Varios miembros de la familia Lucendo Serrano; Daniel, Jesús, Ramón y algunos más, nos reciben amablemente en la Casa de la Tercia en Argamasilla de Alba, un inmueble cargado de historia que perteneció a la Orden de San Juan de Jerusalén. Con las desamortizaciones del XIX que llevó a cabo el Estado liberal en España fue adquirida por varios propietarios, el cuarto de ellos fue el bisabuelo de Daniel, allá por el 1890. Daniel será quien nos explique la historia, particularidades y contenido de una casa fascinante que el periodista de La Voz de Tomelloso y la arquitecta, Ana Palacios, han tenido oportunidad de conocer gracias al interés y mediación de Eugenio García.
“La familia tenemos la mitad de la Casa de la Tercia, hay otra parte llamada las paneras de la Tercia que era donde se almacenaba el trigo. Su nombre procede un antiguo tributo que se pagaba a las órdenes militares y que guardaba cierto parecido con los diezmos. La Orden de San Juan extendía toda su jurisdicción hasta Ruidera”, explica de forma pausada y detallada, Daniel Lucendo, al que se le nota el amor que siente por la casa donde nació. Nos conduce por el portal de la calle y llegamos a un hermoso patio que ocupa la mitad del espacio del original y que ofrece claras pistas de lo que fue un claustro cuya galería fue cerrada por los actuales propietarios. La galería va alternando dos vigas de madera con una de hierro.
“La casa se partió en 1906 que es cuando murió mi bisabuela”, sigue explicando Daniel. “En cada lado quedaron dos hermanos y luego está la otra esquina donde se construyó una casa moderna”. Del patio pasamos a unos corrales en el que las distintas generaciones de la familia fueron dejando su sello con distintas reformas y que tiene salidas a las tres calles que rodean la casa. El espacio de cada familia está bien delimitado y hay un paso común para todos. Llaman la atención las portadas de madera de 1906 que presentan un impecable estado gracias a un buen mantenimiento, como lo tiene el conjunto de toda la casa.
Vemos la piquera en la que los carros, primero, y los tractores y remolques después, descargaban la uva, una cocinilla que primero era más pequeña, pero que más tarde sería ampliada aprovechando las dependencias de los animales. Sobre ella había un pajar. Recuerda Daniel los tiempos en los que los agricultores se iban de quinterías porque las explotaciones pillaban lejos “y un traslado de mi padre a algunas de sus tierras podría ocuparle cuatro o cinco horas”. Al mismo tiempo contempla una cocinilla “que ha sido testigo de muchas reuniones familiares y gachas”.
La bodega
Desde el patio de las mulas accedemos a la bodega, aunque antes admiramos una trilla, un cribón y otros antiguos aperos de labranza que Ramón Ruiz, sobrino de Daniel, se ha encargado de recuperar. La bodega está como si ayer se hubiera trabajado en ella, conservando toda su esencia y autenticidad. En la bodega se dejó de elaborar vino en el año 1982. Nos detenemos después en el jaraíz que contiene una destrozadora con motor eléctrico, y un sinfín que conducía el mosto a una reguerilla y los restos de los racimos a un jaulón que podría albergar hasta veinte mil kilos. El siguiente paso era la prensa, que primero fue de barrón y luego fue eléctrica, primero vertical y más adelante horizontal. “Mi padre, que trataba de innovar siempre, tuvo conocimiento de que las prensas horizontales funcionaban mejor. Trituracion, decantación, prensado y almacenamiento de la casca eran las partes de un proceso que finalizaba con la distribución, utilizando unas bombas, del mosto a las tinajas. Después empezaba la fermentación y el trasiego que exigía antes sacar las madres o lías que se acumulaban en el fondo de las tinajas”.
La bodega contiene siete tinajas de 480 arrobas, a las que se añadieron tres pozos de mil arrobas ante la necesidad de más envase. Las tinajas fueron construidas por José María Díaz Benito que dejó su buena mano en la elaboración de una bella moldura y otros curiosos elementos decorativos como plafones, estrellas y ménsulas. La parte inferior del empotre está pintada de azul celeste y también están policromados los rabos que separa las tinajas. En la parte superior de la bodega hay un balaustre de hierro y observamos esos elementos que daban seguridad al vinatero como una canaleta y varios pocillos que recogían el mosto que pudiera derramarse.
El padre de Daniel, además de agricultor, era corredor de vinos. “Vendía todo el vino de Argamasilla y al primero que daba salida era al suyo. El destino era, sobre todo, Manzanares, y también algo a Tomelloso que solía destinarse a la destilación. Explica Daniel que a las destilerías también iban los caldos que se obtenían al prensar el orujo. “Todo se aprovechaba”, subraya.
Al final del inmueble, lo que fueron huertas hoy se ha convertido en una piscina rodeada de césped donde varios miembros de la familia se dan un reconfortante baño en un día de intenso calor. Pero lo más reconfortante ha sido la exquisita de hospitalidad de unos hombres y mujeres que conservan con especial mimo el patrimonio de la familia en esta Casa de la Tercia con tanta historia. Construida en el siglo XVI, era la residencia de los Mayordomos-Administradores de la Orden y en ella se hospedaba el Gran Prior si visitaba la localidad; también podía utilizarse por los oficiales y servidores de la Orden si eran enviados para realizar inspecciones o visitas.
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