Finalmente llegaron la grúa y el
taxi. La grúa enganchó el turismo y se lo llevó a Madrid. Después de explicar
al taxista que iba de Criptana a Mota del Cuervo, este le dijo que había una
carretera directa que unía ambos pueblos.
¡Y él se había metido por esta pillando vuelta! El taxista dijo que podían ir a Mota del
Cuervo por los dos lados, por Criptana o por Arenales, entonces él le dijo:
“por donde usted quiera”. El conductor dijo que irían por Arenales, que estaba
un poco más lejos pero había mejores vistas.
El taxista tenía razón sobre el
paisaje, pero mucho antes de llegar al pueblo se divisaban unos altísimos y
vigorosos pinos piñoneros. Él preguntó al conductor: “¿Pasa algún río por
Arenales?” El conductor dijo que no, si lo decía por los pinos, éstos estaban
en tierras de secano. Llegaron a Arenales de San Gregorio a las dos y media de
la tarde. El conductor le dijo: “Podemos comer en un restaurante de los que hay
aquí, a la sombra de los piñoneros”. El viajero
contestó afirmativamente, dijo que él pagaría,
a ver si conseguía arreglar el día.
El restaurante tenía una terraza
a la sombra de varios pinos piñoneros. ¡Vaya árboles, tendrían treinta metros
de altura! En mitad de esta llanura requemada por el sol en la que el verdor lo
pone un mar de viñas, estos árboles destacan enormemente en el entorno.
Comieron queso manchego delicioso y un solomillo
de cerdo a la brasa que sabía a gloria. Para beber, una copa de vino blanco joven
de la variedad Airén, afrutado y con
aroma a plátano, bajo en alcohol. De postre, una rebanada de sandía de pulpa
crujiente y roja, de corteza gruesa, dulce como la miel y con pepitas enormes,
para las cuales el camarero les dio un cuenco pequeño de cerámica en donde
tenían que echarlas, teniendo cuidado de no masticarlas. Hacía tiempo que no
comía tan bien, corría un poco de viento a la sombra de los enormes piñoneros.
En la terraza había
–incluyéndolos a ellos- diez clientes. El propietario del local, que conocía al
taxista y vio que él era forastero, hablaba sin parar de su tierra,
El empresario hostelero estaba muy animado, el viajero tenía la impresión de que el taxista ya conocía toda la historia que contaba. Pero como a él lo veía interesado, pues no paraba de hablar de su tierra, de los piñoneros… Les dijo que allá por los años setenta del siglo XX, cuando estos pinos –ahora en propiedad pública- estaban en propiedad privada, junto al pueblo, uno de los propietarios pensó en cortarlos y arrancarlos para sembrar en estas tierras otros cultivos más de su agrado. La gente de Arenales de San Gregorio se enteró, ¿Qué podían hacer ellos, gente trabajadora, ante un terrateniente en su propiedad? En este momento, el hombre detuvo la narración, hizo una pausa teatral y dijo: “Si adivina usted lo que hicieron los habitantes del pueblo para salvar los piñoneros, les invito a la comida que han tomado, si no, son 50 euros”.
El viajero se quedó pensando un
buen rato, divertido con la apuesta, finalmente dijo: “Se subieron a los
árboles y se quedaron a vivir allí, hasta que pasó el peligro”. Los otros dos
hombres sonrieron irónicamente, el hostelero se levantó y volvió a los pocos
minutos con la factura, le dijo: “Lo siento, puede usted regresar cuando
quiera, si acierta la pregunta lo invitaré
a comer, esta vez tiene que pagar la cuenta”.
Cuando arrancaron después de comer en dirección hacia Mota del Cuervo, en
el asiento trasero del taxi, el viajero, al tiempo que admiraba el paisaje de
viñas, olivos y algunos bosquetes de
encinas, pensó que se había pasado. Los ecologistas están organizados y tienen
atletas que pueden trepar a un árbol muy alto y quedarse unos días o unos meses
a vivir en él para evitar la tala. Otra cosa es cómo la evitaron estas gentes
trabajadoras ante un terrateniente. El
caso es que lo consiguieron, porque los pinos siguen aquí. ¿Cómo?
A los cinco minutos de iniciar la marcha el taxista
le pasó un sobre al asiento trasero y le dijo: “Del propietario del bar para
usted”. Lo abrió inmediatamente y sacó un papel escrito a mano que decía: “En
el año 1976, estando los hombres de Arenales
trabajando en el campo, se presentaron
máquinas y operarios a cortar y arrancar los pinos; las mujeres y los niños salieron todos y se
abrazaron a los piñoneros; muchas de las mujeres se encadenaron a los árboles.
Los trabajadores y las máquinas se tuvieron que marchar y los pinos que usted
ha visto se quedaron en su sitio, no consiguieron derribar ni uno solo. Este
mismo propietario donó sus tierras con árboles al pueblo poco después”. En el
fondo del sobre había un billete, de 50 euros; cogida con una pinza metálica a los
billetes una nota: “Ha estado usted muy cerca”.
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Jueves, 14 de Agosto del 2025
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