“La ciudadanía tiene que hacerse valer y valorar, en un clima de concordia, con derechos y garantías para la acción, no para la desesperación. Prevalezcamos a las personas, generemos vínculos y disfrutemos de la amistad”.
En un mundo en constante cambio, tenemos que dar oídos, al menos
para algo tan esencial, como atendernos y entendernos mutuamente. Nos
requerimos todos, precisamos de muchos diálogos desde una perspectiva
poliédrica, al menos para entrar en la solución a las diversas dimensiones, de
un problema global que afecta a nuestros pueblos y a nuestras democracias. Sólo
hay que observar y ver que el mundo es rico y, sin embargo, cada día hay más
pobres a nuestro alrededor. Esto en un planeta avanzado, a manera de este orbe que florece por propio sentido
natural, es una contrariedad vergonzosa. En efecto, las desigualdades hacen que
cada día se acrecienten nuevas formas de esclavitud; me estoy refiriendo al trabajo
forzado, la prostitución y el tráfico de órganos.
La ciudadanía tiene que hacerse valer y valorar, en un clima de
concordia, con derechos y garantías para la acción, no para la desesperación. Prevalezcamos
a las personas, generemos vínculos y disfrutemos de la amistad. Trabajemos en
comunión y en comunidad, concertando sueños y acordando optimizar sentimientos
de hogar, sabiendo que los mandatos no son fines en sí mismos, son herramientas
para obtener resultados concretos en la vida real. Quizás sea un buen momento
para examinarnos a nosotros mismos y ver hasta qué punto estamos concienciados,
para activar la cultura del abrazo sincero, que es lo que fomenta la unión y la
unidad entre latidos heterogéneos. Por desgracia, siempre se corea la misma
leyenda: cada sujeto no piensa más que en sí mismo.
Realmente, no hay cristales de mayor aumento que los propios ojos
de cada cual, cuando miran su propio hacer. Nos creemos dioses y, lo que es aún
peor, nos pensamos que estamos en la posesión de la verdad más absoluta. Sin
duda, no es fácil, aprender a reprenderse; pero también, todo tiene solución,
no estamos condenados a la falta de equidad universal. El mundo, como siempre
digo, es de todos y de nadie particular.
Hay que custodiarlo, por consiguiente, sin excluir a nadie. Para
empezar, un cosmos fértil y una economía fecunda, pueden y deben acabar con la
pobreza. Lo nefasto es quedarse con los brazos cruzados, ignorando estas
dolorosas realidades, de las que todos somos responsables para hacer algo; no
digo que, culpables.
Ahora bien, si pensamos que un sistema de relaciones
internacionales basado en la cooperación entre tres o más países, con el objetivo de abordar problemas comunes y
alcanzar metas compartidas, conocido como el multilateralismo es fundamental, hagamos
lo posible por no dejar a nadie atrás, por priorizar la resolución pacífica de
conflictos mediante la plática y la negociación, en lugar de acciones
unilaterales y el uso de la fuerza, reconociendo la interconexión de los
problemas económicos, sociales y ambientales, manteniendo la estabilidad y la
equidad en las relaciones globales. Bajo esta correspondencia de prácticas, todos
formamos parte de la casa común; lo que conlleva, que los gobiernos reconozcan
los derechos humanos fundamentales, inherentes a la dignidad humana.
No obstante, del escuchar procede la sabiduría y del hablar muchas
veces el arrepentimiento. Presta atención, oye, silencia, juzga poco e
interrógate mucho más. Asimismo, una nueva ética supone ser conscientes de la
necesidad de que prevalezca una cultura del encuentro y no del encontronazo,
como viene sucediendo, instando a que se calmen las divisiones políticas que
debilitan la paz. Desde luego, la siembra del terror y los grupos extremistas,
el crimen organizado, la militarización de las nuevas tecnologías y los efectos
del cambio climático, están poniendo a prueba nuestra capacidad de respuesta
ante el desalentador panorama. Con todo, no hay desánimo que no se reanime,
sólo hay que ver el entusiasmo de los jóvenes inmersos en el jubileo de la
esperanza. Ellos son nuestro optimismo.
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Lunes, 4 de Agosto del 2025