Opinión

Demagogia ecologista

Ramón Moreno Carrasco | Miércoles, 16 de Julio del 2025
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Es repugnante y vomitivo ver como las más nobles causas son tergiversadas para convertirlas en cifras bancarias, a modo de beneficios empresariales, sin ningún tipo de escrúpulos o fronteras éticas. Eso es lo que está pasando con la problemática ecológica, mientras los países individualmente intentan reducir su impacto, el más sagaz de la clase ofrece soluciones, a modo de mesías salvador, enriqueciéndose descarada y desmesuradamente.

La globalización, aparte del sueño más húmedo de los insaciables avarientos de poder y/o riqueza desde inmemoriales tiempos, es un hecho científicamente incontestable, pues si se destruye el ecosistema necesario para nuestra supervivencia como especie, no es que desaparezca el planeta, no, los que desaparecemos somos nosotros y quizás hasta sea posible que otro tipo de vida florezca aquí. Es absolutamente irrelevante que el problema lo cree Europa, América, Asia, África u Oceanía, la naturaleza es tan irreverente que le encanta pasarse nuestras fronteras por el arco del triunfo mientras, esporádicamente, deja caer por aquí y por allá muestras de su verdadero poder. Una Dana en España, un terremoto en Haití, un tal huracán Katrina que pone en jaque al país más rico del Mundo, o sea, Estados Unidos, etc.

Si los efectos de nuestros desmanes contaminadores son, por sí solos, devastadores, el hecho de que la solución pase inevitablemente por un consenso internacional de todos los países desarrollados y contaminantes nos deja un panorama más oscuro que la axila de un grillo. Aquí se mezclan demasiados factores imposibles de abordar en un simple artículo de opinión, pero, grosso modo, países que están saliendo de su pobreza se niegan a retrasar su bonanza por los excesos que otros cometieron y cuyos beneficios nunca compartieron. 

Ahora el problema principal es el petróleo, combustibles fósiles para los más doctos, y la salvación las centrales termonucleares, exactamente las mismas cuyos residuos no hace tanto que eran la principal preocupación del movimiento ecologista. Solución, la electrificación de la movilidad, aunque el desarrollo de dicha tecnología es aún incipiente, baterías con autonomía insuficiente para trayectos largos, escasos puntos de carga que hacen que cualquier desplazamiento con este tipo de vehículos sea una aventura comparable al París-Dakar y mecánicos haciendo cursos de formación continua a destajo para poder seguir ganándose el jornal.  

Pero los verdaderos técnicos, los que sí saben del asunto, alertan de que llegará un momento en que tengamos un problema de gestión de residuos, esto es, las baterías cuya reparación sea imposible. Parece ser que los minerales de los que están compuestas, tan exiguos que los llaman tierras raras, son tan perjudiciales o más como el monóxido de carbono para nuestro hábitat. Reconozco que de esto no tengo ni idea, pero si es así ¿tiene o no tiene narices la cosa?

En realidad, el problema del almacenamiento de residuos sólidos nada tiene de novedoso, nació con eso de la “obsolescencia programada” que nos obliga a cambiar de teléfono, electrodomésticos, reformar nuestras viviendas y cosas por el estilo permanentemente. Ya venían avisando de ello ciertos expertos a los que, por cierto, no hacían caso ni la madre que los alumbró, con todo respeto.

Otro obstáculo es el sobrecoste, en términos económicos y de tiempo, que supone reciclar residuos contaminantes, cualquiera que sea su tipo, respecto de su creación primigenia, en tanto el primero requiere de equipos altamente tecnificados para, uno, limpiar y fundir éstos sin dejar restos que puedan poner en peligro a los siguientes consumidores y dos, con el insumo así logrado volver a fabricar otro nuevo producto. Ello genera un bucle que evitan las empresas, especialmente las de mastodóntico tamaño por emplear a mucha gente y, llegado un momento de tensión, poder presionar a cualquier poder estatal o supraestatal, consistente en una reducción de beneficios, bien por asumir íntegramente dicho gasto adicional, bien por repercutirlo en el precio disminuyendo la demanda, que puede hacer bajar el precio de las acciones en los correspondientes mercados oficiales. ¿Alguien ha tratado este aspecto? ¿Se han tomado medidas específicas contra las industrias contaminantes?

Y la gota que colma el vaso ¡para variar! es que existen individuos que no van en jet privado al baño porque no pueden, que ya hay compañías que tienen cohetes más contaminantes que 100.000 vehículos juntos para amenizar la vida de aquellos que se han cansado de dar vueltas por el planeta y desconocen el exacto valor de su patrimonio, y que quienes tienen que dar ejemplo pasan olímpicamente de hacerlo.

Ramón Moreno Carrasco es doctor en Derecho Tributario

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