“Somos
parte de un todo, una generación a la que nos toca evitar la espiral del caos”.
Existo, luego asisto al poema viviente y me presento,
con la sorpresa de reencontrarme y de sentirme algo vivo, en este ámbito cruel,
siempre en continuo combate. Precisamente, la vida no es sino un constante caudal
de oportunidades para sobrevivir, pero que no debe asustarnos, porque tras el
ocaso siempre llega el crepúsculo con su energía vivificante. Lo primordial es
que la humanidad bregue unida, respetándose mutuamente, para poder colaborar
cada cual desde su quehacer, construyendo comunidades menos divididas y más
integradoras, forjando la concordia y exigiendo un porvenir justo, ecológico y
equitativo. Aquí en la tierra, que lo sepamos todos, la voz de cualquier
corazón andante, por débil que nos parezca, debe ser oída y considerada.
Nuestra misión es única, nadie
la puede suplantar. Por mucho poder que tengan otras voces, nuestras singulares
ideas forman y conforman la mejor alianza armónica, cuando se vierte pasión en
la entrega, y no interés mundano. De ahí, la importancia de abrirse corazón a
corazón entre análogos. Quizás necesitemos entrar en sanación mística para
ausentarnos del aburrimiento y de la mediocridad, acercándonos más entre
nosotros, que es lo que realmente nos da felicidad. Aprovechemos, pues, los
días para estar y ser satisfechos. Únicamente nos hallamos, mientras nos
rejuvenecemos. La edad no cuenta, por tanto. Es cuestión de trabajar los
diversos momentos, de valorar nuestros sueños, de hacer valer nuestros andares,
aunque incluyan el negro.
Una supervivencia armonizada
se sustenta en la regeneración de cada amanecer y se sostiene en la comunión de
latidos, que forman comunidad de hogar y vida, a la que no se puede dar marcha
atrás, ya que uno existe y cohabita en una calle de único sentido, la de ir
hacia adelante. Es cierto, que al pulso caritativo le falta autenticidad, una
necesidad de verdad (y de bondad) que no podemos ignorar y que debe, cuando
menos interrogarnos, para volver a estremecernos y a enternecernos. Removerse y
moverse es tan vital como ineludible para alzar los ojos, mirar a lo alto y
despojarnos de mundo. Desde luego, la sociedad tiene la obligación de volverse
más humanitaria y fraterna. Comprar, acumular, consumir no es suficiente;
precisamos de otros platos más donantes y menos egoístas.
No olvidemos que el vínculo
más esencial que tenemos en común es que todos vivimos en una casa común, en un
planeta en el que todos respiramos el mismo aire y por el que todos estamos de
paso. En consecuencia, nada de lo que sea condescendiente puede resultarnos
extraño, máxime en un orbe globalizado como el actual. Sea como fuere, y ante el
asombro de restablecernos cada día, con el gozo de sentir que existo para los
demás, hacen que la pertenencia y la participación, encuentren espacio y
reciban estímulos, al ser una especie híperconectada, a pesar de las
desconfianzas que puedan surgir y de que la inteligencia artificial no se
desarrolle y regule de manera inclusiva, ética y ecuánime. Pensemos, por tanto,
que ningún ser es un ser por sí mismo y para sí.
Somos parte de un todo, una genealogía
a la que nos toca evitar la espiral del caos. Realmente, el ser humano vive de
los cambios y su manantial de realidades, moran en el corazón. Necesitamos
cuidados y mucho amor, que es de lo que nos nutrimos, para poder transitar y
que descanse el dolor que nos lanzamos entre sí. Los testimonios vivientes del
espíritu bienhechor son más que símbolos de supervivencia, acciones que nos
convocan a prevenir guerras, defender la dignidad humana y a garantizar que las
tragedias del pasado no vuelvan a repetirse. Aprendamos la lección,
perseveremos en la erradicación de las armas, con la voluntad del
entendimiento, antes de que crucemos un umbral sin retorno. Es maravilloso
estar vivo, aunque duela salvaguardarse benigno. ¡Vivámoslo!
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Domingo, 10 de Agosto del 2025
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