Opinión

Sueños sosegando en el camposanto

Salvador Jiménez Ramírez | Viernes, 1 de Agosto del 2025
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En un tenue “túnel” luminoso del firmamento crepuscular vespertino, una avecilla que se sale de la formación de la bandada, revoloteando con individualidad, parece abrir un “portal” por donde pasa y desaparece… La luna, pálida, se asoma despacio por las almenas de una fortaleza-pareidolia, de  nubes neutras y amorfas, con  resecas, polvorientas y consumidas moléculas de agua… Imprime oro el satélite en las irisaciones de un riachuelo que discurre con dudas, donde unos pececillos coletean alegres, ajenos a su final fatal… Nos resguardamos bajo un lienzo de matas de encina, para protegernos de un repentino vendaval que arrastra ramajes arrancados al matorral… Al fondo el camposanto… Unos cipreses, como paisaje del camposanto, se yerguen alzándose con propósitos desconocidos; como ejerciendo una labor de afirmación o negación de lo intangible, de lo real o falsificado de nuestra vida… Entre la fronda unos pájaros  pían por nada, con el aleteo de la vida y se espulgan para el sueño de la noche… En el interior del camposanto, el tiempo, parece discurrir como un séquito quieto y confuso… El único rumor es el que imaginamos, cuando con el entendimiento ofrecemos sentimientos a nuestros familiares y amigos, buscando la visión en sus urnas, lápidas y féretros… Ahí restos de aquel ser humano, que un día nos dejó caer si estaríamos solos en el universo, y si habría sido más rentable decir mentiras en vez de verdades… A lo que le sugerimos que el cerebro humano no está diseñado para comprender lo que es un universo sin fin y que es preferible ser odiado por una comunidad por decir verdades, que querido por mentir… Nos estremecen las hadas del silencio, innumerable, de la inexistencia… En lo obscuro de los sepulcros, donde todo pasa al revés que en nuestra vida, los átomos deben danzar, entreteniéndose en un sosegado y secreto ritual, no sabemos si en ausencia de la cognición, la resignación y el breve episodio de nuestro vivir…

Con el enigma del vivir y morir, en el caer de la tarde con los cielos ciñéndose envolturas cósmicas inmortales; en nuestro sueño o fantasmagoría, sin saber traducir lo que sentimos, creyendo que los sueños de aquellos seres con los que hemos convivido y querido, están sobre todos los mundos; doliéndonos hasta nuestra existencia, el silencio y sosiego del camposanto, han acariciado, con  confusa razón,  la voluntad de nuestra vida, la razón de la existencia y de la muerte… 


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