencores contra aquellos que le habían encerrado. Según él, sus captores solo cometieron un error: una única cosa. Él lo dice así en autobiografía. Le dejaron leer. Al hacerlo, no pudieron volverlo loco. Decía que al leer, las paredes de la celda, desaparecían. Fíjense, hasta qué punto, la literatura tiene poder. Puede, incluso, salvarnos. La última obra que yo escribí así lo hizo. Me salvó de la depresión, de la ansiedad…

También pensé que podría hablar, quizá, de barrio, en general. Ese barrio que nació, según tengo entendido y corríjanme si me equivoco, en los años 40, y que durante mucho tiempo se le ha llamado coloquialmente como las casas baratas. Puedo decir que sus características casas con soportales son únicas y forman, junto a su plaza, su virgen… una de las estampas más conocidas, representativas y bellas de nuestro pueblo. Aquí, mi yo adolescente, se reunía con sus amigos a chismorrear sobre la persona que, en aquel entonces, nos gustaba, o las pegatinas que le habíamos puesto a nuestras motos. Aquí, en sus fiestas, empezábamos a intuir la hora de llegada que nuestros padres nos impondrían en la feria que se acercaba. Aquí, las mañanas de invierno, entre la niebla que a veces cubre la plaza, he pensado muchas de las escenas que más tarde he creado en mis novelas. Como las historias de tantos otros, las calles del barrio de Carmen atesoran buena parte de mi niñez, de la adolescencia, y de la etapa adulta. Una etapa adulta que no se parece demasiado a lo que proyectábamos en esta plaza cuando éramos más pequeños. 

Pero pensando más cosas sobre las que poder hablar en este pregón, me topé con una parte indispensable de este barrio. Un elemento que conforma su verdadera alma e historia. Existe algo en el barrio, mucho más importante que todo lo mencionado antes. Y es algo, que pasa casi en silencio, inadvertido. Algo que se da por hecho, que sabemos que está ahí, aunque cada vez, mengua más. ¿Y cuál ese elemento misterioso del que hablo? Muchos de ustedes sin duda lo habrán adivinado. Hablo, por supuesto, de nuestros mayores. Unos mayores que, tiempo ha, jugaron aquí, recorrieron estas calles, también hablaron de la persona que les gustaba y seguramente se quejaron a sus padres para que les dejasen algo más tiempo con sus amigos. Muchos se marcharían, a otra parte del pueblo o quizá lejos de aquí, algunos volverían y otros ya no. Es la vida. Cuando era pequeño, recuerdo ver todavía a muchos de esos mayores a la caída de la tarde y hasta bien entrada la noche, en verano, haciendo algo muy de aquí, “salirse a la fresca”. Hoy, esa estampa es mucho menos habitual, pero aún se puede ver. Ya en el mundo antiguo los romanos tenían una virtud, personificada en diosa, que entre otras cosas, remarcaba la importancia del respeto a los mayores. La llaman Pietas. Y Cicerón, uno de los mayores oradores de la historia, se refería a ella como “la virtud que nos empuja a cumplir nuestro deber con nuestros padres”. De modo que, y con esto termino, si tienen oportunidad, inviertan unos minutos en pararse con ellos, en escucharles un instante. Háganles partícipes, porque realmente lo son, de la historia actual de este barrio, porque el día de mañana, nosotros ocuparemos su lugar. 

Muchas gracias. 


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